"La Odisea De Troya" - читать интересную книгу автора (Cussler Clive)

6

Summer fue la primera en salir por la esclusa de servicio. Comprobaron los equipos y después nadaron en un mar que era oscuro como el espacio exterior. Los peces que habían salido de sus escondrijos para buscar comida entre el coral se espantaron cuando encendieron las linternas. Aquella noche no había luna para alumbrar la superficie con su luz plateada. Las estrellas estaban ocultas por los amenazadores nubarrones, que eran el anuncio de la tremenda tempestad que se avecinaba.

Dirk nadaba detrás de su hermana. Percibía el placer que experimentaba Summer en el mundo submarino por sus gráciles y lánguidos movimientos. Los racimos de burbujas indicaban la respiración tranquila de un buceador experto. La muchacha volvió la cabeza para sonreírle a través de la máscara. Luego señaló a la derecha y con un rápido movimiento de las aletas pasó por encima de los corales iluminados por el rayo de la linterna.

No había nada siniestro en el silencio nocturno del mar debajo de la superficie. Los peces, atraídos por las luces, salían de los huecos en el coral para observar a las extrañas y torpes criaturas que se movían entre ellos. cargadas con unas cajas herméticas que resplandecían como el sol. Un enorme pez loro nadaba junto a Dirk, y lo miraba como un gato curioso. Seis barracudas de un metro veinte de largo aparecieron de pronto, con las mandíbulas inferiores sobresalientes por debajo de los morros. No hicieron el menor caso de los buceadores y continuaron la búsqueda de comida.

Summer avanzaba por los cañones de coral como si siguiera un mapa de carreteras. Un pequeño pez balón, sorprendido por el resplandor de las luces, hinchó su cuerpo hasta convertirse en una pelota sembrada de púas como un cacto, cosa que hacía imposible o poco probable que un gran depredador cometiera la estupidez de engullir un bocado que le destrozaría la garganta.

Las luces proyectaban unas sombras siniestras contra el retorcido coral cuya superficie variaba de lo irregular y afilado a lo liso y globular. Para Dirk, la multitud de tonos y formas era como una pintura abstracta que se renovaba continuamente. Miró el medidor de profundidad: estaban a quince metros de la superficie. Vio cómo Summer bajaba bruscamente por un angosto cañón de coral con las paredes cortadas a pico. Siguió su estela y, mientras pasaba por delante de un montón de aberturas en las paredes que comunicaban con cavernas poco profundas, se preguntó cuál de todas había atraído la atención de su hermana el día anterior.

Por fin, Summer se detuvo delante de una abertura vertical con las esquinas cuadradas, encerrada entre un par de columnas que no parecían naturales. La muchacha miró por encima del hombro para comprobar que su hermano la seguía antes de entrar en la caverna. Esta vez, con una linterna en la mano y el respaldo de Dirk, Summer se adentró más allá del lugar donde había descubierto la urna en el fondo de arena.

La caverna no tenía recovecos. Las paredes, el techo y el suelo eran casi perfectamente planos, y se prolongaba en la oscuridad como un pasillo sin curvas ni recodos. Continuaron avanzando sin problemas.

Perderse en los laberintos de una caverna es la causa principal de los accidentes entre los submarinistas. Los errores resultan ser casi siempre mortales. En ese punto, afortunadamente, no había problemas de orientación. Esa no era una inmersión peligrosa, ni tampoco existía el riesgo de perderse en un complejo sistema de cavernas adyacentes. La entrada carecía de aberturas laterales o ramales que les hicieran perder el rumbo. Para volver a la salida, no tenían más que invertir la dirección. Agradecieron que no hubiera una capa de arena fina en el fondo, que pudiera levantarse para formar una nube y oscurecerles la visión durante al menos una hora antes de volver a posarse. El suelo del pasillo de coral estaba cubierto de una arena gruesa, demasiado pesada para levantarse con el movimiento de agua causado por las aletas.

De pronto, el pasillo acabó en algo que despertó la imaginación de Summer. Aunque estaba cubierta de incrustaciones, parecía como si allí comenzara una escalera. Un grupo de angelotes nadó en tirabuzón por encima de su cabeza, y después se alejó velozmente cuando ella comenzó a subir. Notó un súbito picor en la nuca provocado por la excitación. Su anterior presentimiento de que allí había algo más de lo que aparentaba reapareció con toda su fuerza.

El coral comenzaba a escasear a tal profundidad por debajo del arrecife. Sin luz para estimular el crecimiento marino, las incrustaciones en las paredes de la caverna tenían menos de tres centímetros de espesor y parecían más una materia viscosa. Dirk pasó el guante por la pared para quitar el fango y se le aceleró el pulso al ver los surcos en el granito. Su fértil imaginación los atribuyó a unas personas que los habían hecho cuando el nivel del mar era mucho más bajo.

En aquel momento escuchó el grito de Summer distorsionado por el agua. Subió rápidamente con un poderoso movimiento de las aletas y se quedó pasmado cuando se encontró con la cabeza fuera del agua, en una bolsa de aire. Miró hacia arriba cuando la linterna de Summer alumbró un techo abovedado de piedras talladas que encajaban perfectamente sin necesidad de mortero.

