"Sueños de perro" - читать интересную книгу автора (Orsi Guillermo)3Ya no volveríamos a vernos, estaba claro. Y la herencia del Chivo brillaba por su ausencia. Aquella carta alborotó el altillo donde mis neuronas duermen en rincones llenos de polvo. Como una corriente de aire irrumpiendo en un lugar estancado, en un depósito de arrugados recuerdos. Lo habían matado por nada, si su historia era cierta. Por quitarse de encima a un probable testigo que sólo recordaba a otro cordobés como él contando chistes en la tele y la imagen del cuerpo despanzurrado de un distribuidor de barrio, un minorista. Todo ese día y el siguiente me quedé esperando a que apareciera Gloria la Pecosa, o cualquiera que me explicara qué hacía el Chivo en su departamento antiguo de San Telmo la noche en que lo borraron, por qué había ido a meter la cabeza en la boca del león cebado. Pondría la luca y media de mi bolsillo y se la llevaría a Charo, decidí al final del día después de haber recibido la carta: «Te dejó esto -le diría-, no era tan mal tipo el Chivo». Y aunque putease, de nuevo indignada y más sola que nunca, la gallega tal vez guardaría de ese supremo atorrante una memoria menos turbia. Mientras tanto, seguí trabajando. Daba vueltas por medio Buenos Aires con el taxi y con cada pasajero sufría una absurda decepción. A lo mejor esperaba verlo todavía en una esquina, más joven y entero, haciéndome señas para darse una vuelta conmigo. «¡Míster Mareco!, ¿qué hacés de taxista? A vos también te dieron duro, ¿eh? Llevame al centro, dale. Voy a culearme a una gringa que me hace feliz.» Me parecía mentira que con tanto desahuciado suelto, tantos descosidos que cuelgan de los hilos porque no hay alma piadosa que se atreva a cortárselos, le hubiese tocado a él, sobreviviente nato, náufrago por naturaleza de este país que se fue a pique hace rato sin que nos diéramos cuenta. Cuando volví a casa, en la tarde del tercer día, encontré el llamado en el contestador. «¿Mareco?», preguntaba como acariciando una voz de mina. «¿Mareco? Contestá si andás cerca… ¿Mareco?» Una pausa y un suspiro de impaciencia: «Soy Gloria, Mareco. La carta que recibiste no te la mandó el finado». Una risita pequeña, de muñeca a la que se le aprieta el ombligo de plástico: «Tengo algo para vos, Mareco. Buscame». Y yo, que había pensado mal de la Pecosa. Sin mirarme a los ojos, sin saber siquiera si existía, ya me calentaba de esa manera. El Chivo siempre había sido bueno para elegir sus relaciones. Acertaba con el afecto, como un buitre con el cálido corazón intacto en medio de la carroña. No lo imaginé nunca con mujeres frígidas, aunque no sé qué hizo de su vida después que dejó el rugby. Buscame, rogó la Pecosa, pero dónde. La comunicación se había cortado y no volvió a llamar. Me di una ducha, encontré al peón del taxi en la parada de siempre -Avenida de Mayo y Piedras- y le di el auto para la vuelta nocturna. – El primer viaje lo hago yo -le dije-, llevame a Tacuarí y Caseros. |
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