"Sueños de perro" - читать интересную книгу автора (Orsi Guillermo)10Qué tranquilo me hubiera sentido pensando que Charo nunca lo quiso. Pero lo de esos dos fue bastante más que un metejón. «El matrimonio Chachi», los bauticé un día, por Charo y Chivo, y el Chivo me corrigió: «Chicha, che, primero el tipo: chicha de buena graduación, como para poner en pedo a un elefante», doblándose a carcajadas, el Chivo cordobés, «ni Chachi ni Chicha», terció entonces Charo, «somos Rosario y Rodolfo». «Peor todavía: Rodolfo Robirosa y Rosario Romero de Robirosa, Rorrorrorró», con lágrimas en los ojos, el Chivo, y Charo actuando una furia que se convirtió en besos suaves y mordiscos, «esperen a que me vaya, por lo menos», dije y los dejé solos, convencido de que esa pareja de románticos cobayos resistiría todas las pruebas de laboratorio a que podría someterlos la decepción y la locura de este siglo. No las resistió. Y al final de un modesto calvario sin cronistas ni apóstoles, el Chivo murió en la sórdida cruz de un ajuste de cuentas entre mercaderes. Hurgando en diarios viejos que me prestó de mala gana una vecina -como tratando de leer en mi pedido intenciones perversas de revisarle la lencería-, encontré la crónica del asesinato del tal Fabrizio, un pie de página sin fotos. – Don Aristóteles era una persona muy querida en este barrio -dijo el kiosquero al que le compré cigarrillos, cerca de la casa del difunto, en Tellier y avenida De los Corrales-. Un benefactor -agregó, confidente, mientras me entregaba un atado de Camel como si se tratara de un incunable rescatado de algún polvoriento anaquel-. Tenía sus negocios, claro. Pero quién no tiene su rebusque en estos tiempos difíciles. – La calle está durísima -lo justifiqué. – Si lo sabrá usted. -Miró mi taxi abollado, estacionado frente al kiosco-. ¿Lo conocía? – No yo, un amigo. Gracias a él, sobrevivía. Pero dicen que también gracias a él le metieron un tiro acá. Apoyé el dedo índice en su entrecejo y el kiosquero palideció. – No me diga que al Chivo también… Le conté la historia. El tipo no se había enterado porque casi no miraba la tele, a pesar de que tenía un portátil blanco y negro encendido todo el día, debajo de la bandeja de las golosinas. – Lo pongo ahí abajo para que los ladrones crean que es un monitor. -Señaló una minicámara que colgaba del marco del ventanal donde exhibía la mercadería-. No funciona, me la regaló un amigo reducidor de electrodomésticos, qué va a hacer, el kiosco no da para mucha tecnología. Pero los rateros creen que los filmo y de vez en cuando se acojonan. Quince veces me asaltaron en este barrio de mierda. Pendejos como aquéllos, mire: señaló a una barrita de adolescentes que tomaban cerveza, sentados en el cordón de la vereda y mirando pasar autos y mujeres-. ¿Por qué matarían también al Chivo? – Eso trato de averiguar. Y quién. Supongo que por nada. Por estar, nada más. Por cruzarse. El afable kiosquero pertrechado con su falsa electrónica robada había sido cliente de Aristóteles Fabrizio, y el Chivo, su mensajero de cada quincena. – Andaba medio chacabuco, últimamente -reveló, ya en confianza-: cojeaba de la pierna izquierda, un navajazo, según me dijo. Alguien de afuera, porque en el barrio todos lo queríamos y lo respetábamos. Además, tenía protección. Le pregunté de quién y mi pregunta lo defraudó. Aprendí que hay cosas que se dan por sobreentendidas aunque no se sepa de qué se trata. Yo sabía, en realidad, pero necesitaba precisiones que el kiosquero no estuvo dispuesto a darme. – Averígüelo usted -dijo, súbitamente preocupado por ordenar un estante cargado de chocolates-. Pero vaya con cuidado -me aconsejó, sin embargo, cuando ya había abierto la puerta de mi taxi-: ese laburo suyo es más peligroso que el del Chivo. Le agradecí el consejo con una escupida en la vereda que el kiosquero simuló no ver. Al otro lado de la calle, la barrita de adolescentes seguía dándole a la cerveza, discutiendo a gritos la formación de Nueva Chicago y probablemente el modo en que, por decimosexta vez, desplumarían el kiosco de Tellier y avenida de Los Corrales. |
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