"Verdad Fria" - читать интересную книгу автора (Stewart Mariah)

Prólogo

Bajo las calurosas luces del estudio de televisión, Regan Landry se movía incómodamente en su asiento aún mientras se recordaba que su aparición ese día durante Esta Mañana, EE.UU., el show diario que seguía al programa de noticias matutinas de la red, era por negocios, y por lo tanto no tenía que ser agradable.

Este sería su último spot televisivo en la gira promocional de En Sus Zapatos, el último libro que había escrito conjuntamente con su padre, Josh Landry, antes de su muerte ocho meses atrás. Ella no tenía que estar cómoda; sencillamente tenía que ser buena, lo bastante buena para hacer justicia a su padre y a su trabajo.

En el pasado, había sido Josh quien había hecho las giras de libros, las apariciones en televisión, programas y entrevistas de radio. Regan siempre miraba desde bastidores mientras él encantaba a toda la audiencia con su ingenio y encanto fácil, hipnotizándolos con los descarnados detalles de su investigación en las mentes de algunos de los asesinos más aborrecibles de la sociedad. El propio asesinato de Josh había cambiado todo eso.

Aunque Regan no se sentía tan cómoda bajo el escrutinio público como su padre, sentía que le debía -y a sus muchos fans- mantener el programa que su editor había arreglado antes de que Josh muriera. Durante años, su padre había vuelto para firmas de libros en muchas de las mismas librerías a través del país, algunas cuyos clientes nunca se habían perdido una visita. Algunos lectores se habían hecho tan familiares, que los conocía por el nombre. Regan creía que él esperaba con mucha ilusión las firmas tanto como sus fieles fans esperaban verlo y oírle hablar sobre la investigación que había realizado para preparar cada nuevo libro.

Regan se había sentido tentada, pero no podía darle la espalda a la gira, y retrospectivamente se alegró de no haberlo hecho. Había llegado a considerar las últimas semanas como una especie de peregrinación, siguiendo los pasos de su padre, aceptando la simpatía de sus antiguos lectores, muchos de los que habían presionado cartas o tarjetas en sus manos. Sus consideradas palabras de condolencias y recuerdos habían sido un gran consuelo; en cada librería, hubo momentos en que había sentido realmente la presencia de su padre. La gira del libro que tanto había temido y había esperado evitar se había convertido en un viaje que, al final, le había traído el primer momento de paz que ella había conocido desde el día que Josh había muerto.

– ¿Está preparada? -Heather Cannon, la vivaz presentadora de la mañana -apodada «la hermana pequeña de América» por los medios- tomó asiento en la silla frente a la cual Regan estaba sentada, y alisó su falda con una mano y su pelo con la otra.

– Sí, sí. Gracias. -Regan afirmó con la cabeza algo rígidamente.

Como una regular espectadora de la mañana, Regan había visto cientos de personajes famosos -estrellas de cine y televisión, atletas, músicos- sentados en ese mismo asiento. De repente se le ocurrió que tal vez algunas de esas mismas personas podrían estar sentadas en casa mirándola a ella.

Era un pensamiento que deseó no haber tenido.

Presionó las palmas sudadas contra sus muslos y trató de obligarse a introducir aire lentamente en sus pulmones. Hasta el momento, no había funcionado.

– ¿Quiere un poco de agua? -la anfitriona preguntó-. ¿Está segura que está bien?

– Sí. Estoy bien.

– Todos sienten un poco de miedo escénico. -Heather exhibió su más tranquilizadora sonrisa-. Una vez que las cámaras empiecen a rodar, y empecemos a charlar, estará bien.

– Estoy bien, -insistió Regan.

– No es demasiado tarde para un poco de agua, -Heather le ofreció de nuevo.

– Gracias, pero no.

– Bien, si está segura. -Heather asintió a alguien detrás de Regan-. Estamos listos siempre que usted lo esté. Regan, mire la luz roja en el monitor…

Por un momento, Regan no pudo recordar dónde estaba el monitor, pero siguió el ejemplo de su anfitriona.

Lo siento, papá. Esperaba haber hecho una mejor actuación.

– Durante más de veinte años, Josh Landry fue el modelo de excelencia cuando se trataba de escribir best seller de crímenes verdaderos, -Heather comenzó-. Él hizo una carrera muy respetada investigando asesinatos antiguos, no resueltos con la intención de resolverlos, y luego contando la historia en uno de sus muchos libros, los últimos con la ayuda de su hija, Regan. Trágicamente, Josh Landry fue asesinado el año pasado en su granja fuera de Princeton, Nueva Jersey, por un hombre llamado Archer Lowell, que había apuntado a Landry como parte de un extraño triángulo de asesinatos que tuvo, durante varios meses, perplejo incluso al FBI. Regan Landry está aquí conmigo hoy para hablar sobre el último libro que ella y su padre escribieron juntos.

