"Verdad Fria" - читать интересную книгу автора (Stewart Mariah)

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La niebla temprana de la mañana aún no había sido disipada por el sol que aún dormitaba por detrás de las nubes bajas, pero las gaviotas ya volaban en círculos sobre la bahía y las aves costeras habían comenzado a rebuscar por la orilla. A pesar de que era casi verano, el aire todavía conservaba un poco de frío, y los restos de una fresca noche de primavera pendían en el aire húmedo. Las olas llegaban apaciblemente a la playa, diminutas olas perfiladas con espuma blanca que dejaba húmedas impresiones sobre la arena amarilla pálida. Desde arriba, una gaviota gritó al intruso que estaba en lo alto de la duna.

– Oh, cállate. -La mujer apenas echó un vistazo al pájaro irascible que se abatió sobre su cabeza y siguió lloviendo maldiciones de gaviota sobre ella.

La detective Cassandra Burke estaba con las manos en sus caderas y, a través de la niebla buscaba el contorno del Faro Barnegat al otro lado de la bahía. Acababa de terminar su cuarta noche de vigilancia de un motel donde se sospechaba se estaba llevando a cabo una venta de drogas, y estaba agotada por la falta de sueño y rígida por la inactividad. Se sacó sus zapatos y los dejó en la arena, luego partió hacia el puerto deportivo a una milla playa abajo. Ella caminaría tranquilamente, después, volvería corriendo. Dos millas no era en realidad un tramo suficiente, pero era lo mejor que podía hacer esa mañana. Tal vez se sentiría mejor. Tal vez no. Pero tenía una reunión a las ocho, y necesitaba hacer un poco de ejercicio, luego un pequeño desayuno, antes de dirigirse a la estación de policía.

La arena en la playa de la bahía era más tosca que al lado del océano, y permitía una base más sólida. Ella caminó rápidamente, eludiendo los caparazones espinosos de los muertos y agonizantes cangrejos cacerola que había traído la corriente tierra adentro por la noche y que habían sido incapaces de arrastrarse de nuevo antes de que la marea subiera. Cuando llegó a la ensenada, se detuvo el tiempo suficiente para ver un puñado de barcos de gran potencia, -chárter, en su mayor parte- mientras salían al mar con sus pasajeros, pescadores deportivos que habían pagado por el privilegio de lanzar sus sedales en el atlántico con la esperanza de enganchar unos batalladores peces azules antes de la puesta de sol más tarde ese día.

Ella saludó al capitán del Normandy Maid a su paso, una media docena o así de ansiosos pescadores en la cubierta, sus gorras de béisbol protegiendo sus caras del sol que bastante pronto los premiaría con su presencia, sus brazos y narices resbaladizas con protector solar factor 35. No era una vida muy buena, pilotar un chárter, pero para aquellos que nunca habían hecho mucho más, era una forma de vida, una vida que ella conocía bien. Su padre había capitaneado su propio barco, el Jenny B, el nombre de su madre. Él nunca hizo mucho dinero, pero le encantaba ir a trabajar todos los días. En la temporada baja, dirigía la única instalación de almacenaje de barcos en Bowers Inlet, pero su vida estaba en el agua. Pocos días fueron lo que Cass no estuvo ahí, en el punto en que la bahía desembocaba en el océano, viendo los barcos salir, y recordando. Cuando era una niña pequeña, ella había visto desde los brazos de su madre como el barco de su padre salía traqueteando.

– Hazle señas a papá, Cassie, -su madre decía-. ¿Lo ves allí, en la cubierta? Hazle señas a papá, cariño…

Y Cass le hacía señas como loca. La mayoría de los días, su padre la saludaba cuando pasaba, llevándose sólo su dedo índice derecho hasta el borde de su gorra.

Unos años más tarde, Cass estaba en las rocas más cercanas al agua, sosteniendo fuertemente la mano de su hermana pequeña.

– Hazle señas a papá, Trish, -decía-. Hazle señas a papá…

La alarma de su reloj sonó, devolviéndola al presente. Se volvió alejándose de la ensenada y emprendió el viaje de regreso a la playa, corriendo tan rápido que los músculos apenas tuvieron tiempo de punzar antes de que ella alcanzara el lugar donde había dejado sus zapatos. Si iba a coger algo de comer antes de su reunión, tendría que marcharse ahora.

