"Verdad Fria" - читать интересную книгу автора (Stewart Mariah)2Cass entró volando en el estacionamiento y se deslizó en su lugar reservado. Una vez dentro del edificio, saludó con la mano distraídamente al sargento de recepción mientras atravesaba rápidamente el vestíbulo. – ¿Ya llegó Spencer? -Preguntó sobre su hombro. – Volvió cerca de un minuto atrás, -respondió el sargento. Cass siguió por el pasillo a la oficina del Jefe, llamando a la puerta a pesar de que estaba parcialmente abierta. Denver le hizo señas aunque sin mirar. Estaba sentado en su escritorio, con un archivo grueso delante de él. – Hemos tenido un extraño incidente. Él deslizó un pedazo de papel blanco a través del escritorio, y los dos detectives se inclinaron hacia adelante para lograr una mirada más de cerca-. Esto se encontró en el vestíbulo hoy. – ¿Eso se referiría a la víctima que descubrimos en el pantano? -Preguntó Spencer. – Sí. El Jefe golpeó su pipa en el borde del escritorio. El cuenco estaba vacío de tabaco, como lo había estado todos los días durante los últimos cuatro años, desde que había dejado con éxito de fumar. Todavía, sin embargo, tenía una necesidad de manipularla en momentos de extrema tensión. Como ahora. – ¿Así que se está burlando de nosotros? -Spencer de nuevo. – En cierto modo. Está deliberadamente tratando de recordarnos uno de nuestros casos antiguos. – ¿Cuántos años tiene? -Preguntó Spencer-. ¿Dos años? ¿Cinco? – Veintiséis. – ¿Veintiséis? -Spencer miró del Jefe a Cass, y luego de regreso otra vez-. ¿Veintiséis años? Denver asintió mientras se ponía un par de guantes de plástico delgado y abría el archivo. Sacó otro sobre blanco y retiró una hoja de papel de cuaderno a rayas blanco, que abrió y levantó para que los dos detectives la viesen. El mensaje había sido formado con letras recortadas de periódicos y revistas. Y luego una segunda hoja de un segundo sobre. – George Wainwright fue el Jefe de Policía aquí en Bowers Inlet durante casi treinta y cinco años, -explicó Denver, suavizando su voz. – Bueno, sin duda las notas tienen el mismo aspecto. ¿Averiguó alguna vez usted quién las envió? -Spencer se refirió a las cartas que tenía, una al lado de la otra, a través del centro del escritorio. – Sabemos quién las envió. Únicamente no sabemos su nombre. – No entiendo… – El Estrangulador de Bayside envió aquellas cartas al Jefe Wainwright, -dijo Denver. – ¿El Estrangulador de Bayside? -Spencer se inclinó hacia delante en su asiento-. Hey, he oído sobre él. Cielos, debe haber matado, qué, ¿nueve, diez mujeres…? – Trece -el Jefe le dijo-. Mató a trece mujeres, en el verano del 79. – ¿Todas en Bowers Inlet? -Preguntó Spencer. – No. Sólo dos aquí, -respondió Denver-. Pero en el curso de ese verano, también golpeó varios de los otros pequeños pueblos de la bahía -de ahí lo de «Estrangulador de [1]Bayside». Killion Point, Tilden, Hasboro, Dewey- atacó todos por lo menos una vez. Después, los asesinatos simplemente se detuvieron. – ¿Tal cual? ¿Cómo, sólo dejó su oficio? – Por así decirlo, sí, -dijo Denver secamente. – ¿Y nunca hubo un sospechoso? -Spencer frunció el ceño. – Nada. Ni idea de quién era él o por qué empezó, por qué se detuvo. -Denver sacudió la cabeza-. Nadie había visto jamás a este tipo. No teníamos descripción, ni evidencias para ayudarnos a reducir el campo. Y piensa en cuan enorme era ese campo. Además de los residentes permanentes de todos estos pueblos pequeños, tienes a las personas del verano. Los que vuelven cada año y poseen o alquilan la misma casa, los que solían vivir aquí, pero vuelven en el verano debido a que su familia aún posee una propiedad aquí. Tienes los que alquilan… Cristo, que cambian cada semana o dos. Y luego tienes la ayuda de verano, los chicos que vienen por diez semanas para trabajar en la orilla, luego se