"Verdad Fria" - читать интересную книгу автора (Stewart Mariah)

15

Regan iba por su segunda taza de café cuando sonó el timbre el lunes por la mañana. Miró el reloj, las 7:45.

– Tengo una buena noticia, -dijo Mitch cuando ella le abrió la puerta-, y algunas… así, algunas teorías.

– Dame la buena noticia primero. -Ella lo saludó y él la siguió por el vestíbulo hacia la cocina-. Luego me puedes dar las teorías.

– La buena noticia es que tengo otros dos nombres más de las víctimas de la lista misteriosa de tu padre.

Mitch dejó su maletín negro en el suelo junto a la mesa de la cocina y sacó una carpeta.

– 21 de mayo de 1983. Pittsburgh, Pensilvania. Elaine Marchand. Edad veintinueve. -La miró-. ¿Quieres conjeturar al azar sobre la causa de muerte?

– Estrangulación. Después de haber sido asaltada sexualmente.

– El archivo no especifica el orden, pero esa sería mi conjetura.

– ¿Qué más tienes allí? -Se inclinó para echar una ojeada, y él dobló el papel para proteger sus notas.

– Depende. ¿Te beberás todo ese café tú sola? -Preguntó.

– Lo siento. Te serviré una taza. -Fue al armario y sacó una taza-. Estabas diciendo…

– Charlotte, Carolina del Norte. 1 de febrero de 1986. Raquel Sheriden. -La observó servir el café y esperó hasta que se volvió hacia él-. Edad…

– Finales de los veinte, principios de los treinta. Violada y estrangulada.

– Eres buena en esto, -dijo impasible-. ¿Alguna vez has pensado en trabajar para el gobierno? He oído que el FBI está buscando unos buenos agentes.

Ella sonrió y le entregó la taza.

– Me arriesgaré y supondré que ninguno de estos asesinatos ha sido resueltos.

– Eres realmente buena en esto. -Sorbió el café caliente con cuidado.

– ¿Dónde conseguiste toda la información?

– De los archivos de la computadora de la Oficina. -Vertió leche descremada en la taza y la revolvió con la cuchara que ella había utilizado-. Y eso no es todo lo que logré.

– ¿Qué más?

– Tengo una lista de más de cuarenta asesinatos misteriosamente similares, no resueltos que han ocurrido durante los últimos veinticinco años. Mismo modus operandi. Todos de diferentes partes del país. Más cargados en el sur por varios de esos años, no obstante. Vamos a tener que echarle un vistazo a eso.

– ¡Cuarenta! -Los ojos de Regan se abrieron de par en par-. Cuarenta…

– Y esos son sólo los que he podido encontrar con facilidad. Dios sabe cuántos puede haber que nunca se introdujeron en el sistema.

– Por lo tanto, podrían ser más.

– Podrían haber muchos más, -dijo sobriamente-. Ahora, por supuesto, tenemos algo de trabajo por hacer para determinar si esos otros son, de hecho, probables víctimas de nuestro hombre. Vamos a tener que echar un vistazo a cada caso individualmente, pero las coincidencias son extrañas.

– ¿Qué pasa con estos otros lugares… -Buscó en la mesa la lista original, la encontró en la parte inferior de la pila-. Turquía, Panamá, Croacia… -Ella lo miró-. ¿Cómo encontrar información sobre esos lugares?

– Ese será un poco más complicado, pero tengo a alguien en la Oficina trabajando en eso. Mientras tanto, mira aquí. -Él tomó dos mapas de su maletín y extendió uno en la mesa, apartando la taza de café del camino-. Este es un mapa de los Estados Unidos. He encerrado en un círculo en rojo todas las ciudades de las que hemos hablado, pero es un poco difícil de ver, por lo que he comprado algunos alfileres de colores. ¿Hay un lugar donde podamos colgar esto?

– ¿Qué tal ahí en la puerta del sótano?

– Me parece bien. -Clavó las esquinas superiores a la puerta-. Servirá, siempre y cuando nadie quiera bajar.

– Muéstrame. -Señaló el mapa.

– Déjame poner los alfileres en su lugar. Empezaremos por identificar los lugares de la lista de tu papá con alfileres rojos.

– Las víctimas conocidas del Estrangulador de Bayside.

– Correcto. -Procedió a colocar los alfileres rojos en el mapa-. Ahora, para los asesinatos por la Costa de Jersey, estoy poniendo una tachuela roja para representarlos a todos, ya que es básicamente un solo lugar. Luego tuvimos Pittsburgh… Charlotte… Corona… Memphis…

Regan se acercó para mirar más de cerca.

– ¿Vamos a asumir que las fechas y los sitios en aquella lista representan asesinatos?