Ella quería comida de verdad. Durante la madrugada, había tenido suficiente café para mantenerla estimulada por varios días, mientras que Jeff Spencer, el único otro detective en la fuerza de policía de la pequeña ciudad, se había zampado suficientes donuts de crema para hacerla enfermar sólo de verlo. Los huevos, salchichas y tostadas deberían valer, pensaba mientras se ponía sus zapatos. Y jugo de naranja. Su estómago rugió, y se dirigió de regreso a su coche. Si conducía con suficiente rapidez, podría incluso disponer de tiempo para una breve pila de panqueques.


***

– ¿Detective Burke?

– ¿Sí? -Cassie se detuvo a mitad de camino del vestíbulo de la nueva estación de policía.

– La señora en el escritorio allí…

– El sargento Carter. -Con énfasis en sargento.

– Cierto. El sargento Carter. Ella me dijo que usted estaba trabajando en el caso de mi hijo…

– ¿Su hijo es…?

– Derrick Mills. -Dijo el nombre en voz baja.

– Sí. Derrick. En efecto, estoy trabajando en ese caso. -Cassie se tragó de vuelta un suspiro. Derrick Mills era uno de los cinco chicos detenidos por venta de drogas en la secundaria local tres semanas atrás. Ella no estaba ciega al dolor y vergüenza del padre y deseaba poder aliviarlo de alguna manera, aun cuando sabía que no podía.

– Me preguntaba lo que teníamos que hacer, usted sabe, para reducir los cargos. Él es un buen chico, detective. Es un excelente atleta, buen estudiante. Tiene una beca para jugar béisbol en la universidad el año que viene.

– Lo siento, señor Mills. De verdad. Pero Derrick debería haber pensado en la beca antes de que le ofreciera vender cocaína al oficial Connors.

– Detective Burke…

– Por favor, señor Mills. Ahórrese su aliento. He hecho mi informe y mis recomendaciones, y éstos se mantienen. No hay nada que pueda hacer. Ahora, si quiere hablar con la oficina del fiscal del condado, siga derecho y haga su petición. Pero en este momento, voy tarde a una reunión. Por lo tanto, si me disculpa…

– Sabe, yo esperaba más de la chica de Bob Burke. -Su voz se había reducido a un gruñido bajo.

– Ni se atreva. -Ella sacudió la cabeza y pasó por delante de él.

Cass hizo un esfuerzo para no mirar hacia atrás al indignado padre mientras luchaba por calmar su propia ira. No era la primera vez que alguien invocaba el nombre de su padre, como si de alguna manera haberlo conocido les daba derecho a favores especiales por parte de ella. Ciertamente no sería la última. Sólo la hacía cabrearse cada vez.

La reunión había sido cambiada de la sala de conferencias grande a una pequeña sala adyacente a la oficina del Jefe.

– Denver debe haber reducido la lista de invitados, -dijo Cass, mientras tomaba asiento en la mesa de Jeff Spencer.

– Hasta el momento, somos tú y yo, Burke. -Jeff agitó una bolsa en su dirección-. Oye, queda una última de crema de fresa. Creo que tiene tu nombre.

– Jesús, ¿cómo puedes comer esa porquería todo el tiempo? -Haciendo una mueca, giró alejando la cabeza de la bolsa con la rosquilla balanceándose.

– No entiendo esa fobia tuya al azúcar. -Spencer sacudió la cabeza.

– No entiendo por qué no estás recargado con toda esa azúcar volando alrededor de la sala como un globo pinchado.

– Ah, están aquí. Bueno. Bueno -El Jefe de policía Denver Craig metió su cabeza por la puerta que llevaba a su oficina-. Permítanme coger mi café…

Denver desaparecido un momento, y luego volvió en un instante con su gigantesco tazón y un archivo de papel manila. Tomó asiento a la cabeza de la mesa y se entretuvo con una servilleta, un posavasos y con sus gafas, como si aplazara lo que fuese que los había llevado ahí para discutir.

– Odio esta parte del trabajo, -suspiró-. Ustedes saben que los detalles administrativos de este trabajo me vuelven loco. Papeleo, informes, estadísticas… un desperdicio de mi tiempo. Pero uno no puede elegir, no en este trabajo, ni en ninguno.

Cass se tragó una sonrisa. Había oído esa misma arenga justo por esas fechas el año pasado. Y el anterior, y el anterior. Sospechaba que la introducción era por el bien de Spencer. Sólo había estado en el departamento unos meses.

