"La Rubia de Hormigón" - читать интересную книгу автора (Connelly Michael)Capítulo 1 En los pasillos del juzgado federal del distrito, en el centro de Los Ángeles, no hay bancos. No hay donde sentarse. Al que se le ocurre apoyarse en la pared y dejar resbalar la espalda para posar el trasero en el frío suelo de mármol se le echa encima el primer alguacil que pasa. Y los alguaciles siempre andan por los pasillos, controlando. La falta de hospitalidad se debe a que el gobierno federal no quiere que su tribunal dé la impresión de que la justicia puede ser lenta o inexistente. No quiere gente sentada en los pasillos, ni en bancos ni en el suelo, no quiere gente esperando con ojos cansados a que se abran las puertas de las salas y se inicien las vistas de sus casos o de los casos de sus seres queridos que han sido encarcelados. Bastante hay con lo que ocurre al otro lado de Spring Street, en el edificio del Tribunal Penal del Condado. Día tras día, los bancos de todos los pisos están abarrotados de personas que esperan. Sobre todo son mujeres y niños, cuyos maridos o padres o novios están en prisión preventiva. La gran mayoría son negros o hispanos. Los bancos recuerdan a botes salvavidas llenos de gente que es arrojada a la deriva, las mujeres y los niños primero. Y esperando, siempre esperando a ser encontrados. Refugiados del mar, los llaman los listillos del juzgado. Harry Bosch rumiaba sobre estas diferencias mientras se fumaba un cigarrillo de pie en los escalones de la entrada principal del tribunal federal. Porque eso era lo otro. No se podía fumar en los pasillos. Así que tenía que bajar por la escalera mecánica y salir a la calle durante los recesos del juicio. En el exterior, detrás de la base de hormigón de la estatua de la mujer con los ojos vendados que sostiene la balanza de la justicia, había un cenicero lleno de arena. Bosch miró la estatua; nunca conseguía recordar su nombre. La Señora de la Justicia. Algún nombre griego, pensó, pero no estaba seguro. Volvió a desdoblar el diario y releyó el artículo. Desde hacía algún tiempo, por las mañanas sólo se leía la sección de deportes, concentrando toda su atención en las páginas finales, donde se publicaban los resultados y las estadísticas actualizadas. Por algún motivo, las columnas de cifras y porcentajes le resultaban tranquilizadoras. Eran algo claro y conciso, una expresión de orden absoluto en un mundo caótico. Enterarse de quién había anotado más h Pero ese día había dejado la sección de deportes en el maletín, que estaba bajo la silla, en la sala de vistas. Lo que tenía en sus manos era la sección metropolitana del Empieza el juicio sobre el «disparo del peluquín» por Joel Bremmer, de la redacción del Hoy se inicia un inusual caso de derechos civiles en el que un detective de policía de Los Ángeles está acusado de haber hecho un uso excesivo de la fuerza hace cuatro años, cuando disparó y mató a un presunto asesino en serie en el momento en que creyó que éste estaba sacando una pistola. En realidad el supuesto asesino estaba buscando su peluquín. El detective de policía Harry Bosch, 43, será juzgado en el tribunal federal del distrito por la demanda que interpuso la viuda de Norman Church, un trabajador aeroespacial a quien Bosch causó la muerte de un disparo en el climax de la investigación de los asesinatos del llamado Fabricante de Muñecas. La policía llevaba entonces casi un año buscando a un asesino en serie bautizado así por los medios de comunicación porque utilizaba maquillaje para pintar las caras de sus once víctimas. La muy publicitada persecución del sospechoso estuvo marcada por el envío de poemas y notas al detective Bosch y al Tras la muerte de Church, la policía anunció que disponía de pruebas incuestionables de que el ingeniero mecánico era el asesino. Bosch fue suspendido y posteriormente trasladado de la unidad especial de robos y homicidios del Departamento de Policía de Los Angeles a la brigada de homicidios de la División de Hollywood. Al comentar la degradación, la policía argumentó que Bosch fue sancionado por errores de procedimiento, como el hecho de que no solicitara refuerzos en el apartamento de Silverlake, donde se produjo el disparo fatal. Los