"Verdad Fria" - читать интересную книгу автора (Stewart Mariah)18Cass empujó a un lado a David Webb cuando entró en el silencioso cuarto del hospital, haciendo caso omiso de sus intentos de hablar con ella. Fue directamente a la cama de Lucy. Sus rodillas se debilitaron al ver a su prima acostada allí con un círculo de magulladuras en torno a su garganta y tubos en su nariz. – Lulu. -Susurrando el viejo apodo de su infancia, Cass se inclinó para acercarse y tomó las manos de Lucy en las suyas. La voz de Lucy fue tan amortiguada, que Cass al principio no estuvo segura de haberla oído hablar en absoluto. Ella murmuró algo, una serie de palabras, y Cass acercó su oreja hasta la boca de Lucy. El color drenó su cara cuando escuchó atentamente las esforzadas palabras de Lucy. – ¿Estás segura, cariño? ¿Estás absolutamente segura de que es lo que dijo? -Ella metió un mechón suelto de cabello oscuro detrás de la oreja de Lucy. Lucy asintió despacio, casi disculpándose, luego cerró sus ojos. Cass se demoró un momento, frotando las manos de Lucy suavemente antes de girar hacia la puerta, donde Rick la esperaba. David agarró a Cass por el brazo cuando pasó por delante de él. – ¿Qué te dijo? – Nada que te interese. -Trató de sacudir su mano para rodearlo. – Si dijo algo acerca de mí… – No te halagues. Ella tiene cosas más importantes en su mente en este momento. Ahora, si me perdonas… – Los médicos dijeron que probablemente estaría lista para marcharse a finales de la semana. Sólo para que lo sepas, la llevo a casa. Cass se volvió hacia él. – ¿Por qué? – ¿Por qué? Porque es mi esposa, por eso. – Oh. Al final lo recordaste. -Cass pasó frente a él y dejó la habitación. – Ella necesita estar en casa. Necesita estar con sus hijos, -David le gritó desde la puerta, pero Cass se negó a girarse. Rick se unió a ella y caminaron hacia el ascensor. – ¿Dónde está el fuego? -Preguntó. – Donde sea menos aquí. -Su respiración estaba llegando de a poco, a pequeñas bocanadas-. Sólo sácame de aquí. La dirigió al elevador y la tomó del brazo cuando las puertas se abrieron. Él golpeó el botón L y se apoyó contra el costado, estudiando de su rostro y preguntándose qué podría haberle dicho Lucy que la había desconcertado. Llegaron el vestíbulo y ella salió tan pronto como las puertas del ascensor se abrieron. Se dirigió hacia la salida al aparcamiento como si huyera de un edificio en llamas. Rick mantuvo su paso con ella a medida que se acercaban a su coche. Lo desbloqueó con el mando a distancia cuando estaban todavía a diez pies, y una vez adentro, encendió el motor, pero no puso el coche en marcha. – ¿Vas a decirme lo que ella te dijo que te ha trastornado tanto? ¿Reconoció al hombre que la atacó? ¿Te dio alguna pista en cuanto a quien es? Cass sacudió su cabeza. – No, no dijo nada parecido. Tiene dificultad para hablar, sabes, debido a las magulladuras en su garganta. Pero ella dijo… ella dijo… -Cass se aclaró la garganta y pareció estar tratando de rehacerse-. Ella dijo esto mientras él la atacaba… mientras él intentaba violarla… todo el tiempo mientras la estaba estrangulando, él la llamaba su Jenny. – ¿Jenny? -Rick frunció el ceño-. ¿Qué diablos significa eso? – Rick, mi madre se llamaba Jenny, -dijo Cass en voz baja. – Lo recuerdo. Me mostraste el memorial en el refugio de aves. -Él parecía perplejo-. Pero hay muchas mujeres llamadas Jenny. Puedo ver la razón por la que podría agitarte un poco, pero… – Te dije que mi madre fue asesinada. No creo haberte dicho que había sido estrangulada. En junio de 1979. Veintiséis años atrás. – Veintiséis… -Rick frunció el ceño-. En el año 1979. Ese mismo verano, el Estrangulador