"La señorita Smila y su especial percepción de la nieve" - читать интересную книгу автора (Høeg Peter)

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He dormido toda la mañana y me he despertado un poco tarde, por lo que sólo dispongo de una hora y media para bañarme, vestirme y maquillarme para el funeral. Muy poco tiempo, como comprenderá cualquiera que, como yo, intente causar buen efecto. Por eso me siento aturdida cuando llegamos a la capilla y, una vez terminada la ceremonia, no me siento mejor. Tal como voy, al lado del mecánico, me siento como si alguien me hubiera abierto la tapa y me hubiera raspado repetidas veces con el gran cepillo de lavar botellas.

Algo caliente cae suavemente sobre mis hombros. El mecánico se ha quitado su abrigo y me lo ha puesto. Me llega hasta los pies.

Nos detenemos y echamos un último vistazo a la tumba y a nuestras propias huellas. Sus grandes tacones desgastados y torcidos. Probablemente sus piernas estén ligeramente arqueadas, de manera apenas perceptible para la vista. Mis pequeñas perforaciones, marcas de los zapatos de tacón alto, pueden asemejarse a las huellas de un corzo. Un movimiento oblicuo que se desliza hacia abajo y hacia el fondo de las huellas; unas marcas negras, donde las pezuñas han atravesado la capa de nieve hasta llegar a la tierra.

Las mujeres nos adelantan. Sólo veo sus botas y zapatos. Tres de ellas llevan a Juliana en brazos, las puntas de sus zapatos se arrastran por la nieve. Junto a la sotana del pastor hay un par de botas de piel bordada. Sobre el portal que da a la avenida hay una lámpara. Cuando alzo la mirada, la mujer levanta su cabeza y con un movimiento hace que su larga cabellera desaparezca ondulante en la oscuridad y su rostro aprese la luz; un rostro blanco con grandes ojos, como agua oscura en medio de la palidez. Anda del brazo del pastor, hablándole con encarecimiento. Algo en las dos figuras, una al lado de la otra, hace que la imagen se congele y permanezca en mi memoria.

– Señorita Jaspersen.

Es Ravn. Y sus amigos. Dos hombres que llevan abrigos tan grandes como el suyo pero que, sin embargo, los rellenan. Debajo visten con trajes azul marino, camisas blancas y corbatas, y gafas de sol para que la oscuridad invernal de las cuatro de la tarde no les hiera la vista.

– Me gustaría intercambiar unas palabras con usted.

– ¿En las oficinas de la brigada especial de delitos monetarios? ¿Es sobre mis inversiones?

Recibe el golpe con el rostro inexpresivo. Tiene un rostro sobre el que, con el paso del tiempo, ha caído tanto que, a estas alturas, ya no hay nada que pueda afectarle. Hace un gesto hacia el coche.

– No estoy segura de tener ganas ahora mismo.

No se mueve ni un milímetro. Pero sus dos compañeros de logia se dirigen imperceptiblemente hacia mí.

– Smila. S-s-si no tienes ganas, no creo que debas ir.

Es el mecánico. Ha interceptado el paso a los dos hombres.

Cuando un animal, y en gran medida el hombre, se enfrenta a una amenaza física, su cuerpo adquiere cierta rigidez. Desde un punto de vista fisiológico no es nada económico, pero es una ley. Los osos polares son una excepción. Pueden estar al acecho, totalmente relajados, durante dos horas seguidas sin perder, ni por un segundo, el tono de alerta de su musculatura. Ahora veo que también el mecánico es una excepción. Sus extremidades y su porte cuelgan casi sueltos. Sin embargo, hay algo en su concentración ante los dos hombres de una peligrosidad física que me hace advertir de nuevo lo poco que, en realidad, lo conozco.

No parece tener ningún efecto sobre Ravn. Pero provoca que los dos hombres azules den un paso atrás, al mismo tiempo que se desabrochan simultáneamente las chaquetas. Quizás haga demasiado calor. Quizá compartan el mismo tic nervioso. También puede ser que tengan una porra con un relleno de plomo escondida debajo del abrigo.

– ¿Me llevarán de vuelta?

– Hasta la puerta.


En el coche voy sentada en el asiento trasero, al lado de Ravn. En un momento determinado me inclino hacia los asientos delanteros y le quito las gafas de sol al conductor.

