"Verdad Fria" - читать интересную книгу автора (Stewart Mariah)11Mitch Peyton se sentó a la mesa de Regan Landry e intentó lo mejor que pudo no mirarla fijamente. ¿Cómo había descrito Cisco su rostro? ¿Interesante? Si la cara frente a él era interesante, tenía que preguntarse qué pensaba Cisco que era hermoso. Oh, la cara era lo sobradamente interesante, bien. Ojos verdes hundidos y una masa de pelo rubio rizado tomado en un enredado moño en la parte posterior de la cabeza. Un cuerpo bien proporcionado bajo una camisa rosa pálido de algodón, las mangas enrolladas, y pantalones negros de yoga. Los pies descalzos. Se había asustado cuando ella le había abierto la puerta y había alzado la vista hacia él cuando llegó a su granja a principios del día. Había estado esperando… bien, no estaba muy seguro de lo que había estado esperando, pero no era ella. No se trataba solamente de su apariencia llamativa. Había una energía en ella, una vitalidad, que envió a sus sentidos un aviso de alerta. – ¿Agente Peyton? -había preguntado, en seguida había mirado la identificación que él le ofreció. Lo estudió con graves ojos, y luego le sonrió-. Por favor entre. He estado esperándolo. La sonrisa realmente le había llegado. Apenas había escuchado una palabra de lo que ella dijo, sólo la siguió pasillo abajo al estudio, donde dijo que había estado trabajando, y que él probablemente querría ver lo que ella había encontrado de inmediato, por lo que así tal vez podrían ponerse manos a la obra lo antes posible. – Me alegro de que viniera a revisar estas notas en persona, -dijo-. John y yo discutimos la posibilidad de mandarlas por fax al FBI, pero además, existen todos estos otros archivos, y Dios sabe lo que hay en ellos… Ella había ondeado su mano alrededor de las pilas de cajas que cubría la mayor parte de la zona alfombrada. – … y sé que hay más en esta historia de lo que tenemos aquí. ¿Le dije por teléfono cuan desordenado era mi padre manteniendo sus registros? Mitch había cabeceado. – Bueno, estamos pagando el precio por eso. -Ella había dado un paso detrás del escritorio y se había sentado en la silla de cuero, que pareció tragarla, y le había hecho señas para que tomara asiento. Había acercado una silla hasta el escritorio y se había sentado. – ¿Qué le hace estar segura de que hay más de esos pocos archivos? -había preguntado. – Es una historia intrigante, y mi padre no podía resistirse a la intriga. – Si él estaba tan sorprendido por lo que tenía, ¿por qué no lo siguió en aquel momento? ¿Y sabe con seguridad que no lo hizo, y tal vez lo abandonó, encontrándolo improductivo? – Una posibilidad es que pudo haber estado absorto en otra cosa, tal vez terminando un libro o acababa de empezar uno. Desarrollaba cierta visión túnel cuando estaba trabajando. Lo que sólo agravó sus negligentes hábitos de clasificación. Él podría tener una idea que le interesara, pero si ya estaba en un proyecto, habría dejado de lado la idea por el momento. Por otra parte, no sé por que no lo prosiguió más allá de lo que he encontrado hasta el momento. Sospecho que hay más, pero no lo he encontrado aún. Y, por supuesto, existe la posibilidad de que lo descartara por que no valiera la pena. Le expliqué todo eso a John Mancini. Pensó que usted debería echarle una mirada, considerando lo que pasa en esos pequeños pueblos costeros. Ella había abierto un expediente y lo giró hacia él, después se alzó medio fuera de su asiento para salvar el escritorio. – Estas son las cartas que encontré. ¿Ve los números en las esquinas? Él había mirado las cartas. – Cuando mi papá comenzaba a reunir sus notas para empezar a preparar un proyecto -un posible proyecto-, numeraba las páginas en la esquina, precisamente así, para mostrar el orden en que iba a presentar su primer borrador. – Tal vez había otras cosas… fotos, informes, algo… que él hubiera puesto entre estos dos. Ella había sacudido su cabeza. – Él habría mantenido las cartas juntas, por orden cronológico, e informes separados, aunque también en orden cronológico, numerados por separado también. Si no hubiese recibido ninguna otra carta, ésta, con el siete en la esquina, habría sido numerada uno. Y la número once tendría un dos en la esquina. Hay otras cartas. Estoy segura de ello. Sólo que no sé lo que hizo con ellas. – ¿Por qué no las habría guardado