marchan y vuelven a donde sea que procedan. Los pescadores de un día, los excursionistas. – Así que sencillamente se alejó… Cass habló por primera vez. – La mayoría de los asesinos en serie sólo se detienen porque mueren o van a prisión. Al mudarse por lo general no dejan de matar. – Supongo que si hubiera habido un asesino en serie en otro lugar con el mismo modus operandi usted se habría enterado. – Quizás, quizás no. Si hubiese continuado otra juerga, como lo hizo aquí, habría documentos, pero podemos no haber visto los documentos de fuera, -dijo Denver. – Veintitantos años atrás, no había forma de rastrear algo así, -señaló Cassie-. No había bancos de datos nacionales, ni registros centrales. El Jefe asintió. – Tienes razón. Lo más factible es que él se acaba de mudar. Ahora, la joven que se encontró en el pantano… ¿sabemos quién es? – Todavía no. No había identificación, ni billetera, -explicó Cass. Denver la miró fijamente. – ¿Jefe? -Ella agitó la mano delante de su cara. – ¿Ninguna identificación? -Preguntó. – Ninguna. ¿Por qué? – Sólo una coincidencia, el Estrangulador de Bayside siempre tomaba las billeteras de sus víctimas, -respondió-. Desde luego, sin saber si esta mujer tenía una billetera con ella en ese momento, no podemos sacar conclusiones. – Esa es una coincidencia bastante extraña, -apuntó Spencer. – Ella tal vez no llevaba identificación. No puedo decirles cuántas veces mi propia hija ha salido y dejado su bolso o su cartera ahí mismo en el mostrador de la cocina. – Aún así… -Spencer comenzó, pero Denver lo cortó. – No vamos a conectar los puntos todavía, detective. ¿Comprende? -Denver se encogió de hombros-. Por tentador que sea. Es más probable que alguien esté tratando de confundirnos. – Sí, pero… – Centrémoslos en nuestra víctima, ¿sí? Comienza a chequear los informes de desaparecidos, por todo el estado. Yo no estaría para nada sorprendido de encontrar, al final, que tenemos a un tipo que mató a su esposa o novia y sabe lo suficiente del Estrangulador de Bayside para tratar de enredar las cosas. No fue un secreto que el estrangulador había enviado a Wainwright notas insultantes. Cualquiera podría haberlo recordado. Y el hecho de que a las víctimas les fueran robadas sus identificaciones, bien, tal vez este tipo supone que si toma la billetera, y envía la carta, todo el mundo asumirá que hay un imitador del estrangulador por ahí y alejará el calor de él. No nos traguemos automáticamente todo esto, ¿correcto? Quise que fueras consciente de con qué tratamos con anterioridad, pero no vamos a asumir nada. Vamos a empezar por averiguar quién es nuestra víctima. »Concéntrate en ella, -Denver reiteró-, de modo que podamos encontrar a su asesino. – Pero podemos comparar la evidencia, ¿verdad? -Spencer preguntó mientras se acomodaba-. ¿Darle lo que haya antiguo al nuevo forense por si da con algo? – En aquel entonces, las huellas digitales eran lo mejor que podías esperar y, desgraciadamente, este tipo no dejó ninguna. No que las hayamos encontrado, en todo caso. Gracias a Dios, las técnicas de investigación han recorrido un largo camino desde entonces, pero no tenemos nada para comparar. Spencer se rasguñó detrás de su oreja derecha. – ¿Todas esas escenas del crimen y no hay pruebas? Difícil de creer. – Hoy en día, un buen CSI puede conseguir huellas de la piel de una víctima. Raspados de las uñas. Fibras y pelo. Pueden analizar rastros encontrados en la escena. La suciedad que se encuentra en las alfombras, todo tipo de cosas. En aquel entonces, las técnicas no eran tan sofisticadas. El ADN era sólo una luz tenue en los ojos de algunos científicos hace veintiséis años. -Denver pareció distraído por un momento, luego dijo-, yo era un novato aquí en 1979. Trabajé en aquel caso. Tengo que admitir, que ver el cuerpo esta mañana