– Déjeme adivinar. La compañía de seguros pidió un manual de formación actualizado otra vez, -dijo imperturbable.

Denver asintió.

– Actualizado y ampliado.

– Y usted quiere que uno de nosotros se ofrezca para sentarse con Phyl y corrija las páginas antes de que ella las envíe -Cass jugueteó con una uña.

– Eso lo resume estupendamente. -Denver sonrió.

– Es el turno de Spencer. -Cass giró su lápiz-. Hice todas las pruebas el año pasado. Y el año anterior.

– Entonces tú tienes experiencia, ¿no? -Los ojos de Spencer se entornaron. Su esposa ya le había dado un ultimátum puesto que pasaba demasiado tiempo de sus horas libres en asuntos del departamento y había jurado que haría un esfuerzo para pasar más tiempo con ella y su nuevo bebé, y menos tiempo trabajando.

– Lo justo es justo, Spencer, y yo…

Phyllis Lannick, la secretaria del Jefe, metió la cabeza por la puerta.

– Siento interrumpir, Jefe, pero el oficial Helms, está al teléfono y dice que es una emergencia. Parece agitado. -Señaló el teléfono en la pequeña mesa detrás de él-. Línea dos.

Denver arqueó una ceja mientras se acercaba al teléfono.

– ¿Emergencia, Helms? Hey, hey. Reduce la velocidad. Respira hondo y empieza de nuevo…

El Jefe se quedó callado entonces, escuchando. El color desapareció de su rostro.

– Tengo a Burke y a Spencer aquí mismo. Están en camino. Huelga decir que nadie toque nada hasta que la escena haya sido procesada. Mantén a todo el mundo fuera del área hasta que pueda conseguir que los CSI del condado lleguen. -Colgó y giró hacia sus dos detectives.

Antes de que cualquiera pudiera preguntar, él dijo:

– El manual tendrá que esperar. Acaban de encontrar un cuerpo cerca de Wilson's Creek.

– ¿Un cuerpo? -Cassie preguntó como si no hubiera oído correctamente-. ¿Dónde por el arroyo?

– Justo fuera de la ciudad, cerca de Marsh Road. Sólo busquen los coches. Al parecer, tres de nuestros coches patrulla y un par de vehículos de emergencia ya están ahí, estacionados por el costado de la carretera antes del puente. No podrán perderlos. Traten de mantener a todos en línea hasta que la gente del condado llegue. Los encontraré allí. -Apartó su silla de la mesa, murmurando-, justo lo que necesitamos, un homicidio precisamente cuando se abre la temporada.

– ¿Homicidio? -Cass se detuvo camino a la puerta y se volvió.

– Eso es lo que Helms asume. Vean si está en lo cierto…


***

El cuerpo yacía de lado en una roca lisa desgastada por la rápida corriente del arroyo conocido localmente como Wilson's Creek. La mujer había sido joven, a finales de los veinte, principio de los treinta, pensaba Cass. Ella se arrodilló con cuidado para inspeccionar visualmente a la víctima, cuyos ojos sin vida estaban abiertos y cuya boca silenciosa todavía sostenía su último grito. Sus brazos desnudos, levemente bronceados por encima del codo, fueron lanzados sobre la cabeza, una mano arrastrándose en el agua. Su largo cabello oscuro estaba volcado sobre su cara y en el arroyo, donde la rápida corriente envolvía algunas hebras alrededor de sus dedos. Una pierna se acurrucaba sobre la otra, casi recatadamente.

– No la tocaste, ¿verdad? -Una voz desde atrás preguntó tentativamente.

– No. Por supuesto que no la he tocado. -Cass alzó la vista para encontrarse a la investigadora jefe de la escena del crimen del condado, Tasha Welsh, estudiando la escena.

– Bien. Espero que todos ustedes miraran por donde caminaban. -Los ojos de Tasha escudriñaban toda la escena, a los dos detectives, el cuerpo, los oficiales uniformados apiñados en las patrullas aparcadas en una leve pendiente al lado de la carretera.

– En realidad, llegamos por el arroyo. -Cass señaló detrás de ella, indicando la dirección.

– Eso explica tus jeans mojados. -Tasha se acercó al cuerpo despacio, luego giró y miró a Cass, que sostenía una cámara en su mano derecha-. Empieza desde aquí, en este ángulo, y sube por aquí…

Tasha hizo señas a Spencer y le dijo:

– Sonríe para la cámara o muévete.