juntas? – ¿Por qué los cerdos no pueden volar? Él la había mirado fijamente – Quiero decir, esa es una pregunta que no tiene respuesta. Lo mejor que se me ocurre es que las otras cartas llegaron cuando estaba absorto en otra cosa y las metió en un archivo para que no se perdieran antes de que pudiera volver a ellas. – Entonces olvidó donde puso los archivos. Ella asintió. – Ese es mi papá. – Así que ¿cómo saber por dónde empezar? – Voy caja por caja. – Eso no debería tomar mucho tiempo. -Había comenzado a contar cajas. – Hay más en el sótano. – Oh. – Y en el ático. – Ya veo. – Él también utilizó una de las pequeñas dependencias para almacenamiento. – Estoy empezando a conseguir el cuadro. Ella había sonreído de nuevo. – Bien. Ella había revisado varios otros archivos, y luego le entregó dos hojas de papel. – Estas son las listas que llamaron mi atención. La primera de ellas es bastante auto-explicativa. – Las víctimas atribuidas al Estrangulador Bayside, junio 1979-agosto de 1979, -había leído en voz alta, y luego examinó la lista de nombres. – ¿Ha confirmado que eran, de hecho, víctimas del Estrangulador Bayside de 1979? -Había preguntado, alzando la vista. – He confirmado los cuatro primeros. Eso es lo que pude. Había tomado su maletín, lo abrió, y sacó su ordenador portátil. – Tenemos varios ordenadores aquí, -ella le había dicho cuando él se ubicó en la esquina del escritorio-. Usted no necesitaba traer el propio. – Puedo ir probablemente a sitios con éste que usted no puede con cualquiera de los suyos. -Había sonreído cuando lo encendió-. Vamos a ver lo que podemos ver. – ¿Inalámbrico? -había preguntado, y él había cabeceado. En seguida él se había perdido en el ciberespacio por un tiempo corto. Había regresado una media hora más tarde, para ver todo el escritorio y encontrar su silla vacía. Él había tomado una pequeña impresora portátil de la caja cuadrada ubicada a sus pies y la conectó a una toma de corriente cercana. Cuando la página se imprimía, la había sentido en el umbral. – Hice el almuerzo, -le había dicho-. Nada elaborado, pero son casi las dos y media, y si usted desayunó tan temprano como lo hice hoy, tiene que estar al menos tan hambriento como yo. – Gracias. -Había mirado su reloj-. No tenía ni idea de cuan tarde era. Había reunido las dos hojas de papel que había impreso y seguido a la cocina, que estaba inundada con la luz del sol de la tarde. Eso había sido casi una hora atrás, y ellos todavía estaban sentados en la mesa, sus platos ahora vacíos y los tazones de sopa dejados a un lado. Y él seguía teniendo problemas para apartar los ojos de su cara. – ¿Todos esos nombres se encontraban en los archivos del FBI? -Ella estaba preguntando. – En los archivos a los que tenemos acceso. – Por supuesto. -Una media sonrisa curvó una de sus comisuras. Ella bajó su voz a un tono siniestro-. Tenemos nuestras maneras… Mitch se rió. – Así que sabemos que este es real. -Ella colocó esa lista aparte y deslizó la segunda lista al centro de la mesa-. ¿Qué piensas de ésta? ¿Qué es lo que se supone que significa? – Ya que estaba con la lista del Estrangulador de Bayside, tengo que pensar que las listas están relacionadas. De lo contrario, tan desordenado como era tu padre manteniendo sus registros, ¿no estarían en archivos separados si no hubiera conexión? -Dio unos golpecitos en la primera anotación en la segunda hoja de papel-. Algo sucedió en Pittsburgh, en mayo de 1983 que atrajo su atención. Y en febrero de 1986, en Charlotte. Así que tenemos que averiguar es lo que llamó su atención en esas fechas. Regan frunció el ceño y contempló la lista. – Él mantuvo algunos archivos -y de nuevo, uso ese término muy libremente- de recortes de periódicos. Anchas carpetas marrones, ¿sabes a lo qué me refiero? – ¿El tipo de las que tiene los lados de acordeón, para expandirse? – Sí. Tal vez si las revisamos, una de estas fechas nos salte a la vista. – Vale la pena un vistazo, seguro. ¿Dónde están los archivos? – Hay algunos en la oficina, en uno de los archivadores. Llevemos nuestro café con nosotros. Siento curiosidad ahora por ver si hay algo allí. – Adelante. -Él apartó la silla de la mesa de la cocina y se paró-. Tal vez encontremos la clave en uno de ellos. Se sentaron en el suelo alrededor de una mesa de centro redonda grande y repasaron primero