portavoces de la policía sostuvieron que la muerte de Church no se debió a un disparo indebido. Puesto que el fallecimiento de Church impidió la celebración de un juicio, gran parte de las pruebas recopiladas por la policía no se han hecho públicas bajo juramento. El juicio federal probablemente cambiará este hecho. Se espera que hoy finalice el proceso de selección del jurado, que se ha prolongado una semana, y que se abra el juicio con las exposiciones iniciales de los letrados. Bosch tuvo que volver a doblar el diario para continuar leyendo el artículo en una página interior. La visión de su foto le distrajo por un momento. Era una vieja instantánea, la misma que figuraba en la tarjeta de identificación del departamento, no demasiado diferente a las del archivo policial. A Bosch le molestó más la foto que el artículo, pues consideraba que publicarla era una invasión de su intimidad. Trató de concentrarse en el texto. A Bosch lo defenderá la fiscalía pública porque el disparo se produjo mientras se hallaba en acto de servicio. Si la demandante gana el juicio serán los ciudadanos quienes pagarán y no Bosch. La mujer de Church, Deborah, está representada por la abogada de derechos civiles Honey Chandler, especializada en casos de abusos policiales. En una entrevista concedida la semana pasada, Chandler aseguró que tratará de demostrar al jurado que Bosch actuó de manera tan imprudente que el disparo fatal que acabó con la vida de Church fue inevitable. «El detective Bosch se estaba haciendo el héroe y un hombre resultó muerto -dijo Chandler-. No sé si simplemente fue temerario o bien se trata de algo más siniestro, pero lo descubriremos en el juicio.» Ésa era la frase que Bosch había leído y releído seis veces desde que había comprado el periódico durante el primer receso. Siniestro. ¿Qué quería decir con eso? Había tratado de no permitir que le afectara, consciente de que Chandler no estaba por encima de usar una entrevista en la prensa para crear presión psicológica, pero, de todos modos, lo sintió como un aviso de lo que se avecinaba. Chandler asegura que también se propone cuestionar las pruebas policiales de que Church era el Fabricante de Muñecas. La abogada sostiene que Church, padre de dos hijas, no era el asesino en serie que la policía buscaba y que lo etiquetaron así para cubrir el crimen de Bosch. «El detective Bosch mató a un hombre inocente a sangre fría -dijo Chandler-. Lo que vamos a hacer en este juicio de derechos civiles es lo que el departamento de policía y la oficina del fiscal rechazaron hacer: anunciar la verdad y hacer justicia con la familia de Norman Church.» Bosch y el ayudante del fiscal municipal Rodney Belk, que actúa de abogado defensor, declinaron hacer declaraciones para este artículo. El caso durará una o dos semanas – ¿Una moneda, amigo? Bosch levantó la cabeza del diario y vio el rostro mugriento pero familiar del indigente que había hecho de la puerta del tribunal su territorio. Bosch lo había visto allí todos los días durante la semana del proceso de selección del jurado, haciendo sus rondas en busca de monedas y cigarrillos. El hombre llevaba pantalones de pana y una chaqueta de mezclilla raída encima de dos jerséis. Cargaba sus pertenencias en una bolsa de plástico y agitaba un vaso grande delante de la gente al tiempo que solicitaba una moneda. También llevaba siempre un bloc amarillo lleno de anotaciones. Bosch se palpó los bolsillos instintivamente y se encogió de hombros. No tenía cambio. – Si no tiene cambio, deme un dólar. – No tengo un dólar suelto. El indigente se olvidó de Bosch y miró en el cenicero, donde crecían colillas amarillas como en un huerto de cáncer. Se puso el bloc debajo del brazo y buscó entre las colillas aquellas en las que quedaba al menos medio centímetro de tabaco. Ocasionalmente encontraba un cigarrillo casi entero y chascaba la lengua para manifestar su satisfacción. Guardó la cosecha del cenicero en el vaso de plástico. El hombre, satisfecho con sus hallazgos, retrocedió desde el cenicero y miró la estatua. Observó a Bosch y le guiñó un ojo antes de empezar a mover las caderas en una lasciva imitación del acto sexual. – ¿Qué te parece mi chica? -dijo. El hombre se besó