"Reencuentro" - читать интересную книгу автора (Vincenzi Penny)

Capítulo 6

Fue Sarah quien tuvo la idea. Había reflexionado sobre el problema y había llegado a una conclusión sensata. Así era Sarah, pensó Kate. Era una buena amiga, siempre dispuesta a ayudar, y no la fresca que algunos creían que era. Además era muy inteligente.

Si Sarah tuviera padre, y su madre fuera un poco más…, no sé, colaboradora, y no tuviera cuatro hermanos pequeños y la tele no estuviera puesta todo el día desde el desayuno, no le iría tan mal en la escuela. Pero ella sólo quería dejar los estudios y ponerse a trabajar todo el día en la peluquería donde ayudaba los sábados.

– Ganar dinero, para poder huir de todo eso. Buscar un tipo forrado y pasarlo bien. Eso es lo que quiero.

En fin, había sido idea de Sarah poner un anuncio en la prensa.

– Todos tienen esos…, cómo se llaman, anuncios por palabras. ¿Por qué no lo pruebas?

– ¿Y qué pongo? -preguntó Kate con voz dudosa.

– Algo como «Si abandonó a un bebé en el aeropuerto de Heathrow en agosto de 1986 póngase en contacto conmigo, su hija».

– ¿Y qué? ¿Pongo mi número de móvil?

– ¡No! Tienen números en código, y la gente escribe. Si no, podría llamar algún colgado. Tienes que ir con cuidado, Kate. Hay mucho pirado.


Había redactado el anuncio con mucho cuidado. «Por favor, ayúdenme -escribió-, busco a mi madre. Me dejó en el aeropuerto de Heathrow en agosto de 1986 y necesito encontrarla.»

La siguiente decisión fue elegir el periódico. Su madre podía vivir en cualquier parte, de modo que tenía que ser uno de ámbito nacional.

Sus padres leían el Guardian y podían verlo. Los periódicos que a ella le gustaban no tenían esa clase de anuncios. De modo que era el Times o el Telegraph. Había comprado un ejemplar de cada uno y los había examinado. No se podía imaginar que alguien que hubiera sido su madre y hubiera hecho lo que había hecho leyera esos periódicos, pero, evidentemente, no podía saberlo.

Su madre podía ser joven, bueno, ya no tanto, treinta y tantos, o podía ser mucho mayor. Podía estar casada o no, podía tener otros hijos. Eso le dolió más que ninguna otra idea, la de que los otros hijos estuvieran con su madre, y los quisiera y cuidara, sabiendo que era su familia, pero sin tener ni idea de que tenían una hermana que podía reclamar un lugar en esa familia, que tenía todo el derecho a reclamarlo, más que ellos, en realidad, porque había sido la primera.


La idea de Sarah no había funcionado. Kate había llamado al Times y había leído el anuncio. Le había costado mucho oír su voz diciendo: «Por favor, ayúdenme, busco a mi madre», pero lo hizo bien, y después la mujer le preguntó si conocía las condiciones. Once libras la línea, más IVA. Lo que hacía casi sesenta libras. ¡Sesenta! Ya puestos, podían cobrar seiscientas.

Temblando, Kate colgó. ¡Sesenta libras! ¿De dónde iba a sacarlas? Si al menos tuviera un empleo los sábados, como Sarah. Podría ganarlos. Sintió que se le nublaba la vista. Fuera hacia donde fuera, se le cerraban todos los caminos. Era como si hubiera una conspiración para impedirle localizar a su madre.


Estaban sentadas en una clase de historia, cuando Sarah se volvió de repente, con la expresión radiante.

– ¡Kate! -susurró-. ¿Y si pruebas en la red?

– ¿Qué?

– En la red. En Internet. ¿Has pensado en buscar ahí?

– ¡Sarah! -gritó la señora Robson con severidad-. Te agradecería que dejaras de hablar en privado con Kate. A menos que esté relacionado con la Primera Guerra Mundial, por supuesto, en cuyo caso me gustaría oírlo.

– Sí -dijo Sarah, poniendo su famosa expresión de insolencia impenetrable-. Sí lo está, señorita.

– Muy bien.