Él asintió.

– Creo que es una suposición inequívoca. Cuando miramos el panorama en conjunto, todo lo señala así.

Mitch apoyó la espalda contra el mostrador.

– Creo que estamos de acuerdo en que el Estrangulador de Bayside y el hombre que cometió estos otros asesinatos son la misma persona.

– Sin duda se ve de esa manera.

– Y creo que quienquiera que sea él, y por razones que aún no entiendo, escribió a tu padre a lo largo de los años. -Mitch volvió a la mesa por su taza-. «Hey, Landry, ¿me recuerdas?»

– Él le envió notas para mantenerlo actualizado de sus actividades. Jactándose de sus hazañas. Y mi papá empezó a llevar un registro de cuándo las recibió, y dónde fueron franqueadas.

– Tenemos que encontrar el resto de los archivos de tu padre y ver lo que hizo con toda esa información.

– Se las habría enviado a alguien, -dijo Regan-. Algo como esto, tantas víctimas en tantas áreas, habría ido directamente al FBI. El habría guardado copias de las cartas, pero no se las habría guardado para sí mismo.

– Creo que tendríamos más éxito buscando en las cajas de archivos aquí que en la Oficina. Sin saber a donde él envió la información o a quien, o cuando, ni hay que decir donde podrían estar ahora. Pediré a John Mancini que haga que alguien allí en la Oficina lo examine, pero es un disparo tan largo, que casi no vale la pena el tiempo. A menos que una investigación oficial fuese iniciada y documentada, será imposible. Con el paso de todos estos años, tienes oficinas cerradas o trasladadas, agentes muertos, jubilados, o reubicados. Los archivos de tu padre pueden ser un lío, pero estamos bastante seguros de que en algún lugar en medio de todo esto encontraremos lo que estamos buscando. No tenemos esa garantía sí confiamos en los registros de la Oficina.

Regan estudió la lista otra vez.

– Estas fechas varían desde principios de los años ochenta hasta finales de los noventa. Mi conjetura sería que él las pasó tan pronto como se dio cuenta de lo que estaba sucediendo.

– ¿Piensas que comprendió que el asesino le decía cada vez que había golpeado?

– Creo que mi padre se lo hubiera figurado. Recuerda que esto no era excepcional. -Ella agitó la página hacia él-. Él había sido contactado por asesinos en muchas ocasiones durante los últimos treinta años. Algunos querían confesarse con él, varios escribieron para burlarse de él. Otros lo desafiaron. Atrápame si puedes, ese tipo de cosas.

– ¿Por qué tu padre?

– Todo comenzó con un libro que escribió en 1975. Había entrevistado a un asesino llamado Willie Miles, que estaba en el corredor de la muerte en Florida por asesinar a sus esposas… que serían tres ex-esposas. Mi papá me contó que había seguido el caso para el periódico en el estaba trabajando en ese momento, pero pensó que era una historia muy interesante.

– ¿Tu papá comenzó en el periodismo?

– En efecto. De todas formas, al parecer, Willie estuvo comunicativo en su bloque de celda y habló de cómo este escritor había venido a verlo desde el norte, y cómo iba a ser famoso porque este escritor iba a escribir un libro sobre él, y uno de los otros reclusos lo recogió. Este segundo escribió a papá un par de veces. Supongo que le habría dicho a alguien más sobre él, y antes de que mi papá lo supiera, estaba recibiendo correo de otros hombres en el corredor de la muerte, también. A continuación, algunos que todavía no estaban en el corredor de la muerte, y algunos de otros estados. Y luego algunos que no habían sido siquiera capturados.

– ¿Por qué piensas que se contactaron con él?

– Creo que ellos pensaron que los haría famoso. Escribir un libro sobre ellos, también. La prensa había recogido la historia acerca de mi padre recibiendo todos esos correos, y supongo que todos deseaban sus quince minutos de fama. Disminuyó después de unos cuantos años, pero de vez en cuando él todavía recibía noticias de presidiarios. -Ella sonrió irónicamente-. A veces le escribían sólo para decirle que estaba equivocado sobre algo que había escrito. Así es como entró en contacto con Curtis Channing, el asesino en serie que, en última instancia, fue responsable de su muerte.

– El asesino que puso el nombre de tu padre en la lista negra que dio a otra persona.

– Archer Lowell. El hombre que disparó a mi padre.

– ¿Y estás segura -segurísima- que tu padre guardó toda esta correspondencia?

– En un lugar u otro. Lo apostaría.

– Perfecto. Todo vuelve a encontrar la caja correcta.

– Me temo que sí.

– Podemos buscar en las cajas mientras esperamos.