– Soy muda como una tumba, pequeñín -le digo-. Mi boca está sellada. Ravn no se enterará por mí de que duermes cuando estás de servicio. A las siete y media de la mañana en la calle Kabbeleje.

Cuando llegamos a la comisaría, nos metemos entre los edificios rojos donde los agentes de tráfico tienen sus oficinas. Nos dirigimos a una barraca baja y roja que da al puerto.

No hay ningún cartel en la puerta del edificio. No nos encontramos con nadie. No se oye el acostumbrado repiqueteo de máquinas de escribir. No hay ningún letrero en las puertas. Únicamente hay paz y tranquilidad. Como en una sala de lectura. O como en el depósito de cadáveres en los sótanos del Instituto de Medicina Forense.

Los dos pajes azules se han perdido. Ravn y yo entramos en un despacho oscuro. Hay persianas en las ventanas. A través de las persianas se vislumbra la luz eléctrica, los muelles, el agua, Islands Brygge.

Es una habitación que de día debe tener bastante luz. A otras horas, no tiene nada. Nada en las paredes. Nada sobre las mesas. Nada en los alféizares de las ventanas.

Ravn enciende la luz. En una esquina aguarda un hombre sentado en una silla. Ha estado un rato esperando en la oscuridad. Nervudo, con el cabello negro casi rapado, ojos azules distantes y una boca con una expresión dura. Viste de una manera muy pulcra.

Ravn toma asiento tras el escritorio.

– Smila Jaspersen -me presenta-. Capitán Telling.

Me han colocado de manera que tenga las ventanas a mis espaldas y a los dos hombres de frente.

No hay cigarrillos, ni café en vasos de plástico, ninguna grabadora, ni tampoco una bombilla eléctrica deslumbrante, en definitiva, ningún ambiente de interrogatorio. Sólo tiempo de espera.

En éste, me vuelvo silenciosa.

Del silencio surge una mujer con una bandeja con té, azúcar y rodajas de limón, todo en porcelana blanca. Seguidamente, el edificio abandonado la absorbe, haciéndola desaparecer. Ravn sirve el té.

Saca una carpeta de uno de los cajones. Es de color rosa. Lee el contenido pausadamente. Como si quisiera vivirlo por primera vez.

– Smila Qaavigaaq Jaspersen. Nacida el 16 de junio de 1956 en Qaanaaq. Padres: Cazadora Ane Qaavigaaq y doctor Joergen Moritz Jaspersen. Estudios primarios en Groenlandia y Copenhague. Secundarios en la Escuela Estatal de Birkeroed, finalizados en 1976. Estudios en el Instituto H.C. Oersted y en el Instituto Geográfico de Copenhague. Morfología glacial, estadística y problemas matemáticos de geotecnia. Viajes al oeste de Groenlandia y a Tule en el 75, 76 y 77. Aprovisionamiento de expediciones francesas y danesas al norte de Groenlandia en el 78, en el 79 y en el 80. En el 82, trabaja en el Instituto Geodésico. Desde el 82 hasta el 85, participante científico en expediciones al Indlandsis, al océano Ártico y a la Norteamérica Ártica. Se adjuntan varias recomendaciones. Una del Mayor Guldbrandsen, que dirigía la patrulla Sirius. Es del 79. Se lamenta de que no sepa llevar trineo con tiro de perros. ¿Tiene miedo de los perros?

– Soy cautelosa.

– Sin embargo, añade que recomendaría a cualquier expedición civil que la contrataran como guía, aunque tuvieran que llevarla a hombros. También están sus publicaciones científicas. Una docena, varias también publicadas en el extranjero. Con unos títulos que con creces superan los conocimientos del capitán Telling y míos. Statistics on Glacial Graphology, Mathematical Models for Brine Drainage from Seawater Ice. Y un compendio para los estudiantes que usted redactó en su día: Características principales de la morfología glacial del norte de Groenlandia.

Cierra el informe.

– Hay varias recomendaciones más. De profesores. De colaboradores en el Cold Water Laboratory y del ejército americano en un lugar llamado Pylot Island. De todas ellas se desprende que si se quiere saber algo sobre el hielo, uno debe dirigirse, provechosamente, a Smila Jaspersen.

Ravn se quita el abrigo. Sin él es tan flaco como un limpiapipas. Yo me quito los zapatos y me siento con las piernas cruzadas sobre la silla, y así poder frotarme los dedos de los pies. Se han quedado insensibles por el frío y todavía encuentro trozos de hielo pegados en los calcetines.