– ¿Qué es esto? -preguntó Dirk por el sistema de comunicación submarino.

– Si no es obra de la naturaleza, se trata de una cripta hecha por el hombre en tiempos remotos -respondió Summer, impresionada.

– Esto no es una cripta natural.

– Tuvo que quedar sumergida cuando finalizó la era glacial.

– Eso ocurrió hace diez mil años. No es posible que sea tan antigua. Lo más probable es que se hundiera durante un terremoto. Como ocurrió con Port Royal, en Jamaica; el refugio de los piratas se hundió en el mar después de un tremendo terremoto en el año 1692.

– ¿Podría tratarse de una ciudad fantasma olvidada? -preguntó Summer, cada vez más entusiasmada.

Dirk sacudió la cabeza para negar tal posibilidad.

– A menos que haya otras construcciones enterradas debajo del coral, el instinto me dice que esto era un templo.

– ¿Edificado por los primitivos habitantes del Caribe?

– Lo dudo. Los arqueólogos no han encontrado prueba alguna de construcciones de piedra en las Antillas anteriores a la llegada de Colón, y los nativos tampoco sabían cómo fundir una urna de bronce. Esto lo construyó otra cultura, una civilización perdida.

– No me digas que se trata de otro mito de la Atlántida -replicó Summer sarcásticamente.

– No, papá y Al acabaron con esa historia en la Antártida hace varios años.

– Resulta increíble pensar que los antiguos pobladores europeos navegaran a través del océano y construyeran un templo en un arrecife de coral.

Dirk pasó la mano sobre una de las paredes.

– Es probable que el arrecife de la Natividad fuese una isla en aquellos tiempos.

– No sé si lo habrás pensado -comentó Summer-, pero estamos respirando aire de hace miles de años.

Su hermano respiró hasta llenar al máximo los pulmones y después exhaló poco a poco.

– Pues a mí me sabe y huele bien.

Summer señaló por encima del hombro.

– Ayúdame con la cámara. Necesitamos tener un registro gráfico.

Dirk se colocó detrás para coger una caja de aluminio sujeta debajo de las botellas de aire. Sacó una cámara digital Sony PC100 montada en una caja de acrílico transparente. La puso en modo manual y luego añadió los soportes para los focos. Como no había luz ambiente no hacía falta el fotómetro.

La cripta submarina tenía un aire de grandeza que Summer, que era toda una experta en el manejo de la cámara, capturó a la perfección. En el instante en que encendió los focos, la cripta brilló con la multitud de tonos de verde, amarillo, rojo y azul de las incrustaciones en las paredes. Salvo por una muy pequeña distorsión, el agua era casi tan transparente como el cristal.

Dirk aprovechó el tiempo que Summer dedicaba a fotografiar la cripta por debajo y encima del agua, para sumergirse y explorar el suelo a lo largo de las paredes. La luz procedente de la cámara de Summer creaba extrañas imágenes en el agua mientras él se movía lentamente por la base.

Casi pasó de largo sin ver un espacio que se abría entre dos paredes. Era una entrada situada en una esquina, que no medía más de sesenta centímetros de ancho. Le costó pasar con las botellas de aire.

La luz de su linterna alumbró un espacio un poco mayor que el anterior. Aquí había asientos contra las paredes y lo que parecía ser una gran cama de piedra en el centro. En un primer momento le pareció que no había objetos, pero después vio sobre la cama algo redondo con dos grandes agujeros a los costados y otro más pequeño en la parte superior, como si fuese una coraza. Encima del objeto, en una repisa de piedra, había un collar de oro con dos brazaletes en forma de espiral a cada lado. Por encima del collar, junto con una diadema, había lo que parecía ser una corona de hilos de metal entrelazados.

Dirk comenzó a imaginarse a la persona que había llevado las reliquias. En el lugar de las piernas había un par de espinilleras de bronce. Las hojas de una espada y una daga aparecían a la izquierda, y a la derecha una punta de lanza con el hueco para el ástil. Si alguna vez había existido un cuerpo, se había disuelto o se lo habían comido las criaturas marinas que devoraban cualquier cosa orgánica.

A los pies de la cama había un caldero de grandes dimensiones.

Tenía una altura de casi un metro treinta y, cuando intentó rodearlo con los brazos para determinar la circunferencia, vio que no llegaba a tocarse la punta de los dedos. Golpeó un costado con el cuchillo de buceo y escuchó un ruido sordo. Era bronce, pensó. Quitó con la palma del guante parte de las incrustaciones y vio la figura de un guerrero que lanzaba una jabalina.

Fue limpiando poco a poco todo el contorno y descubrió un ejército de hombres y mujeres vestidos con armaduras, que parecían dispuestos a comenzar una batalla. Llevaban escudos del tamaño de un hombre y largas espadas. Varios sujetaban unas lanzas con los ástiles cortos pero con las puntas muy largas y en forma de espiral. Había unos cuantos que sólo llevaban corazas. Otros luchaban desnudos, pero casi todos llevaban unos cascos muy grandes, muchos con cuernos.