– ¿Esperar qué?

– Que alguien responda a mis preguntas. Envié un montón de correos electrónicos e hice un montón de llamadas telefónicas ayer a mi oficina, así como a varios departamentos de policía locales, agencias de aplicación de la ley estatales, cualquiera que haya investigado esos otros homicidios, pidiéndoles que me manden por fax copias de sus informes de la investigación.

– ¿Cuarenta víctimas más los cuatro de la lista de papá?

– Más vale que echemos un vistazo al panorama. Con ese fin, tengo un montón de alfileres amarillo brillante. Usaremos estos para marcar a las otras cuarenta víctimas que descubrí en la computadora.

– ¿Por qué apartar esos?

– Porque todavía tenemos que poner esa lista por orden de fecha e integrarlos en una lista principal. Cuando creemos los archivos para cada una de ellas, y confirmemos que lo más probable es que sean víctimas del mismo asesino, cambiaremos el alfiler amarillo por uno rojo.

– Y cuando tengamos todos los alfileres rojos, tendremos una lista completa.

– Hasta que otros nos caigan de improviso.

– Vamos a tomarnos nuestro café a la oficina y comprobemos el fax. Pensé haberlo oído antes. -Regan alcanzó el mando a distancia, y estuvo a punto de apagar la televisión-. Ese es que el jefe de policía de una de esas ciudades costeras…

Subió el volumen.

– … pero usted tendrá que pedir el Departamento de Policía de Hasboro aquella información, -decía.

– ¿Puede darnos alguna información sobre la condición de la mujer que fue atacada ayer por la noche? ¿Ha sido capaz de identificar al hombre que la atacó?

– Realmente no puedo darle ninguna información, Heather. Se trata de una investigación en curso…

– ¿Pero puede confirmar que esa mujer sobrevivió al ataque?

– Una de las mujeres que fue atacada durante el fin de semana sobrevivió. Eso es todo lo que puedo decir en este momento.

– Jefe Denver, del Departamento de Policía de Bowers Inlet, le damos las gracias por su tiempo. -La cámara volvió de nuevo a la presentadora de la mañana-. Enseguida volvemos.

– Ha habido otro. Otro asesinato en Bowers Inlet. -Regan frunció el ceño.

– Al menos uno, por lo visto. ¿Oíste que se refería a otro departamento de policía? Comenzaba con un H.

– No agarré el nombre.

– La Oficina envió a un agente a Bowers a trabajar con su departamento después de los cuatro primeros asesinatos. Déjame hacerle una llamada, y sabremos lo qué pasa.

– Mientras lo haces, creo que meteré todo este papeleo tuyo en la oficina. Hay algo de madera contrachapada en el granero, podemos traer un trozo, clavamos el mapa en él, y lo ponemos delante del estante de los libros.

Ella recogió los archivos de la mesa de la cocina y los llevó pasillo abajo a la oficina. Después de dejar los documentos sobre el escritorio grande, levantó la persiana de la ventana y dejó entrar la mañana.

– Tuve que dejarle un correo de voz a Rick. Entre tanto, ¿que tal si me muestras donde está el contrachapado?

– Está justo ahí, en el granero. -Señaló la ventana, abrió el cajón superior del escritorio y sacó una llave, que le entregó-. Es para la puerta principal.

– ¿No vienes?

Ella vaciló.

– Me quedaré aquí y veré si puedo poner esto en orden. Parece que alguien estuvo ansioso por compartir. -Señaló el fax, donde un montón de papel se desbordaba de la bandeja de recibir. La luz roja parpadeaba furiosamente, indicando que estaba sin papel y tenía más páginas para emitir.

– Muy bien. ¿Puedo salir por la puerta de atrás?

Ella asintió y recargó la bandeja de papel, y después apretó el botón Reanudar. En unos segundos, el fax comenzó a imprimir otra vez. Página tras página tras página.

Regan miró por la ventana y observó a Mitch cruzar a zancadas el extenso camino hacia el granero. Abrió la puerta fácilmente y entró. Menos de cinco minutos más tarde, caminaba de regreso, sosteniendo una gran pieza de madera contrachapada en la cabeza.

– Hay mucha madera buena ahí dentro, -Mitch estaba diciendo cuando entró en la habitación. Bajó la tabla y la apoyó contra la librería-. Y un montón de cinta policial. Lo siento, Regan. Sabía lo que le sucedió a tu padre allí, sin duda no estaba pensando.

Ella asintió.

– Está bien. ¿La cinta todavía está allí?

– Sí. ¿No has…?

– No. No he estado allí desde el día en que le dispararon. No puedo entrar. -Sonrió tristemente-. Debe parecerte tonto.