Heather acortó la distancia y tocó a Regan ligeramente en el brazo.

– Regan, ¿cuán duro ha sido seguir los pasos de su padre?

– Nadie podría llenar los zapatos de mi padre, pero yo no podía no acudir a esta gira. Él estaba muy, muy orgulloso de este libro, y me sentí obligada a continuar con el programa. Papá siempre esperaba con interés ver a sus lectores, y yo sentí que se los debía -y a él- hacer este último viaje.

– ¿Cree que este será el último viaje? -Heather se inclinó acercándose más-. ¿Usted no está pensando en continuar el trabajo de su padre?

Regan dudó un largo momento.

– Yo no lo había planeado. Mi intención era terminar esta gira por él, y luego pasar a otra cosa con mi vida. Pero antes de marcharme el mes pasado, empecé a limpiar su casa con el fin de tenerla lista para ponerla en el mercado. A medida que repasaba sus archivos, me encontré con algunas notas que había hecho en relación con diferentes casos que había investigado a lo largo de los años -libros que había previsto escribir en el futuro- y tengo que admitir, que algunos de los esos casos son historias que realmente piden ser contadas.

– Ah, ¿por lo que podrían haber todavía más crímenes verdaderos Landry?

– Posiblemente. Tengo que pensarlo un poco más, pero mi padre dejó algunas notas y entrevistas bastante interesantes, incluso alguna correspondencia de personas que pueden o no haber participado en crímenes violentos.

– ¿Correspondencia? ¿De asesinos?

– Algunos, que afirman serlo. Es una lectura bastante espeluznante, en realidad.

– ¿Su padre no entregó esas cartas a la policía?

– En algunos casos, al parecer, lo hizo, y sólo conservó fotocopias para su archivo. En otros, no puedo decirle, porque no sé si los archivos contienen todas sus notas. A veces sacaba material si estaba trabajando en algo y se olvidaba de ponerlo de nuevo en el archivo, o como a menudo ocurría, metía documentos en un archivo por lo demás vacío, por lo que nunca sé donde voy a encontrar esas cosas. Su manejo de la casa era notoriamente pobre… sus notas aparecen en los lugares más improbables. Aún estoy tratando de ordenar las cosas y organizar los archivos. Para responder a su pregunta, no puedo decir qué se ha entregado a la policía, porque no sé lo que contenían los archivos originalmente. Y por otra parte, pues, es difícil saber que cartas eran de auténticos criminales.

– ¿En vista de que algunas de las cartas podrían ser de gente que simplemente disfrutaba escribiéndole y diciendo que habían cometido ciertos actos, para obtener su atención?

– Desde luego había un poco de ello. Había mencionado varias veces que recibía cartas de uno u otro Estado, describiendo asesinatos u otra cosa, pero cuando se ponía contacto con la policía local, le decían que no había cadáveres enterrados en los lugares que la carta decía que habría, ese tipo de cosas.

– ¿Así que era difícil para él saber quien era honesto?

– Sí. Pero acumuló una gran cantidad de información en muchos casos que había compartido con la policía y con el FBI a lo largo de los años.

– ¿Algún caso celebre, que reconoceríamos?

– Oh, seguro. Había varias cajas de material sobre el violador de Hillcrest, el Estrangulador de Bayside, y el asesino de Seis Años, por nombrar sólo algunos.

– El asesino de Seis Años participó activamente en Massachusetts, llamado así porque aparecía y mataba cada seis años, -Heather intervino.

– Correcto.

– ¿Ha examinado las notas de su padre sobre ese caso?

– Algunas. No he tenido tiempo de revisarlas todas.

– ¿Alguna idea?

– Todavía no. He estado leyendo por encima para ver lo que hay. Y de nuevo, no he tenido tiempo para organizar las cosas de una manera que tenga sentido o me diera alguna impresión sobre el caso -o cualquiera de los casos- de una manera u otra.

– ¿Qué caso cree usted que sería más probable seguir primero? Asumiendo, por supuesto, que decida seguir adelante y escribir un libro por su cuenta.

– En realidad no puedo decirlo. -Regan se encogió de hombros-. Hay cajas de archivos que aún no he abierto. ¿Quien sabe lo que podría encontrar en una de ellas?

– Bueno, estoy segura de que uno de esos archivos está pidiendo su nombre, y quizás para estas fechas el próximo año vamos a estar buscando un nuevo best seller de crimen verdadero Landry. Sé que seré la primera en la fila por mi copia.