me llevó de regreso. Es sorprendente… – Entonces, usted recuerda esos casos de primera mano, -dijo Spencer. – Como si fuera ayer. La primera víctima aquí, en Inlet Bowers fue una mujer de treinta y cuatro años de edad, llamada Alicia Coors. Ella desapareció de su casa y fue encontrada a la mañana siguiente en una de las dunas bajo la calle treinta y seis. Y eso fue sólo el comienzo. Cada pocos días, había otra, en algún lugar de la zona. Todas mujeres aproximadamente de la misma edad… finales de los veinte a mediados de los treinta. Todas fueron sexualmente asaltadas y encontradas tiradas en uno de los pantanos. Causa de la muerte en cada caso, estrangulamiento manual. Todas dejadas de la misma manera. – ¿Dejadas cómo? -Preguntó Spencer. – Más o menos de la forma que dejaron a la mujer esta mañana. – ¿Por qué haría eso? -Spencer se rasguñó detrás de su oreja. – Esa es una cuestión que un perfilador podría estar en condiciones de responder. Lamentablemente, en ese entonces, no había perfiladores. -El Jefe se encogió de hombros-. No sé qué lo motivó entonces, y no sé lo que motiva a alguien ahora. Y no quiero sacar conclusiones. Conque sólo sigamos la evidencia y esperemos que nos lleve a la verdad. Él se puso de pie, una clara indicación de que la reunión había concluido. – Spencer, te quiero comprobando a las personas desaparecidas inmediatamente. – Allá voy. -Spencer se levantó y se dirigió a la puerta. – ¿Algo en particular para mí? -Cass preguntó. – Sí. Me gustaría hablar contigo. -Señaló la puerta y dijo-: Cierra. Cass hizo como le dijeron, luego se giró para hacer frente a su jefe. – ¿Vas a estar bien con esto? -Preguntó. – Estoy bien. – En serio, Cass, si va a ser un problema para ti… – No va a ser un problema. -Cass estaba empezando a erizarse. Denver suspiró. – Te lo pregunto porque estoy preocupado por lo que podrías haber sentido, mirando ese cuerpo hoy… – Ella no era mi primer cadáver, Jefe, -Cass le dijo suavemente-. Ella no será mi último. – Estoy consciente de que ha habido otros. Pero éste… simplemente no estaba seguro de si podría no ser… difícil para ti. – Por supuesto que es difícil, pero no en la forma en que usted podría pensar. -Ella le sonrió con verdadero cariño, agradecida por su amabilidad, y comprensión, entendiendo hacia donde iba-. Aprecio que usted… recuerde. Y que se preocupe lo suficiente como para preguntar. Pero estoy bien. Tengo que estarlo. Este es mi trabajo. Él asintió. – Tendré que aceptar tu palabra. Llama al equipo de CSI del condado y ve si ya tienen algo. Ella se encaminó hacia la puerta, luego giró y dijo suavemente, – Usted sabe, Jefe, no la vi ese día. Nunca vi su cuerpo. – Lamento haberlo mencionado, Cass. De verdad. Es sólo que… -Sacudió la cabeza, no estaba seguro de poder poner en palabras lo que quería decir. – Está bien. Gracias, Jefe. -Cruzó la puerta y la cerró detrás de ella. Denver se levantó, caminó hacia la ventana y contempló un par de sinsontes mientras diligentemente construían su nido en la maraña de rosales a no más de diez pies de distancia. Denver deseó poder decir lo mismo. Cuándo él había visto el cuerpo de la joven mujer esa mañana, había tenido uno de los primeros momentos verdaderos de E incluso ahora, en su imaginación, todavía podía ver el cuerpo de Jenny Burke, acostado boca arriba en el piso de su dormitorio, su pelo desparramado a su alrededor como un halo oscuro, sus ojos abiertos pero ciegos. Por sólo un momento, allí en el pantano esa mañana, había sido la cara de Jenny la que había visto. Había sido el pelo, se dijo. Era sólo todo ese largo cabello oscuro, y la forma en que los brazos habían sido colocados. Por supuesto, era donde las semejanzas entre las dos situaciones terminaban. Los crímenes -y las escenas del crimen- habían sido totalmente diferentes. Y