"Amigos nocturnos" - читать интересную книгу автора (Joyce Graham)14. NovatosConnie, Betty y la tía Dot se pusieron a darle vueltas a la cabeza al igual que habían hecho con el tema de la escuela dominical unos años atrás, y se les ocurrió una idea. Para ser más exactos, la idea se le ocurrió a Linda la Triste cuando la tía Dot expresó en privado su preocupación por el supuesto comportamiento criminal de Terry. Aunque nunca se probaron los cargos de lo del pabellón de saltos, la visita de la policía local era incriminación suficiente. – Nuestro Terry va por mal camino. Por mal camino. Linda la Triste estaba delante del espejo de su dormitorio mientras se ajustaba un cordón de un blanco prístino. La falda azul marino y la blusa estaban planchadas con tal perfección que tanto su insignia de líder de patrulla como las bandas resultaban muestras innecesarias de autoridad. – Exploradores -dijo mientras se colocaba la boina en el ángulo adecuado. Dot juntó las manos. – No había pensado en eso. Los miércoles, ¿verdad? Y tú estarás allí para no quitarles ojo. Linda cerró los ojos, y tembló al pensar en lo que acababa de hacer. El orgullo de la patrulla Cuarenta y cinco de Coventry, líder de tropa y portabanderas procesional, Linda había realizado unos progresos impresionantes en los tres años de guía. Para ella suponía un mundo privado y perfecto, aislado de los desórdenes y líos caseros, un ambiente regulado de manera minuciosa y perfectamente dirigido donde los uniformes impolutamente planchados y los cordones blancos como la nieve cosechaban respeto, lealtad y reconocimiento. Tan solo había un pequeño fallo en las tardes ideales que pasaba en la compañía fraternal de su grupo, y era el ocasional comportamiento infantil de la tropa trigésimo novena de exploradores de Coventry, quienes habían decidido mantener sus reuniones las mismas tardes, y en el mismo colegio, y quienes consideraban divertido pasarse todo el tiempo llamando a la puerta o golpeando las ventanas antes de salir corriendo, de modo que nunca hubiese nadie cuando ibas a abrir. Si intentabas ignorarlos recurrían a métodos más extremos de distracción, como bajarse los pantalones y presionar sus traseros contra los cristales de las ventanas. De repente se le ocurrió a Linda, mientras se colocaba la boina, que probablemente acababa de reclutar a Terry, Sam y Clive como miembros del grupo de sus atormentadores. – No -dijo mientras toqueteaba el silbato de plata-, pensándolo mejor, no creo que les guste. – No sé -dijo Dot-. Creo que le sacarían bastante provecho. Y así es como Linda, que acababa de cumplir dieciséis años y estaba resplandeciente con su uniforme azul, volvió a caminar siete pasos por delante de tres chicos de doce años embutidos en unos uniformes de exploradores de segunda mano que Connie había recolectado por el barrio. Los pantalones cortos de Sam eran demasiado largos, los de Clive eran muy cortos, y la camisa de Terry quizá había servido al explorador más gordo de Coventry. Tan solo había hecho falta presionarlos un poco para que accediesen. Sobre todo Sam y sus instintos se habían resistido, pero ahora, al marchar a toda prisa para no perder el presuroso andar de Linda, iban como tres reclutas que con buen ánimo se habían resignado a las circunstancias. Dentro de las puertas del colegio, Linda se giró hacia la derecha con aire militar y les indicó que fueran en la dirección contraria. Al otro extremo del patio pudieron divisar a un pequeño grupo de exploradores reunidos junto a la pared del gimnasio. Mientras se acercaban para presentarse, sus pasos se ralentizaron al acercarse a aquella pared. Lo que les hacía ralentizarse era la mirada agresiva y despectiva de seis exploradores que había allí. Eran chicos mayores que fumaban cigarrillos. Los tres se acercaron hasta estar a unos pocos metros. Nadie dijo nada. Clive se rascó la pantorrilla allí donde acababa el calcetín. Terry intentó atarse los zapatos. Sam