Heather giró hacia la cámara.

– Estaremos de regreso con Regan Landry para hablar sobre En sus zapatos

Heather se volvió para tranquilizar a Regan.

– Lo hizo muy bien. Es natural.

– Gracias. Usted lo está haciendo mucho más fácil de lo que pensé que sería. -Regan sonrió por primera vez esa mañana-. Y si aquella botella de agua todavía está disponible, creo que me gustaría ahora.


***

Él se sentó en la silla, rebobinó la cinta, y luego apretó play.

– Hay cajas de archivos que aún no he abierto, -la bella rubia estaba diciendo-. ¿Quien sabe lo que podría encontrar en una de ellas?

¿Qué en efecto?

Bueno, él sabía lo que encontraría en al menos una de esas cajas. O muchas cajas, dependiendo de cuan desorganizado en realidad el hombre había sido cuando se trataba de mantener sus registros.

Y suponiendo, por supuesto, que Josh Landry había guardado las cartas que le había escrito hacia tanto tiempo. Cartas destinadas a incitar, cartas pensadas para burlar e intrigar, y, sí, frustrar.

Sonrió, recordando cómo Josh Landry había hecho caso omiso de las primeras, tal vez pensando que era el trabajo de alguien que solamente buscaba atención. Por supuesto, había sido antes de que el producto final -amaba esa expresión- había sido descubierto, por así decirlo.

Había dado ciertamente al viejo Josh algo en que pensar, mucho antes. Cuando Landry había entendido que él le había dicho la verdad, había sido demasiado tarde. Demasiado, demasiado tarde. Y por entonces, por supuesto, había circulado, aburrido con el juego y necesitado de alrededores frescos y nuevos desafíos.

Durante años, se había sentido importante, viendo a la policía ir de un lado a otro tropezándose con ellos mismos, buscando pistas, buscando frenéticamente sospechosos. Su confusión solamente había reforzado su creencia en la estupidez de la comunidad de la aplicación de la ley en general. Aún tenía que encontrar a su igual.

Rebobinó la cinta al principio, y miró de nuevo.

Una cosa bonita, la chica de Landry. Lista, también.

¿Era ella más inteligente de lo que su padre había sido?

Lo consideró seriamente, detuvo la cinta, la rebobinó y la puso otra vez. Mirarla le había hecho pensar en otras cosas bonitas. Cosas bonitas y lugares bonitos, de hace mucho tiempo y muy lejos.

Caminó hasta las ventanas que mostraban el desierto fuera de ellas, mientras pensaba en volver a la ciudad donde había crecido, donde había comenzado todo. Su primera travesura. Su primera aventura complaciente en los lugares oscuros donde su mente lo había llevado.

Le dio la espalda a la vista y paseó a lo largo de la cavernosa sala de estar, olores, sonidos e imágenes del pasado, ahora vivos en su mente. Largos tramos de pantanos exuberantes con juncos y hierbas que susurraban suavemente y ondeaban en la brisa. Largos brazos de playa donde las gaviotas se elevaban y chillaban. Tardes de verano pasadas en un pequeño barco, pescando con una red bajo un desvencijado puente de madera de dos carriles. Si él cerraba los ojos, podía verlo. Escucharlo. Olerlo.

Una vez había sido un niño de mar. ¿Qué, se preguntó a sí mismo, era lo estaba haciendo ahí, rodeado de arena caliente y un sol ardiente? Tal vez había llegado el momento de pensar en volver a casa.

Además, había llegado casi al final de su carrera allí. Tarde o temprano, la policía empezaría a sumar dos y dos y dos y obtendrían seis, sin duda. En las dos últimas semanas, varios cuerpos habían salido a la luz. ¿Podría el departamento del sheriff comenzar a darse cuenta del hecho de que los cuerpos desnudos que habían aparecido recientemente en el desierto no eran los asesinatos fronterizos comunes y corrientes con los que habían estado tratando a lo largo de los años, sino algo de naturaleza diferente? Distaba mucho de ser inusual encontrar el cuerpo de una muchacha joven a lo largo de la frontera -el recuento había ido creciendo de manera constante durante años- pero todas sus víctimas habían encontrado su fin de la misma forma precisa. De seguro alguien pronto lo advertiría y comenzaría a cuestionarse la posibilidad de tal coincidencia.

Sólo él sabía que había muchos, muchos más cuerpos, ahí y en otros lugares, y que no había coincidencias.

Por todos estos factores, quizás había llegado el momento de volver a casa. Regresar a la escena del crimen. Literalmente.