la mano y se estiró para darle una palmadita a la estatua. Antes de que a Bosch se le ocurriera qué decir, sonó el busca que llevaba en la cintura. El indigente retrocedió otros dos pasos y levantó la mano que tenía libre como si quisiera avisar de algún peligro desconocido. Bosch captó la expresión de pánico, la mirada desquiciada de un hombre cuyas hendiduras sinápticas cerebrales estaban demasiado separadas, lo cual entorpecía las conexiones. El hombre se volvió y se escabulló hacia Spring Street, con su vaso de cigarrillos a medio fumar. Bosch observó hasta que el tipo desapareció y después se sacó el busca del cinturón. Reconoció el número de la pantallita. Era la línea directa del teniente Harvey Pounds de la comisaría de Hollywood. Aplastó lo que le quedaba del cigarrillo en la arena y volvió a meterse en el juzgado. Había una fila de teléfonos públicos cerca de las salas de vistas de la segunda planta, a la que se accedía mediante una escalera mecánica. – Harry, ¿qué está pasando ahí? – Lo habitual. Esperando. Ya tenemos jurado, así que los letrados están dentro con el juez, hablando de los preliminares. Belk dijo que no hacía falta que me quedara, así que he salido a dar una vuelta. -Miró el reloj. Eran las doce menos diez-. Pronto harán una pausa para comer. – Bien. Te necesito. Bosch no protestó. Pounds le había prometido que lo dejaría fuera de la rotación de casos hasta la finalización del juicio. Una semana más, a lo sumo dos. Era una promesa a la que Pounds estaba obligado, puesto que Bosch no podía asumir la investigación de un homicidio mientras se hallaba en el tribunal federal cuatro días a la semana. – ¿Qué pasa? Pensaba que estaba fuera de la ronda. – Estás fuera de la ronda. Pero puede que tengamos un problema. Y te afecta a ti. Bosch dudó un momento. El trato con Pounds era siempre así. Harry se fiaría antes de un confidente que de Pounds. Siempre tenía un motivo manifiesto y otro oculto. Al parecer, el teniente se disponía a realizar otro de sus bailes característicos, hablando con frases elípticas, tratando de que Bosch mordiera el anzuelo. – ¿Un problema? -preguntó Bosch por fin. Una respuesta adecuada, no comprometida. – Bueno, supondré que has leído el periódico de hoy, el artículo del – Sí, acabo de leerlo. – Bueno, pues tenemos otra nota. – ¿Una nota? ¿De qué está hablando? – Estoy hablando de que alguien ha dejado una nota en el mostrador de la calle. Dirigida a ti. Y que me parta un rayo si no suena como una de esas notas del Fabricante de Muñecas. Bosch sabía que Pounds estaba disfrutando de alargar la tensión. – Si estaba dirigida a mí, ¿cómo sabe lo que dice? – No la han enviado por correo. Iba sin sobre. Es sólo una página doblada con tu nombre en la parte de arriba. La dejaron en la recepción. Alguien la leyó, y ya puedes imaginarte el resto. – ¿Qué dice la nota? – Bueno, no te va a gustar, Harry, el momento es espantoso, pero básicamente la nota dice que te equivocaste de tipo. Que el Fabricante de Muñecas sigue suelto. El autor presume de que es el verdadero Fabricante de Muñecas y que la cuenta de víctimas continúa. Dice que mataste a otro tipo. – Es mentira. Las cartas del Fabricante de Muñecas se publicaron en el diario y en el libro de Bremmer sobre el caso. Cualquiera puede haber captado el estilo y escrito la nota. No… – ¿Me tomas por imbécil, Bosch? Ya sé que cualquiera podría haber escrito esto, pero también lo sabe el autor. Por eso ha incluido un pequeño mapa del tesoro. Supongo que puede llamarse así. Pistas hacia el cadáver de otra víctima. La línea se llenó de un largo silencio mientras Bosch pensaba y Pounds esperaba. – ¿Y? -dijo Bosch al fin. – Y envié a Edgar al lugar esta mañana. ¿Te acuerdas del Bing's, en Western? – ¿Bing's? Sí, al sur del bulevar. Una sala de billar. ¿No lo destrozaron en los disturbios del año pasado? – Sí -dijo Pounds-. Completamente quemado. Lo saquearon y le prendieron fuego. Sólo quedaron los cimientos de hormigón y tres paredes. Hay una orden municipal de demolición, pero todavía no la han ejecutado. Da igual, el caso es que es ese sitio, según la nota que recibimos. La nota decía que la chica estaba enterrada bajo la losa del suelo. Edgar acudió con una brigada