– Esta información es, a grandes rasgos, idéntica a la que dio en su currículum vitae cuando solicitó el permiso de entrada en el norte de Groenlandia para participar en la expedición del Instituto Polar de Noruega, cuyo objetivo era la marcación de osos polares. La hemos investigado minuciosamente. Parece ser correcta. Si nos basamos en la información que aquí tenemos, creo que la impresión que usted da es la de una mujer joven y muy independiente, que dispone de múltiples y extraordinarios recursos que ha administrado con ambición e inteligencia. ¿No cree que ésta es la opinión que uno debe crearse de usted?

– Por mí, puede crearse la opinión que a usted le dé la gana -le digo.

– No obstante, dispongo de más información. -La carpeta es muy fina, de un verde oscuro-. Esto es, a grandes rasgos, idéntico al informe que vieron el capitán Telling y su oficina cuando rechazaron con un «Denegado» su última solicitud para poder viajar al norte de Groenlandia. Empieza resumiendo algunas circunstancias de índole privada. La desaparición de su madre fue denunciada el 12 de junio de 1963 durante una cacería. Probablemente esté muerta. Un hermano se suicida en septiembre del 81 en Upernarvik. Padres casados en 1956, divorciados en 1958. La patria potestad transferida al padre tras la muerte de la madre. La reclamación presentada por el hermano de la madre fue denegada por el Ministerio de Justicia en mayo del 64. Llega a Dinamarca en septiembre de 1963. Denunciada su desaparición, buscada y encontrada por la policía seis veces entre el 63 y el 71, dos de ellas en Groenlandia.

«Escuela primaria danesa para inmigrantes en 1963. Colegio Skovgaard en Charlottenlund, 64-65. Expulsada. Internado de Stenhoej en Humblebaek, 65-67. Expulsada. A esto le siguen varias estancias de corta duración en colegios privados menores. Examen final por libre tras haber recibido clases privadas en casa. Después, el instituto de bachillerato. Repite el último curso. Examen final de bachillerato por libre en 1976. Se matricula en la Universidad de Copenhague. Finaliza en 1984 sin diploma. También están las actividades políticas. Arrestada en diversas ocasiones durante la ocupación por parte del Consejo de Jóvenes Groenlandeses (UGR) del Ministerio para el Medio Ambiente. Participación activa en la fundación de IA al escindirse UGR.»

Interroga a Telling con la mirada.

– Inuit Ataqatigiit. «Los que quieren avanzar.» Marxismo agresivo.

Es la primera vez que el capitán abre la boca.

– Abandona el partido el mismo año tras diversas discrepancias. Desde entonces, sin afiliación a partido alguno. También hay unas cuantas infracciones de la ley. Tres asuntos sin concluir todavía, sobre violaciones de la ley territorial canadiense en el estrecho de Peary. ¿Por qué?

– Estaba marcando osos polares. Los osos no entienden de mapas. Y, por tanto, no respetan las fronteras nacionales.

– Unas cuantas infracciones viales. Una sentencia por difamación a propósito de un artículo sobre «La investigación glacial y las consideraciones lucrativas en la explotación de los yacimientos petrolíferos en el océano Ártico». A raíz de esto, fue excluida de la Sociedad Danesa de Glaciología.

Alza la mirada.

– ¿Acaso hay alguna institución que no la haya expulsado, señorita Jaspersen?

– Por lo que tengo entendido, todavía estoy en el censo -le contesto.

– Además, hemos echado un vistazo a su expediente en la Administración de Hacienda. Percibe algunos ingresos por sus publicaciones, contrataciones esporádicas, subsidio. Sin embargo, no parecen corresponder a sus gastos. Estamos considerando la posibilidad de que tenga un patrocinador. ¿Cómo es la relación con su padre?

– Cálida y respetuosa.

– Esto podría aclarar algunas cosas. El capitán Telling también ha echado un vistazo a la declaración de renta de su padre.

Para mí no es ninguna noticia que lo sepan. Desde la inauguración de la Tule Airbase ha existido una restricción de las plazas para pasajeros civiles en los aviones con destino a Groenlandia. Así se facilitaba la tarea de los servicios secretos, dándoles el tiempo suficiente para comprobar si todos habían recibido la primera comunión, venían de familias bien o habían sido vacunados contra la fiebre roja del Este. Lo que no deja de sorprenderme es que estén contándome lo que saben.