Se sentó en la otomana de cuero suave y rebobinó la cinta, repentinamente sintiéndose viejo. ¿Durante cuánto tiempo más podría mantenerse seguro?, se preguntó.

Con los años, había tenido suerte, ¿pero cuánto tiempo más tenía antes de que su suerte acabara?

Había escapado por los pelos, hacia unas tres semanas, un recuerdo que, incluso ahora, lo hizo marearse. Acababa de dejar su último cuerpo a los pies del parque estatal fuera de la ciudad, y estaba caminando de vuelta a su coche, con su ropa en una bolsa de basura de plástico arrojada por encima de su hombro, cuando chocó con un guardia del parque.

– ¿Qué lleva en la bolsa? -El guardia le había pedido.

– Oh. Sólo algo de basura que recogí en un camping a una media milla del sendero, -había respondido, mientras palpaba su chaqueta por el pequeño revólver que siempre llevaba allí y se preguntaba si lo necesitaría ahora.

– ¿No le impresiona, la forma en que la gente deja su basura por todas partes? -El guardia había sacudido su cabeza con fastidio-. Usted no creería algunas de las cosas que hemos encontrado allí.

– Oh, lo apostaría. -Se relajó y cambió la bolsa de un lado al otro.

– Bien, gracias por ser un buen ciudadano y echarnos una mano aquí. Agradecemos la ayuda, ya sabe, no hay personal suficiente para llevar la cuenta de todo.

– Hey, fue un gusto.

– ¿Quiere que me haga cargo de eso? -El guardia se acercó a la bolsa.

– No es necesario. Hay un contenedor en el estacionamiento de mi edificio de apartamentos. Lo dejaré ahí camino a casa.

– Bueno, oye, gracias de nuevo.

– Feliz de ayudar. -Había cabeceado y alejado en dirección a su coche, mirando hacia atrás casualmente, pero el guardia ya había desaparecido. Había abierto la puerta trasera y como si nada echado la bolsa al interior.

Se había deslizado en el asiento del conductor de su Mercedes SUV y mirado furtivamente por el espejo retrovisor para tranquilizar a sí mismo que no había sido observado. Fue entonces que se había dado cuenta de que sus manos temblaban y sudaba. Pero no había sido capturado, y ya que el cuerpo que había dejado en las montañas no había sido descubierto por otros diez días, el guardia habría recordado vagamente que alguien había estado alrededor del parque esa noche. El bien intencionado funcionario público no podría recordar nada sobre el extraño, salvo que había sido lo bastante amable de deshacerse de restos de basura dejado atrás por un descuidado campista.

Sin embargo, había sido una experiencia desagradable, una que requirió encontrar un vertedero y un vehículo nuevo, sólo en el caso de que el guardia lo hubiera visto. Había sido bastante fácil -existía un sinfín de lugares en el desierto para ocultar un cuerpo y le había tomado menos de una mañana comerciar el Mercedes negro por uno plateado- pero las cosas no habían sido lo mismo.

Apretó play otra vez y miró la cinta de nuevo.

Fue invadido por la nostalgia cada vez que la muchacha Landry y Heather como-se-llame hablaban sobre el Estrangulador de Bayside. Nostalgia y -¿se atrevía a decirlo?- Un perverso tipo de orgullo. Y sin duda lo hizo aflorar los recuerdos.

Descansó su cabeza contra el respaldo del asiento y cerró los ojos. Estaba allí otra vez, aquel olor de la bahía, el aire salado, el olor de la vida marina pudriéndose en el sol caliente en la playa frente a la casa donde había crecido. Respiró bruscamente, como si esperara atrapar y retener los olores, los recuerdos.

Se sacudió la repentina nostalgia, recordándose a sí mismo que se trataba de una parte de su pasado, nada más. Había hecho lo que había hecho y seguido adelante. No había nada allí para él ahora. Bueno, había algunos familiares, pero se preocupaba tanto por ellos como ellos por él. Con los años, su contacto había sido superficial, a lo más.

Pensándolo bien había un pequeño asunto inconcluso.

Ahora, eso realmente dolía, un poco. Un trabajo un poco chapucero por parte del aficionado que había sido, y él ciertamente había sido un aficionado en esos días. Por supuesto, no había previsto hacer una carrera de ello. En aquel entonces, ¿quién podría haber previsto el camino que su vida tomaría?

Aun así, sólo un aficionado habría dejado tanto al azar. Sólo un aficionado habría tomado tales riesgos. Sólo un aficionado se habría asustado por la forma en que lo había hecho, en lugar de regresar otra vez a hacer lo que él había ido allí a hacer.

Y Dios lo sabía, sólo un aficionado habría dejado a uno de ellos con vida.