Subió para situarse encima del borde e iluminó el interior.

El caldero estaba lleno casi hasta arriba con objetos amontonados sin orden ni concierto. Dirk vio puntas de lanzas de bronce, hojas de dagas sin empuñadura, hachas de uno y dos filos, brazaletes con formas espiraladas y cintos hechos con cadenas. Dejó todas las reliquias donde estaban, excepto una. La sacó delicadamente del interior del caldero y la sostuvo entre los dedos. Después salió por una arcada que había al otro lado de lo que aparentemente era un antiguo dormitorio convertido en tumba.

Identificó de inmediato el cuarto vecino como una cocina. Aquí no había una bolsa de aire y las burbujas ascendieron hasta el techo y luego salieron por la arcada como gotas de mercurio. Peroles de bronce, ánforas, platos y jarras estaban desparramados por el suelo junto con muchos fragmentos de cerámica. Junto a lo que parecía ser un hogar encontró unas pinzas de bronce y un cucharón de grandes dimensiones, enterrados parcialmente en la arena que se había filtrado en el interior de la cocina a lo largo de miles de años. Nadó por encima de los restos para observar los trozos, atento a la presencia de dibujos o marcas, pero los objetos estaban parcialmente enterrados y cubiertos con pequeños crustáceos que habían llegado hasta allí con el paso de los siglos.

Tras comprobar que no había más puertas que condujeran a otras habitaciones, volvió a pasar por el dormitorio y se acercó a Summer, que continuaba sacando fotos de la cripta. Le tocó un brazo para llamar su atención y le señaló hacia arriba. En cuanto salieron a la superficie, Dirk le informó entusiasmado:

– He encontrado otras dos habitaciones.

– Esto se hace cada vez más misterioso -opinó Summer, sin apartarse del visor de la cámara.

Dirk le sonrió al tiempo que le mostraba un peine de bronce.

– Pásate este peine por los cabellos e intenta imaginarte a la mujer que lo utilizó por última vez.

Summer bajó la cámara para mirar el objeto que le mostraba su hermano. Abrió los ojos como platos mientras cogía el peine con mucho cuidado y lo sostenía en alto.

– Es precioso -murmuró. Estaba a punto de pasarse el peine por el mechón de cabellos que asomaba por debajo de la capucha sobre la frente, cuando se detuvo bruscamente y miró a su hermano con expresión grave-. Tendrías que devolverlo al lugar donde lo encontraste. Cuando los arqueólogos vengan a explorar este lugar, y de seguro que lo harán, te acusarán de expolio de un yacimiento.

– Si tuviese una novia, estoy seguro de que se lo quedaría.

– La última de tu larga serie de novias habría sido capaz de robarse el cepillo de la iglesia.

Dirk fingió estar dolido por el comentario.

– La afición de Sara por el robo la hacía irresistible.

– Tienes mucha suerte de que papá sepa juzgar a las mujeres mucho mejor que tú.

– ¿Qué tiene que ver él con el tema?

– Papá puso a Sara de patitas en la calle cuando se presentó en el hangar y preguntó por ti.

– Ahora me explico el que no me devolviera las llamadas -manifestó Dirk, sin que pareciera importarle mucho.

Summer lo miró con severidad y luego observó el peine, mientras intentaba imaginar cómo sería la última mujer que lo había tenido en la mano, el estilo del peinado y el color de los cabellos. Después de unos momentos, colocó el peine sobre las manos abiertas de su hermano para fotografiarlo.

Dirk esperó a que Summer tomara la foto y después fue a dejarlo de nuevo en el caldero. Summer lo siguió para tomar más de treinta instantáneas del dormitorio y los objetos depositados sobre la cama antes de hacer lo mismo en la cocina. Cuando acabó de realizar un detallado inventario fotográfico de las tres habitaciones y el contenido, le pasó la cámara a Dirk para que desmontara los focos y la guardara en la caja de aluminio. En lugar de sujetarla debajo de los tanques de aire de Summer, la cogió del asa para asegurarse de que no se perdiera o sufriera las consecuencias de un golpe.

Hizo una última comprobación de las botellas. Tenían aire más que suficiente para el trayecto de regreso a la base. Bien entrenados por su padre, Dirk y su hermana eran unos buceadores muy precavidos que nunca se habían enfrentado a la amenaza de quedarse con los tanques vacíos. Esta vez fue él quien ocupó la vanguardia, porque se había aprendido de memoria todas las vueltas y revueltas del camino a través del arrecife.


Cuando llegaron al Pisces y entraron en la esclusa principal, las olas eran cada vez más altas en la superficie, impulsadas por un viento que ganaba fuerza por momentos y batía el arrecife como un martillo neumático. Dirk se ocupó de preparar la cena y disfrutaron de ella, entretenidos en plantear teorías que pudieran explicar el misterio del templo sumergido. En ningún momento se les ocurrió pensar en el peligro que corrían, sumergidos a quince metros de profundidad en un mar donde las olas alcanzarían los treinta metros de altura, con senos que dejarían expuesto su refugio a toda la fuerza de la terrible tormenta asesina.