Spencer se movió.

– Hay sangre en el interior de sus muslos, -Cass señaló mientras sacaba otra foto.

– Probablemente ha sido violada. Y hay manchas de hierba detrás de sus talones, Burke. -Tasha señaló a la víctima.

– Lo que significa que muy probablemente fue arrastrada por lo menos parte del camino, -dijo Cass, mientras apuntaba el lente otra vez-. Debería ser bastante fácil encontrar un rastro de arrastre en caso de que viniera de la carretera. Ve a echar un vistazo, Spencer, mientras yo termino aquí.

– ¿Quieres que comience por el camino allá arriba? -Spencer se refirió a la zona en la que el arcén era más amplio.

– Quiero que empieces desde el principio de toda esta zona. Ve y dile a Helms y a los demás que se separen y empiecen a buscar depresiones en la maleza. Recuérdales que pisen suavemente, sin embargo. No queremos perder ninguna prueba por pisar fuerte.

– Ellos deben saberlo, -dijo Spencer sobre su hombro.

– Sí, sí. Recuérdales de todos modos. Si hay algo aquí, me gustaría encontrarlo antes de que sea borrado por las huellas de alguien más o por la lluvia que están pronosticando para esta tarde.

Cass siguió fotografiando el cuerpo otros diez minutos antes de concentrar su atención en los brotes de totora a la derecha del cuerpo. Eran tan altos como tallos de maíz y tan densos como briznas de hierba. Cualquier persona viniendo por ahí habría dejado un rastro evidente. Se paró en silencio e inspeccionó el terreno. Allá arriba, frente a la carretera, había una caseta de bambú que podría haber proporcionado alguna cobertura. Comenzaría por ahí.

Había marcas de neumáticos de una docena de coches -incluso de las patrullas- en el arcén de arena suave, pero caminó con cuidado en torno a ellas de todos modos. La totora se extendía unos doce pies a lo largo de la carretera, luego terminaba en las zonas pantanosas donde sólo los juncos crecían. Tenían que alcanzar aún su altura completa, y según Cass, el lugar lógico para caminar si uno llevaba o arrastraba un cuerpo sería justo ahí en el punto en que la totora y el pantano se unían.

Como era de esperar, a unos diez pies desde la carretera en el punto en que terminaba la totora, la hierba estaba imperceptiblemente aplastada en un estrecho sendero, que continuaba durante otros veinticinco pies en el pantano y terminaba en una depresión más grande, más desordenada. Cass miró sobre su hombro, hasta el punto donde el sendero en realidad empezaba, y casi podía imaginar la escena como había ocurrido.

Él la llevó del coche por la totora, Cass pensó, luego debía haber empezado a pesarle, y la bajó, donde las malezas comenzaban a doblarse. La arrastró esa distancia, al arrastrar su cuerpo hizo el sendero, sin duda. En seguida la dejó caer ahí.

¿Por qué la había dejado allí?

Se quedó ahí un largo momento, escuchando a la brisa ligera mover los juncos. El cuerpo estaba fresco, la joven no había estado allí por mucho tiempo. Tarde la noche anterior, conjeturó Cass. Se agachó cerca de la depresión y la estudió, buscando algo que la ayudase a ver lo que había ocurrido. Le llevó casi diez minutos, pero lo encontró: dos tramos de juncos, aplastados y quebrados, espaciados casi a dos pies de distancia, a ambos lados de la parte superior de la depresión.

Cass podía ver ahora a la mujer, boca abajo en el pantano, sus brazos extendidos, las manos agarrando la única cosa que podía alcanzar…

Ella se levantó y caminó por el sendero hacia la carretera, sacando fotos a todo lo que consideró relevante, luego vio la mirada de Spencer.

– ¿Tienes algo, Burke? -Spencer llamó, y respondió gesticulando hacia donde estaba parada.

– Creo que encontré el camino que el asesino tomó hacia el pantano, -dijo a Spencer cuando se unió a ella-. Por aquí entró, y salió, sospecho, -señaló ella-. Y aquí -por favor mira por donde caminas- mira aquí…

Ella lo llevó bajando por el sendero y hacia la depresión en los juncos.

– Creo que ella puede haber estado inconsciente cuando él la sacó del coche y comenzó a bajarla hasta aquí. Luego, cuando llegó aquí, ella o bien llegó a ser demasiado pesada o se despertó y comenzó a luchar, y la lanzó al suelo allí.