Jenny no había sido asaltada sexualmente. Y, se recordó a sí mismo, el asesino de Jenny había sido encontrado escondido en el garaje, cubierto con la sangre de Bob Burke. Había sido detenido, juzgado, y condenado. El estrangulador, por otra parte, nunca había sido identificado. Sólo había sido el pelo, se dijo Denver otra vez, eso le había recordado a Jenny. Todo ese largo cabello oscuro, extendido sobre la roca, lo había, sólo por una fracción de segundo, devuelto a ese día. Por un momento, había sido un novato de nuevo, de pie en la puerta mirando el primer cadáver que había visto en su vida. Que hubiese sido el cuerpo de una mujer que había conocido había marcado su bautismo con mucho más que fuego. Había odiado mencionárselo a Cass, pero había tenido que ponerlo sobre la mesa. ¿Habría reaccionado él de manera exagerada? Tal vez así. Oh, infiernos, por supuesto que sí. Había olvidado que Cass nunca había entrado a la habitación de su madre antes de que el asesino la hubiera atacado. Ella no habría sabido la forma en que el cuerpo había estado, la forma en que el pelo se había esparcido. Se estremeció, recordando ese día de pesadilla. Ellos habían hablado sobre eso, cuando ella había llegado a su entrevista. Tenía sus razones para convertirse en policía, y la había respetado por ello. Pero ella tenía que saber de antemano que había estado allí aquel día, y si había un problema con eso… si trabajar para él sería un recordatorio diario de cosas que ella no podía hacer frente, ella necesitaba enfrentarlo antes de que empezara. – No, -ella le había dicho-. Sabía quién era antes de que solicitara el trabajo. Usted conocía a mis padres antes… anteriormente. Sé lo que hizo ese día. Quiero trabajar para usted. – No voy a darte un trato especial debido a que tu gente eran viejos amigos, -le había dicho a ella-, o por cualquier otra razón. – Yo no lo esperaría de usted. – Bien, sacaste la puntuación más alta en tu clase en todos los ámbitos. Eres el mejor tirador en tu grupo. Sería un tonto si no te contratara, ¿no? – Podría ser interpretado como discriminación, señor, -le había contestado, con una diminuta sonrisa curvando una comisura de su boca. – Sí, bueno, no querríamos discriminarte, ¿verdad? No querría un petimetre a mis espaldas. – Gracias, Jefe Denver, -había dicho antes de que abandonara su oficina ese día-. Seré una buena policía. Y lo había sido. Cuando el puesto de detective se había abierto tres años antes, había sido la primera en aplicar. No había tenido ninguna duda de que calificaría, y había estado secretamente contento cuando ella les había dado una paliza a todos los demás candidatos al trabajo. Sólo el hecho de que ella no podía estar en todas partes, de día o de noche, le había llevado a pedir a la ciudad un segundo detective a principios de año. En su corazón, el Jefe sabía que había estado unido a ella por los acontecimientos de ese día veintiséis años atrás, y se esforzaba por no dejar que nunca lo viera. ¿Era consciente ella? Se preguntaba a veces. Fiel a su palabra, nunca había mostrado favoritismo en modo alguno, y siendo justo con ella, ella nunca pidió ninguno. Hacía su trabajo bien, era muy querida en la comunidad, y había sido elogiada en varias ocasiones. Hoy fue la primera vez en sus diez años en la fuerza que alguna vez hubiese sacado el tema de su pasado compartido. Esperaba que fuese la última vez que se sintiera obligado a hacerlo. Él recogió la pila de fotos de la víctima aún sin nombre y las estudió, una por una. Lo sabremos bastante pronto, pensó mientras dejaba las fotos en el escritorio. Si alguien estaba siguiendo los pasos del estrangulador original, atacaría de nuevo la semana siguiente. Y luego, Dios nos ayude, todo el infierno estallará. Otra vez. |
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