de Bayside comenzó su carrera aquí. Jesús, Cass, ¿estás diciéndome que ella fue una de sus primeras víctimas? ¿No crees que podrías haberlo mencionado antes? – No, no lo fue. Al menos… no. Bien… no. -Cass estaba claramente confundida-. El hombre que la mató… Mató a mi padre… A mi hermana pequeña… fue detenido. Fue juzgado y condenado. – ¿Confesó? – No -Ella se mordisqueó la uña de su índice derecho-. No. Nunca lo hizo. – Quizás deberíamos ir a hablar con él. – Difícil de hacer. Murió hace unos diez años, ¿recuerdas? – Cierto. Tal vez el atacante de Lucy tenía a otra Jenny en mente. – Lo que tienes que saber es, que Lucy se ve casi exactamente como mi madre. -Ella cerró los ojos y se recostó contra el respaldo-. Ahora que lo pienso, todas las víctimas se parecen un poco a mi madre. Bonitas, con pelo largo oscuro… – ¿Nadie conectó jamás el asesinato de tu familia con el Estrangulador de Bayside? Ella sacudió la cabeza. – ¿Por qué lo harían? Era una familia entera que fue arrasada… casi aniquilada. Los otros… fueron todos ataques a mujeres solas. El modus operandi es totalmente diferente, también. Mi familia… -Tragó con fuerza-. Nadie más fue atacado en su propia casa ese verano. Mirando hacia atrás, puedo ver por qué no hicieron ninguna conexión. Y todavía no estoy segura de que haya una conexión. No quiero que exista una conexión. – ¿Dónde estabas tú? -Preguntó-. ¿Estabas fuera de la casa el día del ataque? – Yo estuve allí, -dijo, luego se giró a mirar por la ventana. Él quería preguntarle cómo se había salvado, pero el aspecto que mostró su cara le advirtió que se callara. – Tenemos que hablar con el Jefe Denver. Tienes que decirle lo que te dijo Lucy. Cass asintió, pero no habló. Rick encendió el coche y condujeron en silencio hasta la comisaría. Caminaron directamente a la oficina del jefe y Cass apenas golpeó antes de abrir la puerta y entrar. – Cass. -Jefe Denver levantó la mirada desde su escritorio, comenzó a decir algo, pero su expresión lo detuvo. En lugar de ello, preguntó-: Cassie, ¿qué ha sucedido? Ella le contó sobre su conversación con Lucy. – ¿La llamó Jenny?-Denver preguntó incrédulamente-. ¿Está segura? – Ella está segura. – ¿Pero que diablos…? -Denver la contempló sin expresión-. ¿Por qué diablos él…? – Jefe, me pregunto si puedo echarle un vistazo a su archivo policial sobre el ataque a la familia de Cass, -dijo Rick-. ¿Asumo que todavía lo tiene? – Supongo que todavía está en el cuarto de almacenamiento. Cuando nos cambiamos al nuevo edificio municipal hace siete años, todos nuestros viejos archivos fueron embalados y almacenados. Puedo hacer que alguien lo busque. No recuerdo haber dado el visto bueno para deshacernos de cualquiera de ellos, así que asumo que todavía lo tenemos. ¿Para qué lo quiere? ¿Qué está pensando? – Pienso que hay una conexión con el Estrangulador de Bayside que de alguna manera se les escapó a todos en aquel entonces. – De ninguna manera perdimos una maldita cosa. Ninguna maldita cosa. ¿Qué infiernos le hizo pensar tal cosa? – Empecemos con el ataque a Lucy Webb, y el hecho de que su agresor la llamó Jenny. – Hay un montón de mujeres llamadas Jenny. – ¿Con el pelo largo oscuro, que fueron estranguladas hasta morir por un asesino que sólo apunta a mujeres con el pelo largo oscuro? – Mire, Cisco, yo fui parte de ambas investigaciones en ese entonces, los Burkes y el Estrangulador. Yo fui uno de los primeros oficiales en la escena en la casa Burke. Le puedo decir que no mucho se nos escapó a nadie. Todos conocíamos a Bob y a Jenny. Repasamos esa casa con lupa. Encontramos al asesino escondido en el garaje, cubierto con la sangre Bob Burke. No