– ¿Qué te hace pensar que todavía estaba viva? -Spencer preguntó, y Cass señaló los juncos amontonados y rotos.

– Creo que ella se agarró a los juncos y trató de arrastrarse para alejarse. Creo que es donde fue atacada. Creo que la mató aquí.

Cass se arrodilló para obtener unos primeros planos de los tallos rotos.

Spencer dio un paso fuera del sendero y echó una mirada alrededor.

– Él podría haberla bajado por ese camino, -apuntó hacia la izquierda-, derecho a la corriente. Podría haber caminado por el agua, al igual que lo hicimos nosotros, para evitar dejar huellas.

– Vamos a comprobarlo.

Ellos se abrieron paso a través de los pantanos hacia la orilla del arroyo. Desde allí siguieron la corriente de regreso a donde estaba el cuerpo.

– ¿Encontraron algo? -Tasha preguntó sin alzar la vista de su tarea, raspando bajo las uñas de la víctima en pequeñas bolsas plásticas, una para cada dedo.

– Hemos encontrado pruebas de que ella puede haber estado viva cuando la dejaron aquí. -Cass caminó por el agua hacia una roca cercana y describió la escena que había descubierto en el pantano.

– Estoy de acuerdo, ella murió aquí. -Tasha giró y dejó caer las bolsas en un contenedor-. Fijo la lividez aquí a la derecha a lo largo de la cadera y el muslo y la parte superior del brazo. Exactamente de la forma en la que la encontraron. Rigor establecido, tenemos moscas, pero aún no gusanos, por lo que sabemos de inmediato que estamos dentro de las doce horas. La temperatura del cuerpo ahora es de 27,5 °C, por lo tanto, ya que sabemos que el cuerpo pierde alrededor de uno y medio grados cada hora después de la muerte, eso significa…

– Lleva muerta cerca de nueve horas. -Cass miró su reloj. Eran sólo unos minutos pasados las nueve-. Lo qué nos lleva a alrededor de la medianoche de anoche.

– Esa es mi mejor estimación, aunque podría haber sido un poco menos. Estuvo frío anoche, lo que podría haber bajado la temperatura de su cuerpo un poco más rápido. -Tasha se puso de pie y e hizo señas al forense del condado-. Dra. Storm, es toda tuya.

– Gracias. -La forense, una mujer regordeta a principios de los sesenta, se acercó, su expresión era solemne.

Tasha se despojó de sus guantes y los tiró en su bolsa abierta, diciéndole a Cass:

– Debería tener algo para ti mañana. Al menos para entonces sabré si dejó ADN. Espero que hayan algunas células de piel bajo sus uñas, si nada más. Luego veremos lo que la Dra. Storm tiene para nosotros. En cualquier caso, me pondré en contacto tan pronto como sepa algo.

Cass asintió.

– Lo apreciaría.

– Por cierto, la causa de muerte parece ser la estrangulación manual, -la investigadora dijo a Cass-. Parece que fue asaltada sexualmente, pero tendremos que esperar las conclusiones del médico forense para estar seguros. Nosotros también querremos saber que vino primero, el asalto o la estrangulación.

Tasha cerró la bolsa negra en la que había metido las muestras que había reunido cuidadosamente.

– Voy directo al laboratorio ahora, y trataré de clasificar todo esto.

Sonrió a Cass, y a continuación añadió:

– Luego lo resuelves por todos los medios.

– Con un poco de suerte.

– ¿Alguien sabe quién es? -Tasha se echó la bolsa sobre su hombro.

– No, que yo sepa. Helms encontró su ropa en los pantanos, que han sido envasadas para el laboratorio. Jeans, camiseta, sujetador, bragas, una sandalia de cuero marrón, bolso de tela, -le dijo Cass.

– ¿Adivino que no tuviste la suerte de encontrar una billetera con su identificación en el bolso?

– No había billetera.

– Bueno, supongo que es tu trabajo, ¿no? -Tasha se encaminó hacia la furgoneta del condado, que estaba estacionada cerca de la carretera-. ¿Resolver quién fue y por qué le sucedió a ella?

– Haremos todo lo que podamos. -Cass acomodó su paso al de Tasha.

– ¿Cuándo fue la última vez que ustedes los chicos en Bowers tuvieron un homicidio?