cruzó los brazos y, con rapidez, los descruzó. – ¿Qué coño queréis? -dijo el más grande del grupo, un chico con el pelo muy corto y los ojos arrugados como los de un cerdo. Sus enormes y gruesas piernas estiraban las costuras de sus pantalones cortos color caqui. El rosado de las pantorrillas indicaba que estaba escocido. Sam cambió el peso de una pierna a otra. – Sí, ¿qué coño queréis? -dijo un chico alto y delgado con unos dientes horrorosos mientras aplastaba la colilla contra el tacón de un zapato. – Que os den -dijo el primer explorador. – Sí, que os den -dijo su teniente. Terry, Sam y Clive hicieron lo que debían. Se dieron media vuelta de manera nerviosa, y avanzaron con una lentitud insufrible a través del patio. Con los seis pares de ojos clavados en la nuca se les hizo un paseo interminable. Merodearon nerviosamente por la entrada del colegio durante cinco minutos más o menos y cuando estaban a punto de marcharse, un adulto vestido de explorador entró montado en bicicleta por la puerta. Frenó y se detuvo por completo. – ¿Sois nuevos? ¿Sois los tres nuevos? La pregunta fue como una isla para ellos. Nadaron hasta ella, reuniéndose alrededor de la bicicleta. El hombre elevó una peluda pierna sobre la barra y condujo la bicicleta a través del patio. Los chicos lo siguieron, cubriendo terreno conocido para descubrir que los exploradores fumadores habían desaparecido. El hombre tenía un bigote corto y una complexión rubicunda, además de una forma de sonreír que incluía el enseñar los dientes. Se presentó como Skip. Charlaba de forma amistosa y se aprendió sus nombres de inmediato. Tras conducir la bicicleta por una entrada oscura del colegio, Skip los condujo por un pasillo y abrió la puerta de un aula donde había casi treinta exploradores ocupados en desempaquetar cajas y descargar equipo. Empujó la bicicleta dentro del aula y la apoyó contra el raíl lleno de tiza del encerado. Entonces se giró y presionó un dedo enorme contra la frente de Clive. – Halcón -susurró con intensidad mística. Retiró el dedo lentamente y dejó una marca blanca sobre la sonrojada piel de la frente de Clive. A continuación movió el dedo hasta la frente de Sam. – Águila. Terry fue el último en ser ungido. – Esmerejón. Skip mostró los dientes antes de conducir primero a Sam, luego a Terry, y finalmente a Clive a diferentes esquinas de la clase, donde pequeños grupos de exploradores aún se afanaban en un ritual que implicaba desempaquetar una maleta vieja. Comprobaban el equipo y volvían a colocarlo en su posición original. El grupo de Sam dejó la tarea un instante para mirarlo con una mezcla de pena y desprecio. Sam se encontró cara a cara con el chico fuerte, de cara regordeta y pelo corto que había conocido junto a la pared del gimnasio. – ¿Qué quieres? – Águila -murmuró Sam-. Águila. Los labios del chico se contorsionaron de manera increíble hasta parecer un trilobites. – Que te jodan. Skip se acercó. – Enséñale de qué va esto, Tooley. Sé una buena madre. El aire de desprecio desapareció del rostro del chico. Con una celeridad alarmante, se puso en pie y ofreció a su líder escultista, y después a Sam, su mejor sonrisa. – Me llamo Tooley. Líder de los Águilas. La mejor patrulla de la tropa. Bienvenido a bordo. – Así se hace -dijo Skip mostrando sus dientes antes de marcharse para facilitar presentaciones similares en otros grupos. Después de marcharse, a Sam le hicieron sentar en una silla y se le dio un pequeño cabo que tenía que sostener. Después se le ignoró durante tres cuartos de hora. Una vez el equipo fue vuelto a guardar en la caja, alguien le arrancó la cuerda de las manos y la guardó. Skip se acercó e inspeccionó la caja que había sido desempaquetada, comprobada y vuelta a empaquetar. – ¿Todo está correcto? – Sí, Skip. La siguiente sección de la tarde estuvo compuesta por juegos. Skip, de pie sobre una silla sostenía un silbato y gritaba: «puerto», «estribor», «firmes», «descanso» y una o dos