un archivo, luego otro. Estaban en su segunda hora de búsqueda, cuando Mitch dijo: – ¿No había un Corona en esa lista? – Sí, -dijo, y apartó algunos papeles para comprobar la lista original-. Aquí está. Agosto'86. Corona. -Ella lo miró-. No estoy segura de saber donde está Corona. – Este recorte es del 15 de agosto de 1986. Dateline Corona, Alabama. -Leyó por encima el pequeño recorte, a continuación, leyó en voz alta-. – ¿Dice cómo murió? – Fue estrangulada. – ¿Violada? Leyó un poco más. – Sí. – Hay una coincidencia, -dijo ella con cierto sarcasmo. – Apuesto que tu padre pensó lo mismo. Sacó su teléfono celular del bolsillo de su pantalón y llamó a informaciones para pedir el número del departamento del sheriff en Corona, Alabama, pero no estuvo en absoluto sorprendido de encontrar que nadie en el turno del fin de semana pareciera saber nada acerca de un asesinato de 1986. Dejó un mensaje para que alguien le devolviera la llamada, luego cerró el teléfono con un chasquido. Pulsó unas teclas de su teclado, y marcó otro número. Saltó el contestador automático, y comenzó a dejar un mensaje. – Hola, Jessica, soy Mitch Peyton, del FBI. Trabajé contigo en un caso en Montgomery hace unos cuantos años, no sé si me recuerdas o no. Estoy investigando un antiguo caso de asesinato -la víctima se llamaba Andrea Long, agosto'86- y me preguntaba si podrías arrojar un poco de luz sobre… Oh, hola, Jessica. ¿Cómo estás? Conversó por unos momentos, luego fue al grano. – Esperaba que pudieras… no, no tengo ninguna otra información, sólo el nombre de la víctima, una fecha aproximada de la muerte, y el hecho de que fue estrangulada y asaltada sexualmente… Bueno, para empezar, me preguntaba si el caso fue resuelto. Si no es así, si hay una lista de sospechosos… Claro, eso sería grandioso. Puso su mano sobre el auricular. – Regan, ¿tienes una máquina de fax? Ella asintió y señaló donde estaba ubicada encima de un gabinete de archivo de dos cajones al lado del escritorio. Hizo una especie de garabato moviendo una mano y ella escribió el número del fax en una hoja de papel y se lo entregó. – Escucha, cualquier cosa que tengas, mándamelo por fax a este número. Te doy mi número de celular y dirección de correo electrónico también… Él recitó la información lentamente, y después de unos minutos de charla, terminó la llamada. – Va a revisar los archivos y me avisará si encuentra algo. Pero probablemente no será hasta el lunes. Ella está de salida. – ¿Es del FBI? -Regan preguntó. – Oficina de Investigación de Alabama. – Así que es uno de los diez en la lista no identificados. Alentador, ¿no dirías? – Bueno, sin duda da sentido a nuestra búsqueda. – Dejemos los recortes de noticias aquí, e iniciemos un expediente sobre este caso. -Ella buscó en la pila por un fichero vacío, escribió Andrea Long, Corona, Alabama, de 1986, a un lado, y luego lo puso en el cojín de una silla cercana para mantenerlo separado-. Ahora, veamos qué más podemos encontrar en esta carpeta… En el transcurso de la tarde, emparejaron otro recorte. Gloria Silver, Memphis, Tennessee, había sido encontrada violada y estrangulada el 17 de marzo de 1987. Mitch tomó su celular. – Permíteme adivinar, -dijo Regan-. Estás llamando a la Policía del Estado de Tennessee. Él sacudió la cabeza. – Oficina de Investigación de Tennessee. – ¿De verdad crees que encontrarás a alguien a las ocho cuarenta y cinco en un sábado por la noche? – ¿Es tan tarde? -Él miró su reloj. – Me temo que sí. – Creo que es cierto lo que dicen acerca de que el tiempo vuela cuando te estás divirtiendo. Concluyamos por esta noche, así comenzamos frescos el lunes. Para entonces, debería haber sido capaz de encontrar un par de nombres, y quizá tendremos una respuesta o dos. – Por mí está bien. -Regan se frotó los ojos-. Supongo que tengo que dejar esto de lado por un rato de todos modos. Mis ojos casi se están cayendo de mi cabeza. – ¿A qué hora el lunes está bien para ti? -Mitch recogió su ordenador portátil, lo guardó en su funda, y luego lo metió en el maletín más grande, junto con la pequeña impresora. – No me importa la hora que llegues. Soy madrugadora. -Se levantó y estiró-. Y puede que para entonces haya encontrado los recortes que coincidan con los demás. – ¿Estarás trabajando mañana, entonces? – Claro. Los escritores no siempre tienen los fines