"Último Recurso" - читать интересную книгу автора (Connelly Michael)3Después de salir del despacho de Pratt, decidieron que Bosch iría a buscar la siguiente ronda de cafés mientras Rider empezaba con el expediente del caso. Sabían por experiencias anteriores que ella era la que leía más deprisa y no tenía sentido dividir el contenido de la carpeta. Ambos necesitaban leerlo de principio a fin, para que la investigación se les presentara de la forma lineal en que se llevó a cabo y fue documentada. Bosch le dijo a Rider que le daba ventaja. Le explicó que quizá se tomara una taza en la cafetería, porque echaba de menos el sitio. El sitio, no el café. – Supongo que eso me da unos minutos para ir al final del pasillo -dijo ella. Después de que ella saliera de la oficina hacia el cuarto de baño, Bosch cogió la hoja con el listado de los años que les habían asignado y se la guardó en el bolsillo de la chaqueta. Salió de la 503, cogió el ascensor hasta el tercer piso y recorrió la sala principal de la División de Robos y Homicidios hasta el despacho del capitán. El despacho del capitán estaba dividido en dos partes. Una era su despacho real y la otra era llamada «sala de homicidios». Estaba amueblada con una larga mesa de reuniones donde se discutían las investigaciones, y dos de las paredes estaban llenas de estantes que contenían volúmenes de derecho penal y los libros de registro de los casos de asesinato de la ciudad. Todos los homicidios que se habían cometido en Los Ángeles desde hacía más de cien años tenían una entrada en aquellos diarios encuadernados en piel. Durante décadas rutinariamente se actualizaban los registros cada vez que se resolvía uno de los asesinatos. Era una referencia rápida para determinar qué casos seguían abiertos y cuáles habían sido cerrados. Bosch pasó un dedo por los lomos agrietados de los libros. En todos ellos ponía simplemente «Homicidios» seguido del listado de años registrados. En los primeros volúmenes cabían varios años. En cambio, en la década de 1980 el número de crímenes había aumentado de tal manera que cada volumen contenía únicamente los de un año. Se fijó en que el año 1988 ocupaba dos tomos, y de repente tuvo una idea de por qué ese año había sido asignado a él y a Rider como nuevos miembros de la unidad de Casos Abiertos. El mayor índice de asesinatos en la ciudad también suponía el mayor índice de casos no resueltos. Cuando encontró el libro que contenía los casos de 1972 sacó el volumen y se sentó a la mesa. Pasó las páginas, leyendo por encima las historias, oyendo las voces. Encontró a la anciana que fue ahogada en su bañera. El caso nunca se resolvió. Continuó, a través de 1973 y 1974, y luego pasó al volumen que contenía 1966, 1967 y 1968. Leyó los casos de Charles Manson y Robert Kennedy. Leyó los casos de gente cuyos nombres nunca había oído o conocido. Nombres que les habían sido arrebatados junto con todo lo que habían tenido o podido tener. Al repasar el catálogo de horrores de la ciudad, Bosch sintió que una energía familiar se apoderaba de él y corría de nuevo por sus venas. Sólo llevaba una hora en el trabajo y ya estaba persiguiendo a un asesino. No importaba cuánto tiempo atrás se había derramado la sangre. Había un asesino suelto, y Bosch iba a por él. Supo que había vuelto a casa como el hijo pródigo. Se sintió bautizado de nuevo en las aguas de la única Iglesia verdadera. La Iglesia de la religión azul. Y sabía que encontraría su salvación en aquellos que se habían perdido hacía tanto tiempo, en aquellas biblias con olor a humedad donde los muertos se alineaban en columnas y los fantasmas poblaban cada página. – ¡Harry Bosch! Enervado por la intromisión, Bosch cerró de golpe el libro y levantó la cabeza. El capitán Gabe Norona estaba de pie en el umbral de la oficina. – Capitán. – ¡Bienvenido a casa! -Se acercó y estrechó vigorosamente la mano de Bosch. – Es un placer haber vuelto. – Veo que ya le han puesto a trabajar. Bosch asintió. – Sólo me estaba familiarizando. – Nueva esperanza para los muertos. Harry Bosch está de nuevo en el caso. Bosch no dijo nada. No sabía si el capitán estaba siendo sarcástico o no. – Es el título de un libro que leí una vez. – Ah. – En fin, buena suerte. ¡Salga y enciérrelos! – Ése es el plan. El capitán le estrechó otra vez la mano y después desapareció en su despacho y cerró la puerta. Después de que la intromisión del capitán arruinara su momento sagrado, Bosch se levantó. Empezó a colocar los pesados catálogos de casos de asesinato en sus lugares en el estante. Cuando hubo terminado, salió del despacho hacia la cafetería. |
||
|