– Esta información nos ofrece una imagen más compleja y conflictiva. Dibuja el perfil de una mujer que nunca ha terminado una carrera. Que está en el paro. Que no tiene familia. Que ha originado conflictos por doquier, no importa dónde haya estado. Que nunca ha sido capaz de adaptarse. Que es agresiva. Y que coquetea con los extremismos políticos. Sin embargo, ha conseguido participar en nueve expediciones en doce años. No conozco Groenlandia. Pero me imagino que si uno ha malogrado su vida, resulta más fácil ocultarlo allá, en el Indlandsis.

No hago ningún comentario. Pero me lo guardo en mi libro negro bajo su nombre.

– En todas estas expediciones, usted ha participado en calidad de guía. Cada vez se han utilizado mapas, fotos de satélites y radares y observaciones meteorológicas confidenciales, entregadas por las autoridades militares. En nueve ocasiones en los últimos doce años, ha firmado usted una declaración de confidencialidad. Un material del que tenemos copias.

Empiezo a darme cuenta de sus intenciones; de lo que, en cierta manera, constituye el hilo conductor de su discurso.

– En un país tan pequeño como el nuestro, usted constituye un punto sensible, señorita Jaspersen. Ha visto y oído muchas cosas. Como suele ocurrir, casi por inercia, cuando se le permite a alguien entrar en el norte de Groenlandia. Pero usted tiene un pasado y un carácter que, en cualquier otro lugar dentro del territorio danés, le habrían impedido, sin lugar a dudas, llegar a ver ni oír nada.

La sangre ha vuelto lentamente a circular por mis pies.

– Una persona con sólo un mínimo resto de sensatez mantendría, en su caso, un perfil muy bajo.

– ¿Es mi forma de vestir lo que no le gusta?

– Lo que no nos gusta son sus vanos, o incluso directamente perniciosos, intentos de meterse en la investigación de un caso que, como ya le prometí en una ocasión, sería revisado.

Naturalmente ésta ha sido la dirección en la que nos hemos movido desde el comienzo.

– Sí -le digo-. Me acuerdo perfectamente de que me lo prometió. Era cuando usted todavía trabajaba para la Fiscalía de Copenhague.

– Señorita Smila -me dice en un tono sumamente dulce-, la podemos enviar a la cárcel en cualquier momento, ¿entiende? La podemos encerrar en una celda individual, en un tanque de aislamiento, en cuanto nos parezca adecuado o nos apetezca. Ningún juez vacilaría al ver sus antecedentes.

Desde el comienzo, esta reunión debía haber tratado de la autenticidad. Él ha deseado mostrarme de lo que es capaz. Que puede conseguir la información que yo envié al ejército o a la Dirección General para Groenlandia. Que ha podido seguir todos mis movimientos. Que tiene acceso a cualquier archivo. Que en cualquier momento puede requerir la presencia de un oficial de los servicios secretos a las seis de la tarde en Navidad. Y todo esto lo ha hecho para que no me quepa la menor duda de que me puede meter en chirona en cuanto a él le plazca.

Lo ha conseguido. Ahora sé que es capaz. Que las cosas van a ser como él quiera. Porque debajo de sus amenazas yace una capa de conocimientos. Que ahora saca a la luz.

– El encierro -dice lentamente- en un pequeño cuartito insonorizado y sin ventanas es, por lo que me han contado, especialmente desagradable para aquellos que se han criado en Groenlandia.

No hay ningún rasgo de sadismo en él. Sólo un conocimiento preciso y, tal vez, ligeramente melancólico de los medios de que dispone.

No existen cárceles en Groenlandia. La mayor diferencia entre la legislación danesa y la de Nuuk es que en Groenlandia suele castigarse con multas las infracciones que hubieran significado penas de arresto menor o cárcel en Dinamarca. El infierno groenlandés no es el paisaje rocoso con su cenagal de azufre de la imaginería europea. El infierno groenlandés es el espacio cerrado. Recuerdo mi infancia como si nunca hubiéramos estado dentro, en las casas. Para mi madre era impensable vivir en el mismo lugar durante mucho tiempo. Guardo para con mi libertad espacial la misma relación que he notado en los hombres para con sus testículos. La mezo como a un bebé y la venero como a una diosa.

Con la investigación de la muerte de Isaías he llegado al final del camino.

Nos levantamos. No hemos tocado las tazas. El té se ha enfriado.