– Aparte del choque y fuga que tuvimos el mes pasado, ésta es la respuesta. Hemos tenido unos domésticos a lo largo de los años, pero en su mayor parte, ha sido una ciudad bastante tranquila. Supongo que si tuviera que depender de nosotros mantenerte ocupada, te aburrirías mucho, -dijo Cass cuando llegaron a la furgoneta.

– Por favor, tenemos mucho que hacer sin tus homicidios. -Tasha abrió la parte trasera de la furgoneta y dejó la bolsa dentro-. Abarcamos todo el condado. Siempre hay algo pasando en algún sitio. Y no hay escasez de violaciones, asaltos, robos, de todo. Además, las cosas comenzarán a reanimarse ahora, sobre todo cuando los niños comiencen a llegar durante la semana de la reunión anual.

Tasha hizo una mueca.

– Odio esa semana. Luego, por supuesto, seguido hasta el Día del Trabajo todo el condado está furioso. Todos estos pequeños pueblos de la costa con sus alquileres -familias y universitarios- y después están los excursionistas. En los últimos años, hemos tenido un montón de homicidios. Espero que este sea el único con el que tengas que tratar.

Tasha abrió la puerta del lado del conductor y subió.

– Me pondré en contacto contigo tan pronto como pueda, -dijo a Cass.

– Gracias. Te lo agradezco. Haré un juego de fotos para ti y te las enviaré. -Cass retrocedió y observó la furgoneta internarse en la carretera, luego escudriñó la pequeña multitud que se había reunido alrededor del oficial que había encontrado el cuerpo, y que ahora volvía a contar la historia al recién llegado Jefe de la policía.

Denver se mantuvo en silencio, de vez en cuando afirmaba con la cabeza, hasta que el oficial concluyó su informe verbal. Entonces, sin mucho comentario, el Jefe siguió el sendero hacia el cuerpo, y se paró sobre él, mirando sin decir nada al ME haciendo su trabajo. Por último, giró y miró a la multitud al borde de la carretera. Cuando se topó con los ojos de Cass, los sostuvo por un largo minuto antes de girar alejándose bruscamente y caminar de regreso a su coche.

Cass observó el Crown Vic de Denver salir del lugar donde estaba al lado de la carretera antes de hacerle señas a Spencer, que estaba en una profunda conversación con uno de los técnicos de emergencia.

– Vuelvo a la estación y comprobaré las personas desaparecidas, -ella le dijo.

– Creo que me quedaré por aquí un tiempo más, volveré con Helms, -respondió Spencer.

– Muy bien. Te veo allí.

Cass caminó de vuelta, hacia el arroyo, deteniéndose a unos diez pies de distancia de donde el cuerpo estaba lamentablemente expuesto. Las extremidades, donde el rigor mortis se empezaba a establecer, estaba cubierto de moscas impacientes buscando una abertura. El forense todavía realizaba su inspección del cuerpo, y Cass encontró que no podía soportar ver esa última invasión a la mujer sin nombre. Cruzó el arroyo y siguió el rastro por el otro lado hacia el camino de dos carriles donde había dejado su automóvil. Entró y encendió la ignición, sus movimientos cada vez más mecánicos con cada momento que pasaba. Giró el coche y condujo, no a la comisaría, sino a un tramo solitario del camino.

Seis millas abajo, viró a la derecha en un angosto carril que conducía hacia la bahía. Minutos después llegó a una destartalada casa asentada al lado de la carretera, la única estructura en un cuarto de milla en cualquier dirección. En el patio cubierto de hierbas estaba el esqueleto de un viejo Ballenero Boston, con su casco podrido. Cass aparcó el coche detrás de la barca y caminó alrededor de la parte trasera de la casa, donde tres escalones desvencijados conducían a un porche aún más inestable, que una vez había estado pintado de blanco.

El tiempo y el descuido habían descamado y desgastado la madera hasta un tono gris. La pantalla en la puerta de atrás hacía ya mucho tiempo que se había erosionado, y las ventanas ya no se cerraban herméticamente. Cass se sentó en el escalón superior y observó los juncos que crecían desde el pantano directo hasta la parte posterior del garaje en ruinas. A la izquierda había un estanque, y desde donde ella estaba sentada, podía ver una pequeña garza azul vadeando en el agua, cabeza abajo, acechando con cautela a su presa.