tuvimos duda de que era el responsable de esos asesinatos. -Denver levantó la voz con ira y habló como si hubiese olvidado que Cass estaba en el cuarto-. Bajé a esa niña por los escalones, sangrado desde el cuello a su cintura, cortada en pedazos como… Cass salió disparada del cuarto. – Jesús, no puedo creer lo que acabo de hacer. -Denver se pasó una mano sobre su cabeza-. Virgen Santa, no puedo creer haberlo hecho. Rick la siguió, luego se detuvo en la puerta, y por encima de su hombro preguntó: – ¿Por «esa niña», quiere decir la hermana de Cass? – No, me refiero a Cass. Ese bastardo la apuñaló en el pecho cinco, seis veces, y la dejó por muerta. Es un milagro que viviera. Todavía no sé cómo sobrevivió. – Necesito ver el archivo tan pronto como pueda tenerlo. Hoy, si es posible. -Rick cerró la puerta y se fue en busca de Cass. La encontró en su oficina, sentada en su escritorio, las luces apagadas, las persianas de la ventana bajadas. Él no podía pensar en nada que decir que posiblemente pudiera consolarla o importara, por lo que no dijo nada. Simplemente apartó la silla de escritorio que ella le había ofrecido hacia unos días, y esperó que volviera de donde quiera que sus recuerdos la habían llevado. Estaba bastante seguro de que no era un buen lugar. Permanecieron sentados en silencio por casi veinte minutos antes de que su teléfono celular sonara. Él contestó, escuchó, y luego dijo: – Allí estaremos. Gracias. Cass alzó la vista para encontrar su mirada. – Era Mitch. La Dr. McCall -la perfilista de la que la que te hablé- ha tenido un cambio de planes y no puede estar aquí hasta alrededor de dos de mañana. Cass asintió distraídamente. – Necesitaré decirle todo lo que salio a la luz hoy. Incluido el hecho de que estabas en la escena cuando tu madre fue asesinada. – Yo no estuve allí, -le dijo, su cara todavía blanca, sus ojos enormes y redondos y angustiados. – Pero Denver dijo que habías sido atacada… – Entré en la casa después de que hubiese acabado. – Pero lo viste. Ella sacudió la cabeza. – No lo recuerdo. Sucedió tan rápido. Fue sólo una mancha. – A pesar de todo, Annie va a querer hablar contigo acerca de esto. -Y, probablemente más que eso, lo sabía, pero dejaría que Annie tratara con eso. – Mientras tanto, ¿qué te gustaría hacer? – ¿Qué? -Ella frunció el ceño, como si no entendiera ni una palabra. – ¿Cómo te gustaría pasar el resto del día? ¿Hay algún lugar donde te gustaría ir? Ella pensó por un momento, luego extendió la mano. – Dame las llaves del coche. Te llevo. Rick no tenía ni idea de adonde se dirigían. Todo lo que sabía era que ahora mismo, Cass parecía estar en un estado de ánimo algo frágil, e iría a donde ella quisiera ir si eso ayudaba a mantenerla en pie hasta que llegara Annie. Como psicólogo, Annie era mucho más capaz de manejar eso, ella sabría qué decir y qué no decir. En su mayor parte, Rick sólo quería que Cass resistiera hasta el otro día. Se recostó en el asiento del pasajero y esperó hasta que llegaran a su destino, dondequiera que fuese. Fueron hacia las afueras de la ciudad por varios minutos, por un camino ribeteado en ambos lados de pantanos. Las altas aneas se extendían por el lado derecho. Una o dos millas por el camino, los juncos comenzaban a disminuir y llegaron a un claro. En el centro del claro se asentaba una casa con tejas de cedro degradado a un rico café. Cass giró en el sendero y apagó el motor. Salió del coche sin decir nada y Rick la siguió. La casa había sido abandonada, evidentemente, hacia mucho tiempo, al igual que el barco de madera podrido asentado en bloques de cemento cerca de un garaje en ruinas. Un oxidado conjunto de columpios de