– ¿Cómo eran los soldados en aquel entonces? Me refiero a si estaban buenos o qué.

Toda la clase se echo a reír. La señora Robson dedicó a Sarah una mirada de intenso desprecio.

– No creo que ése sea un tema para bromear, Sarah. Los soldados de aquel entonces, como dices tú, tenían una media de veinti…

– ¡Uau! -exclamó Sarah en voz muy alta-. ¡Qué guay! -Más risitas.

– Una media de veintiún años, muchos de ellos eran más jóvenes, y sabían que ir al frente equivalía a una sentencia de muerte. Y así fue para un millón de ellos. Para un millón de chicos. No creo que les importara estar buenos, como dices tú, como una prioridad. Si eres tan amable de guardarte tus lamentables comentarios para ti misma, el resto de la clase podrá prestar atención a cuestiones más importantes.

Sorprendentemente, eso hizo que la clase se quedara en silencio y Kate reflexionó sobre lo que había dicho Sarah. De hecho era una buena idea. Iría a la biblioteca, otra vez, después de la escuela y comprobaría qué podía ofrecer la red.


Tecleó «Personas desaparecidas» y esperó. En la pantalla apareció una larga lista de organizaciones. «Personas encontradas», «Personas desaparecidas en todo el mundo», «Encuentre a cualquiera».

Sarah era un genio. ¿Por qué no se le habría ocurrido antes?

Entró en «Encuentre a cualquiera».

«Personas perdidas por 7,95$ al instante», decía.

El corazón se le aceleró. No estaba mal, 7,95 dólares por tu madre.

Media hora más tarde, salió de la biblioteca, rabiosa. Esta vez consigo misma. Había sido muy tonta, de nuevo. ¿Qué le había hecho pensar que encontraría algo de esa manera? Era el problema de siempre: no sabía lo suficiente para empezar. Todos los sitios decían cosas como «Sólo necesita un nombre y un apellido» o «Si sólo tiene un nombre, haga clic aquí para ver más opciones». Una organización decía que si buscaba sólo por el nombre, obtendría demasiadas opciones. ¡Demasiadas! Una no estaría mal.

«Buena suerte -decía- y disfrute de su reencuentro con esa persona especial.»

Si fuera posible. Se fue a casa, más enfadada que nunca.

Al cabo de un rato, se le pasó el enfado y volvió a sentir la angustia y la soledad de siempre. Estaba muy bien que sus padres le dijeran que la querían mucho y Juliet también se lo dijera. La cuestión seguía siendo que su madre, la persona que la había traído al mundo, la había abandonado, como si fuera una falda que ya no le gustaba, se había largado y no había vuelto nunca más. Ni siquiera para saber si estaba bien.

Por supuesto, al menos sabía que la habían encontrado. Lo habría leído en la prensa. Y tal vez eso fuera suficiente para ella. No quería saber si su hija estaba bien, o si era feliz, o quién cuidaba de ella, o cómo era ahora que había crecido. Sencillamente la había borrado de su vida. Cuanto más lo pensaba Kate, peor se sentía: que la persona que debería quererla más en este mundo, que debería preocuparse más por ella, no tuviera el más mínimo interés, era una idea horrible y cruel. La hacía sentir inútil. Si no le importabas nada a tu madre, por el amor de Dios, ¿cómo ibas a importarles a los demás?

Sin duda su madre podía estar buscándola también, mirando a las chicas de quince o dieciséis años y preguntándose si serían su hija. El bebé del que había intentado deshacerse. Tampoco sabría por dónde empezar. Pero ella al menos podría empezar por las agencias de adopción. Podría intentar usar los sitios de personas desaparecidas y ponerse a sí misma en la red. Para ella no sería tan difícil ni mucho menos, no le dirían que no tenía la edad legal para hacer esas preguntas, ni le pedirían cantidades de dinero astronómicas en los periódicos. Ella podría hacerlo fácilmente si quisiera.

La realidad era que no quería. No quería saber. ¡Asquerosa! Foca egoísta, horrible y despreciable. Había algo de lo que Kate estaba segura. Si algún día encontraba a su madre, la odiaría. La odiaría con toda su alma. Y haría lo posible para que lo supiera.