órdenes más. Los exploradores cargaban y retrocedían de manera tumultuosa. Sam, como Clive y Terry, intentaba imitar lo que hacían los demás, pero sin llegar a entender del todo las normas, por lo que pronto fueron eliminados. Se quedaron de pie durante veinte minutos hasta que se anunció al ganador. Entonces repitieron el juego, y de nuevo los tres quedaron eliminados a las primeras de cambio. La tercera porción de la tarde fue dedicada al trabajo de insignias. Consistía en la libre asociación con otras patrullas mientras Skip y su asistente estaban ocupados examinando a diferentes exploradores sobre técnicas arcanas. De repente Sam se encontró siendo empujado contra la pared y alzado del suelo por Tooley. Estaba cubierto por su amigo Lance, el chico con los dientes horrorosos, que permanecía cerca pero dándoles la espalda mientras vigilaba a Skip. – Esos otros chicos, ¿son amigos tuyos? – Sí. Tooley lo bajó y simuló quitarle el polvo de la chaqueta. – Las Águilas machacamos a los Esmerejones, Halcones y Búhos, ¿verdad, Lance? – Sí. Les damos duro. – Vas a empezar con tus colegas. – ¿Qué? Tooley acercó su feo rostro. Sam pudo oler el tabaco en su aliento. – Nunca me digas «¿qué?», ¿entendido? Nunca. «Sí, Tooley.» «No, Tooley.» Pero nunca digas «¿qué?», ¿de acuerdo? – Sí, Tooley. – ¿Cómo se llama tu colega el de las orejas de soplillo? – Clive. – Vale. Le tienes que dar un puñetazo antes de que acabe la tarde, ¿entiendes? – Sí. – Recuerda, antes de que acabe la tarde. Tooley se giró tras dar las órdenes y tanto él como Lance volvieron sin esfuerzo al trabajo de insignias. Sam miró a Terry, que se sentaba en una silla ligeramente pálido, y a Clive que, como le enseñaban cómo hacer nudos, parecía bastante contento. Lance alzó la mirada y le mostró a Sam un estupendo panorama de sus dientes negros y verdes. Sam sintió que se desmayaba. Skip se acercó. – ¿Va todo bien? – Sí -dijo Sam con voz débil-. Sí. – Así es la cosa. Todo parece extraño al principio, pero os acostumbraréis. La hora señalada se acercaba con rapidez. Sam se sentía cada vez más mareado. Tooley no paraba de pasar cerca de él golpeándose el reloj y Lance le mostraba de vez en cuando su colección de dientes podridos. En una ocasión en la que Skip salió del aula por un instante, Sam reconoció los signos evidentes de una distracción preparada. Cruzó la clase con los puños apretados en dirección a Clive. Terry mientras tanto lo llamaba, pero no había nada que lo pudiese distraer. Clive le daba la espalda. Le dio unos golpecitos en el hombro, pero antes de que pudiese hacer nada, un pequeño puño lo golpeó como un picotazo en un lado de la boca. Terry se apartó con el puño aún alzado Clive al instante alzó la vista y golpeó duro a Terry, pero no por venganza del golpe que le había dado a Sam. En ese mismo instante Sam golpeó fuertemente a Clive en la nariz. Skip volvió al aula donde todos los exploradores estaban ocupados excepto los tres novatos que estaban confusos y mareados en el centro de la clase. – ¿Va todo bien, muchachos? Así es la cosa, volved a vuestras patrullas. Es la hora de la bandera. Sam, Terry y Clive se alinearon al final de sus respectivas patrullas, cada uno con un moratón y los rostros magullados, mientras la bandera era ondeada. Hicieron el saludo junto a todos los demás. Todos cantaron de manera entusiasta la ley escultista. – Prometo por mi honor poner todo mi empeño en cumplir con mis obligaciones de servir a Dios, la reina y la patria y en todas las ocasiones cumplir con la ley escultista. Entonces acabó todo, y Linda la Triste les esperaba en el exterior, resplandeciente con su uniforme azul, ligeramente sonrojada por los pequeños placeres que una tarde de guía podía ofrecer a una chica. – Nos vemos la semana que viene, chicos -gritó Skip mientras apagaba las luces del aula con un extravagante movimiento del brazo-. Nos vemos la semana que viene. |
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