niños situado en el extremo más alejado del jardín, torcidos hace mucho, y en torno a la base de la casa, tercas flores florecían a pesar de años de abandono. Cass fue directamente a los escalones traseros y se sentó en el segundo de la parte inferior. Rick se sentó junto a ella, y ella se movió ligeramente a la izquierda para darle cabida. Se sentaron en la misma forma, él notó. Los pies sobre el peldaño de abajo, los brazos descansando sobre sus muslos. – ¿Dónde estamos?, -preguntó, a sabiendas de que fuera lo que fuera ese lugar, era importante para ella. – Mi casa. – Tu casa? ¿Aquí es donde…? Ella asintió. – ¿Nadie vive aquí? – No desde entonces. – ¿Quién es el propietario ahora? – Yo. – ¿Te ocupas del exterior? -La hierba había sido obviamente cortada recientemente. – Tengo a alguien que lo hace cada semana. Él miró sobre su hombro y estudió la estructura. – Supongo que tendrías que hacer mucho trabajo para venderlo. – No lo vendería. Nunca lo vendería, -dijo rápidamente-. Es todo lo que me queda. – ¿Piensas que te vendrás algún día? Ella sacudió la cabeza. – Ni siquiera he entrado desde ese día. Me fui directamente a casa de mi tía y tío después de que fui dada de alta del hospital. – ¿Ha entrado alguien? – Quizás mis abuelos, mientras seguían con vida. La policía le dio a mi abuelo la llave cuando terminaron. La encontré en un gancho cerca de la puerta trasera después de su muerte. – ¿Dónde está la llave ahora? Buscó en su bolsillo y sacó su llavero. – Aquí mismo, -dijo-. Sé lo que estás pensando. Piensas que es estúpido aferrarse a una propiedad todos estos años si nunca vas a hacer nada con ella. Varios acres de terreno, cerca de la bahía, tienen un gran valor, lo sé. No creerías lo que me han ofrecido por ella. Pero no puedo vivir aquí, y no puedo separarme de ella. No puedo entrar, pero no puedo alejarme. Es el último lugar donde fuimos una familia. El último lugar donde los vi. Cass miró sobre su hombro la casa. – A veces creo que ellos están todavía aquí, justo dentro de la puerta. A veces pienso que veo a mi madre en una de las ventanas. Ella lo miró, buscando una reacción. – Debes pensar que estoy loca. – Puedo entender por qué querrías verla. Puedo entender por qué la buscarías aquí. Tanto si vendes la casa o la conserves, si entras o no, no es asunto de nadie, sino tuyo. Si te consuela sentarse aquí, eso es lo que tienes que hacer. Sufriste una pérdida terrible, Cass. -Él se acercó y tomó su mano-. Denver me contó lo que te sucedió. Lo siento. Ni siquiera sé qué decir, cómo decir cuanto lamento todo lo que te pasó. Ella asintió y miró fijamente los juncos. – Cuando yo era pequeña, la totora no estaba tan cerca en la parte de atrás. Lo hacían a los lados, pero aquí, atrás, estaba completamente abierto hasta el pantano. Hay mareas allí, y Lucy y yo utilizábamos trozos de madera para hacer pequeños puentes para poder caminar por ahí. Tuvimos una tabla que llevábamos con nosotros para poner abajo; caminábamos sobre el agua, recogíamos la tabla, y la llevábamos hasta el siguiente riachueluelo… -Ella hizo una pausa, recordando-. A veces los mosquitos eran tan feroces. ¡Y las moscas! Oh, cielos, teníamos moscas verdes por ahí… lo suficientemente grande como para levantarte y arrastrarte hasta la bahía. Algunos días volvíamos cubiertas de verdugones, y mi madre nos frotaba algodón con calamina para las picaduras. Ella se tragó un nudo y trató de sonreír. – Es curioso lo que uno recuerda, ¿no? ¿Qué cosas recuerdas de tu infancia? Cass suspiró y lo miró. – ¿Qué recuerdas de tu infancia?, ¿cuál es la primera cosa que viene a tu mente? – La caída del pajar de mis abuelos cuando tenía