municipal, un martillo neumático, de todo… Pounds se estaba alargando. Menudo capullo, pensó Bosch. Esta vez aguardó un poco más y cuando el silencio se hizo exasperante, Pounds habló finalmente. – Encontró un cadáver. Donde decía la nota, debajo del hormigón. Es… – ¿Cuánto hace que la mataron? – Todavía no lo sabemos, pero es viejo. Por eso te llamaba. Necesito que vayas allí durante la pausa para comer y veas qué puedes averiguar. Quiero que me digas si es una víctima del Fabricante de Muñecas o tenemos a otro zumbado tocándonos los cojones. Tú eres el experto. Sal cuando el juez ordene la pausa para comer. Nos reuniremos allí. Y volverás a tiempo para las exposiciones iniciales. Bosch se sintió entumecido. Ya necesitaba otro cigarrillo. Trató de situar todo lo que Pounds acababa de decirle y darle cierto orden. El Fabricante de Muñecas, Norman Church, llevaba cuatro años muerto. No hubo ningún error. Bosch lo supo esa noche. Todavía lo sabía instintivamente. Church era el Fabricante de Muñecas. – Entonces, ¿esa nota acaba de aparecer en el mostrador? – El sargento de guardia la encontró en el mostrador de información hace cuatro horas. Nadie vio quién la dejó. Entra y sale mucha gente por las mañanas. Además, tenemos cambio de turno. Le pedí a Meehan que subiera y hablara con los uniformados de la entrada. Nadie recuerda nada de la nota hasta que la vieron. – Mierda. Léamela. – No puedo. La tienen los de investigaciones científicas. No creo que haya ninguna huella, pero hay que cumplir con el protocolo. Conseguiré una copia y la llevaré a la escena del crimen, ¿de acuerdo? Bosch no contestó. – Ya sé qué estás pensando -dijo Pounds-. Pero vamos a calmarnos hasta que veamos de qué se trata. Todavía no hay razón para preocuparse. Puede ser alguna maniobra de esa abogada, Chandler. Haría cualquier cosa para arrancar otra cabellera de un poli del departamento. Le encanta salir en los periódicos. – ¿Y los medios? ¿Ya se han enterado? – Hemos recibido algunas llamadas preguntando por el descubrimiento de un cadáver. Deben de haberse enterado por algún capullo del forense. No deberíamos hablar por radio. Bueno, nadie sabe nada de la nota ni del vínculo con el Fabricante de Muñecas. Sólo saben que hay un cadáver. Supongo que el hecho de que lo hayan encontrado debajo del suelo de un edificio destruido en los disturbios tiene morbo. De todos modos hemos de mantener oculta la parte del Fabricante de Muñecas por el momento. A no ser, claro, que quien la escribiera también haya mandado copias a la prensa. Si lo hizo, lo sabremos antes de que acabe el día. – ¿Cómo pudo enterrarla debajo del suelo de una sala de billar? – No todo el edificio eran salas de billar. Había cuartos de almacenaje en la parte trasera. Antes de ser Bing's era el almacén donde guardaban el atrezo de un estudio. Cuando Bing's se quedó con la parte delantera, alquilaron secciones de la parte de atrás para almacenes. Todo es información de Edgar. Habló con el dueño. El asesino debía de tener uno de los cuartos, rompió el suelo y enterró el cadáver de la chica. El caso es que en los disturbios se quemó todo, pero el fuego no afectó al suelo. Esta pobre chica ha estado allí debajo durante todo eso. Edgar dice que parece una momia. Bosch vio que la puerta de la sala 4 se abría y que miembros de la familia Church salían seguidos por su abogada. Habían hecho la pausa para comer. Ni Deborah Church ni sus dos hijas adolescentes lo miraron, en cambio, Honey Chandler, a quien muchos polis y personal de los juzgados conocían como – ¿Sigues ahí, Bosch? -preguntó Pounds. – Sí, parece que acaban de hacer la pausa para comer. – Bien. Entonces vete para el Bing's y nos reuniremos allí. No puedo creer que esté diciendo esto, pero espero que sea otro chiflado. Sería mejor para ti. – Sí. Cuando Bosch ya estaba colgando oyó la voz de Pounds y volvió a ponerse el auricular en la oreja. – Una cosa más. Si los medios se presentan allí, déjamelos a mí. Salga como salga esto, no puedes estar formalmente implicado en el nuevo caso por el litigio del otro. Sólo estarás allí como testigo experto, por decirlo de alguna manera. – Bien. – Nos vemos allí. |
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