Empuñó sus manos y se cubrió los ojos, pero todo lo que podía ver era el cuerpo de esa joven morena extendido sobre la roca.

Inconsciente del sudor que cubría su cara y mojaba su camiseta azul claro hasta su cintura, se sentó inmóvil y trató de controlar las emociones que se arremolinaban dentro de ella. Por supuesto, había visto cadáveres antes, pero nunca había reaccionado así.

Bueno, ¿no le había advertido su terapeuta que esto podría ocurrir algún día? ¿Que si persistía en una carrera en la aplicación de la ley, tarde o temprano podría tener que hacer frente a algo que quizás podría transportarla a un lugar que ella preferiría no ir?

El timbre de su teléfono celular sonó, y ella respondió al segundo timbrazo.

– Burke.

– ¿Estás en camino? -Spencer preguntó, su voz tensa.

– Sí.

– Bien. Nos encontramos allí. Acabo de tener noticias de Denver. -Hizo una pausa-. Al parecer nos encontramos en una situación.

– Estaré allí en diez minutos. -Ella colgó y guardó el teléfono de nuevo en el bolsillo de la chaqueta.

Permaneció sentada por unos momentos más y observó a la garza agarrar algo del agua, arrojar su cabeza hacia atrás, y tragar su comida con un rápido movimiento. El viento silbó a través de la totora, el silencioso sonido la calmó como pocas cosas podrían. Recordó las innumerables noches en que permanecía despierta en la habitación bajo el alero, justo allí en el segundo piso, escuchando ese mismo sonido mientras se dormía. Eso la había confortado entonces y eso la confortó ahora.

Poco después caminaba hacia su coche, sus manos firmes, su pulso casi normal, preguntándose qué, en ese día marcado por el asesinato, constituía una «situación».


***

Craig Denver estaba sentado en la silla con la que el Ayuntamiento lo había sorprendido como regalo por su vigésimo quinto año en el trabajo y simplemente miraba por la ventana al lado de su escritorio. Durante años, se había preguntado lo que haría si ese día alguna vez llegara, y ahora estaba ahí, y todavía se lo estaba preguntando.

Extendió el trozo de papel que había llegado ese mismo día en un sencillo sobre blanco que no tenía dirección. Phyl lo había encontrado en el piso del vestíbulo, cerca de la puerta principal, cuando volvía hacia el edificio después de haber recogido el almuerzo para ella y el Jefe. Ella lo habría tirado, excepto por el hecho de que estaba sellado. Su curiosidad se avivó, lo había abierto, y habiéndole echado un vistazo al mensaje una vez, lo llevó de inmediato a la oficina del Jefe.

El papel mismo era corriente, en existencia en cada computador, el tipo que puede ser adquirido en cualquiera de las varias tiendas de suministros de oficina. Era el mensaje lo que había capturado la atención de Phyl, un mensaje compuesto de letras recortadas de periódicos y revistas, que hasta un niño podría hacer como tarea.

¡Hey, Denver! ¿Ya la encontraste?

Ella lo había llevado por el vestíbulo, sosteniéndolo entre dos dedos para evitar dejar sus huellas en él, entró en la oficina del Jefe sin llamar -algo que rara vez hizo- y lo dejó caer en su escritorio. Lo había desplegado, y, a continuación, mirado fijamente durante un largo tiempo.

Por último, preguntó en voz baja:

– ¿De dónde salió esto?

– Lo encontré en el suelo en el vestíbulo.

– ¿No viste a nadie…?

– Nadie. Acaba de recoger el almuerzo en Stillman, no estuve fuera ni diez minutos. No vi a nadie al salir, o en mi camino de regreso.

– Está bien. -Había cabeceado lentamente-. Gracias.

La mayor parte de la fuerza estaba todavía en Wilson's Creek, por lo que espolvoreó el sobre y la hoja blanca de papel para imprimir. No había ninguna, salvo una huella parcial que sospechaba sería de Phyl. Se había acercado al teléfono, y llamado a Spencer y Burke.

Denver se acomodó en su silla y suspiró profundamente, queriendo nada más que empezar ese día de nuevo y hacer que resultara diferente.

¿Coincidencia, o imitación?

De una u otra forma, no era bueno.

De una u otra forma, la mierda iba a ser removida, por supuesto, y él no era el único que iba a tener que lidiar con ella.

Se frotó los ojos cansadamente y esperó el regreso de sus detectives.