tres años, -respondió sin dudarlo. – ¿Te lastimaste? – Me quebré ambos brazos. -Se apartó el pelo que colgaba un poco sobre su frente para mostrarle una cicatriz irregular-. Caí de cara al piso. – Tienes suerte de no haberte partido el cráneo. – Al parecer tenía la cabeza dura. También me llevé algo de heno conmigo cuando me lancé del pajar. – Como he dicho, suerte. – Fue sólo la primera de una larga serie de contratiempos. Tuve una infancia llena de baches. Era un poco temerario, supongo. – ¿Pasaste mucho tiempo en la granja de tus abuelos? ¿Es esa la abuela que te enseñó a hornear? Él sonrió al recordarla. – Sí. Viví con ellos más o menos hasta los cinco años. – ¿Y después qué? – Igual pasé mucho tiempo con ellos. Sólo que no viví con ellos a tiempo completo. – ¿Y tu familia? ¿Hermanos? ¿Hermanas? – Dos medio hermanos, dos medias hermanas. Todos más jóvenes. Una madre, un padrastro. – ¿Qué pasó con tu padre? – Nunca conocí a mi padre biológico muy bien. Yo fui el producto de una indiscreción juvenil, como dice el dicho. Mi madre se casó con mi padrastro cuando tenía cinco años. Él es realmente el único padre que conozco. – ¿Ellos todavía viven en Texas? – Sí. Todos ellos. – ¿Vuelves a menudo? – Ya no tanto, -dijo suavemente-. Lo hice mientras mi abuelo todavía estaba vivo, pero ahora no parece ser mucho más que un punto en el mapa. Cass deseó poder preguntarle por eso -acerca de por qué no tendría ningún motivo para visitar a su madre o a los demás-, pero sabía que era mejor no fisgonear. Sabía lo que era cargar con cosas de las que odiaba hablar, como se sentía uno cuando alguien empezaba a sondear entre todos aquellos lugares que uno mantenía para sí mismo. Tan seguro como que ella tenía secretos, Rick Cisco tenía algunos propios. Se encontró esperando que quizá algún día averiguara cuales eran. Rick miró su reloj. – La tarde casi se ha ido. ¿Quieres quedarte aquí un rato más? – Supongo que no. -Ella miró hacia arriba. El sol estaba bien lejos al oeste-. Nos hemos perdido el desayuno. Y el almuerzo. Deberíamos tal vez conseguir algo para comer. – Amén por eso. Ella sonrió. – Hay un lugar no muy lejos por el camino que hace unas hamburguesas maravillosas. – Me leíste la mente. -Rick se puso de pie, de repente consciente de que seguía tomando su mano. Él la tiró del escalón, pero no la soltó-. ¿Te sientes mejor? – Sí. Un poco. Tal vez un poco más en paz. -Ella no hizo ningún esfuerzo por soltar su mano mientras caminaban hacia el coche-. Siempre me siento más segura después de estar aquí un rato. Sé que debe parecer una locura, después de todo lo que ocurrió aquí. Ella sonrió casi disculpándose y añadió: – Éramos una familia tan feliz, Rick. Sé que es fácil idealizar tu infancia, tu familia… pero de verdad, éramos todos muy felices. Ella estaba al lado del coche y miró hacia atrás a la casa, sus ojos pasaron de una ventana a la siguiente antes de concentrarse en un ventanal del segundo piso. Él siguió su mirada, pero no vio nada allí. Tal vez ella se imaginaba que había alguien allí, Rick pensó mientras rodeaba la parte delantera del coche. Podría ser que necesitase ver a alguien allí. Bueno, si eso le daba consuelo, quién sabe… Miró de nuevo cuando estaba abriendo la puerta de su vehículo, y por una fracción de segundo no estuvo seguro de que no haber visto algo en el ventanal. Una sombra quizá. Miró por sobre el techo del coche hacia donde ella estaba, en seguida de regreso a la ventana. Lo que había pensado que había visto se había ido. El poder de sugestión, se dijo a sí mismo se ubicaba detrás del volante. Nada más que eso. |
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