de semana, es justo el tipo de trabajo que haces cuando tienes algo con que trabajar, por lo que estoy acostumbrada. – Es un tipo de trabajo parecido al de la Oficina, -dijo-. Uno trabaja el caso hasta que se termina. – Exactamente. Mitch la siguió por el vestíbulo a la puerta principal. – No volverás conduciendo a… ¿Desde dónde condujiste hoy? – Llegué de Maryland. Pero me quedo en un motel sobre la Ruta Uno. – Bien, te veré el lunes. Ella abrió la puerta y él empezó a cruzarla. – Pero tienes mi tarjeta, cierto, en el caso de que algo surja… -Pausa para preguntar. – Sí. Y tú tienes mi número… Él asintió y caminó hasta el coche. Ella permaneció en la puerta mientras él cargaba el maletín negro en el portamaletas, y luego entró en el lado del conductor y encendió el motor. Los faros brillaron lejos en el campo trasero, y con su luz, varios ciervos se asustaron. La luz osciló alrededor del campo y formó un sendero amarillo cuando giró el coche, y le hizo señas cuando pasó por delante. Regan salió al porche y se inclinó sobre la baranda para mirar las luces traseras hacerse más pequeños, mientras recorría el largo camino, y luego desaparecer después de que girara en la carretera principal. Se sentó en el escalón superior durante un rato y contempló el cielo, donde las nubes comenzaban a desvanecerse y las estrellas comenzaban a aparecer. Sus ojos siguieron las luces de un avión a medida que avanza a través del cielo nocturno. Pensó acerca de las fechas y los lugares en las listas y en el hecho de que estaba empezando a parecer que cada fecha y lugar representaba otra mujer cuya vida había sido arrebatada. Más de lo que había esperado cuando al principio tomó el teléfono para llamar al Jefe Denver, más de lo que podría haber imaginado cuando llamó a John Mancini. Estaba agradecida de que hubiese enviado a alguien para ayudarla a revisar toda la información. Agradecida, también se encontró pensando, que ese alguien enviado fuera Peyton Mitch. Sus estilos de trabajo eran tan similares, su enfoque igualmente completo, parecía que había estado trabajando con él desde siempre. Ella no pudo sino preguntarse acerca de él. Él la había atraído desde el momento que había abierto la puerta y miró su rostro. No era el hombre más guapo que había visto en su vida, eso seguro. Sus ojos eran una extraña sombra de azul, tan pálidos que eran casi grises, y su nariz parecía como si se hubiera encontrado con un puño una o dos veces en el pasado. Pero su voz era profunda y suave, sonreía con facilidad y a menudo. Había sido reconfortante tener a alguien batallando con las cajas y archivos, tranquilizador saber que alguien trabajaría con ella para encontrar respuestas a las muchas preguntas que su padre había dejado atrás. Respuestas que podrían llevar posiblemente a encontrar a un asesino. Mitch ciertamente había parecido creer que sí. En el pasado, había sido su padre quien había hecho todas las investigaciones de primera línea en los crímenes reales, y ella la que había puesto todo en orden. Este era un trabajo horrible. No para el débil de corazón. Demostraría tener poco coraje, se preguntó. Al fin y al cabo, ¿sería capaz de hacer por sí sola lo que tenía que hacerse para escribir el tipo de libros en los que había trabajado con su papá? Durante años, Josh la había protegido de la más horrible realidad de su trabajo. Ahora no había nadie para interponerse entre ella y el horror, la locura que removería. ¿Era ella lo suficientemente inteligente como para hacerlo por su cuenta? ¿Era lo suficientemente fuerte? El tiempo lo diría, de una manera u otra. Se levantó y echó una última mirada a los cielos, con la esperanza de estar a la altura del desafío al seguir los pasos de Josh. Sí, era un trabajo difícil. Sí, era agotador y, a veces la información que ella había encontrado, no tenía ningún sentido. Ella nunca se había dado cuenta de que era un enorme, y complicado enigma el trabajo de su padre. A veces, parecía un laberinto sin salida. Una historia escrita en un idioma extranjero, que uno no conocía. El trabajo es interesante, absolutamente. Intrigante, sin lugar a dudas. Y, también, un poco divertido. Pero siempre había un punto fundamental, detrás de cada nombre había una cara y una historia, una familia esperando el cierre. Y un asesino esperando ser capturado. |
||
|