– No, para nada. En cierto modo, me sorprende que estés viviendo aquí.

– No tenía la intención de hacerlo. Regresé a limpiar las cosas de mi padre, recoger mis pertenencias personales, las cosas familiares que quería guardar, y luego vender la propiedad. No tenía previsto quedarme. Pero vi la historia sobre las mujeres asesinadas en la costa, y me recordó esas notas que encontré…

– Y no pudiste alejarte de la historia.

Ella sacudió la cabeza.

– No creo que pueda. No hasta que todo se resuelva.

– Bueno, vamos a ver si podemos hacer algún progreso aquí hoy, y así puedas continuar con tu vida. ¿Tírame la caja de tachuelas, por favor? Hagamos el mapa.

– Tienes un montón de faxes aquí, -le dijo, cuando afirmaron el mapa en la tabla.

– Eso fue rápido. -Apoyó el mapa contra el estante para libros y tomó la pila de papel que ella le entregó. Los hojeó, leyendo en voz alta-, Policía del estado de Pennsylvania. Alabama… Texas… Nuevo México… y la Oficina de Investigación de Georgia asegura tener mucho que decir.

Él leyó por encima los mensajes de fax que acompañaban los diversos informes.

– Leary, Georgia. Colquitt. Ideal… -Sacudió la cabeza-. Parece que todavía están comprobando sus registros.

– Y hay más fax llegando. -Señaló a la máquina, donde hoja tras hoja se deslizaba en la bandeja.

– Ordenemos estos por fecha, así los tendremos cronológicamente… Ese es mi teléfono.

Sacó el teléfono timbrando del bolsillo de sus pantalones y lo contestó, luego paseó hasta la ventana y miró hacia afuera mientras escuchaba.

– Creo que tenemos que sentarnos y conversar, Cisco, -dijo después de varios minutos-. Allí o acá, no importa… Bien, seguro, entiendo. Puedo estar allá en…

Mitch miró a Regan y preguntó:

– ¿Cuánto hay de aquí a la playa?

– Nueva Jersey tiene toda la costa compuesta de playas.

– Bowers Inlet.

– Tal vez una hora y media. Dependiendo del camino que tomes.

– ¿Conoces algún atajo?

– Claro. Soy una chica de Jersey. Nunca tomamos las carreteras principales.

– Espérame para el almuerzo, -dijo Mitch al teléfono-. Voy a estar allí antes del mediodía.

Cerró el teléfono y lo guardó nuevamente en su bolsillo.

– ¿Qué pasa en Bowers Inlet?, -preguntó.

– Parece que la última víctima -de la que el jefe de policía estaba hablando en la televisión- es prima de la única detective de Bowers Inlet.

– ¿Pero está viva?

– Viva, pero aún inconsciente, por lo que no han podido conseguir ninguna información de ella sobre su atacante.

Regan se sentó en el brazo de una silla y se cubrió la cara con sus manos.

– Esto va demasiado rápido. Es demasiado grande. No puedo mantener el ritmo.

– Estoy seguro de que la policía en Bowers Inlet se siente de la misma manera.

– Bueno, necesitamos una estrategia. -Ella se puso de pie, con sus manos en sus caderas-. Tenemos que mantener esto organizada o se nos irá de las manos. Perderemos de vista alguna información que quizás resulte importante más adelante. Empecemos haciendo el mapa. Coloca los alfileres en todos los lugares en los que pensamos que ha ocurrido un asesinato que podría estar conectado.

– Tal vez puedas hacerlo mientras voy a encontrarme con Cisco. -Mitch entregó a Regan la lista y la caja de alfileres, luego comenzó a juntar todos los faxes-. Quizás cuando vuelva…

– No-no. -Ella sacudió su cabeza-. Voy contigo. El acuerdo con John Mancini fue que yo abriría mis archivos al FBI, pero a cambio, consigo información por adelantado.

– No estoy seguro que por adelantado signifique que tengas que acompañarme.

– Ese fue el acuerdo. -Más o menos-. Puedo ayudarte con esto. Por las últimas semanas, he estado revisando los archivos mi padre. Puede haber cosas que he leído que podrían significar algo para tu investigación.

– ¿Tal como…?

– Algo que oiga, o vea, en Bowers Inlet podría recordarme algo que leí en uno de sus archivos.

Mitch buscó en sus bolsillos sus llaves.

– Además, me necesitas. -Ella dobló sus gafas de lectura y buscó su estuche en medio de los documentos sobre el escritorio. Lo encontró, metió los lentes y lo guardó en su bolso.

– ¿Lo hago?

– Seguro. Conozco todos los atajos.