"La Odisea De Troya" - читать интересную книгу автора (Cussler Clive)2Rápido y poderoso, un gran tiburón martillo de cinco metros de longitud se movía a través del agua cristalina como una nube gris sobre un prado. Los ojos protuberantes miraban desde los extremos del estabilizador plano que le cruzaba el morro. Captaron un movimiento, y el escualo giró para enfocar a una criatura que nadaba entre el bosque de coral. La cosa no se parecía a ningún pez que el tiburón hubiese visto antes. Tenía dos aletas paralelas que sobresalían por la parte de atrás y era de color negro con rayas rojas en los costados. El enorme tiburón no vio nada sabroso y continuó su incesante búsqueda de presas más apetecibles, sin darse cuenta de que la extraña criatura era un excelente bocado. Summer Pitt había advertido la presencia del tiburón, pero no le había hecho caso y había continuado con su estudio de los arrecifes coralinos en el banco de la Natividad, a ciento doce kilómetros al nordeste de la República Dominicana. El banco abarcaba una extensión de dos mil quinientos kilómetros cuadrados de peligrosos arrecifes y una profundidad que iba de uno a treinta metros. A lo largo de cuatrocientos años, no menos de doscientos barcos se habían ido a pique, víctimas del despiadado coral que coronaba una montaña submarina que surgía desde las abisales profundidades del océano Atlántico. El coral de esta sección del banco era prístino y hermoso, y en algunas partes se elevaba hasta quince metros por encima del fondo arenoso. Había delicadas madréporas y enormes políperos de colores brillantes y formas esculturales que se extendían en la profundidad azul como un majestuoso jardín con miles de arcadas y grutas. Summer tenía la sensación de estar nadando en un laberinto de callejuelas y túneles, donde algunos no tenían salida y otros daban paso a cañones y grietas lo bastante anchas para permitir el paso de un camión de gran tonelaje. Aunque la temperatura del agua superaba los veintisiete grados, Summer Pitt iba vestida con un traje profesional Viking Pro Turbo 1000 hecho de caucho vulcanizado. Llevaba el traje rojo y negro en lugar del suyo habitual más ligero porque le sellaba todo el cuerpo, no tanto para protegerse de la temperatura del agua, que era cálida, sino como defensa contra la contaminación química y biológica que esperaba encontrar mientras hacía su trabajo de evaluación del estado del coral. Miró la brújula y se desvió ligeramente a la izquierda, con un suave movimiento de las aletas y las manos cruzadas a la espalda por debajo de las dos botellas de aire, para reducir la resistencia del agua. Vestida con el abultado traje y la máscara AGA Mark II, se podía pensar que resultaría más sencillo caminar por el fondo que nadar por encima; pero la superficie desigual y a menudo afilada del coral volvía tal cosa prácticamente imposible. Su contorno físico y sus facciones quedaban ocultos por el abultado traje y la máscara completa. La única pista de su belleza la daban sus hermosos ojos grises, que miraban a través del cristal de la máscara, y un mechón pelirrojo que asomaba en la frente. Summer adoraba el mar y bucear en sus profundidades. Cada inmersión era una nueva aventura en un mundo desconocido. A menudo se imaginaba a sí misma como una sirena con agua salada en las venas. Alentada por su madre, había estudiado ciencias oceánicas. Había descollado en los estudios y se había licenciado en el Instituto Scripps de Oceanografía como bióloga marina. Su hermano mellizo, Dirk, se había licenciado en ingeniería marina en la universidad Atlantic de Florida. Poco después de volver a su casa en Hawai, los hermanos se enteraron por boca de su madre moribunda de que el padre -al que nunca habían conocido- era el director de proyectos especiales de la Después del funeral, Dirk y Summer volaron a Washington para conocer a su padre. Su súbita aparición fue toda una sorpresa. Atónito al verse frente a un hijo y una hija de cuya existencia no tenía ni la más mínima idea, Dirk Pitt se sintió abrumado de felicidad, porque durante más de veinte años había creído que el gran amor de su vida estaba muerta. Pero luego lo invadió una profunda tristeza al saber que ella había vivido todos aquellos años como una inválida sin decirle ni una palabra y que había muerto sólo un mes antes. Feliz a más no poder con la familia que nunca había sabido que tenía, los llevó inmediatamente al viejo hangar donde vivía con su gran colección de coches antiguos. Cuando se enteró de que por influencia de la madre ambos habían estudiado ciencias oceánicas, se había apresurado a conseguirles un empleo en la NUMA. Ahora, después de dos años de trabajar en proyectos oceánicos por todo el mundo, ella y su hermano se habían embarcado en un viaje extraordinario para investigar y recoger datos de la extraña contaminación tóxica que estaba aniquilando la frágil vida marina en el banco de la Natividad y otros en el mar Caribe. La mayoría de los arrecifes aún estaba a rebosar con peces y corales sanos. Las doradas se mezclaban con los enormes peces loros -de brillantes colores- y los meros, mientras que los pececillos tropicales de color amarillo y púrpura iridiscente se movían velozmente entre los diminutos hipocampos castaños y rojos. Las morenas miraban con expresión feroz, con la cabeza asomada en los agujeros del coral al tiempo que abrían y cerraban las mandíbulas amenazadoramente, a la espera de clavar sus dientes de aguja en la presa. Summer sabía que ese aspecto feroz sólo se debía a su forma de respirar, dado que carecían de agallas en el cuello. Nunca atacaban a los humanos a menos que se las provocara. Para que a uno lo mordiera una morena moray, casi había que meterle la mano en la boca. Una sombra se deslizó sobre la arena en un claro del arrecife y la muchacha miró hacia arriba, casi convencida de que el tiburón martillo había regresado para echarle otra ojeada, pero se trataba de un grupo de cinco mantas moteadas. Una de ellas se apartó de la formación como si se tratara de un caza y dio una vuelta alrededor de Summer, mirándola con curiosidad antes de ascender rápidamente y unirse a las demás. Después de recorrer otros treinta metros pasó por encima de una formación de gorgónidas y avistó un pecio. Una gran barracuda de un metro y medio de largo nadaba sobre los restos, y sus ojos como cuentas vigilaban atentamente todo lo que ocurría en sus dominios. El buque de vapor Quedaba muy poco que permitiera identificar al Construido por encargo de la Eran muy pocos los buceadores que habían rescatado objetos del Summer vagabundeó sobre el viejo pecio, arrastrada por una suave corriente, mientras intentaba imaginarse a las personas que una vez habían caminado por sus cubiertas. Notaba una sensación espiritual. Era como si estuviese volando sobre un cementerio y las almas de los difuntos le hablaran desde el pasado. No olvidó ni por un momento a la gran barracuda que se mantenía inmóvil en el agua. La comida no representaba un problema para el pez de aspecto feroz. Había suficientes peces que vivían en el viejo Se obligó a no pensar en la tragedia. Nadó con mucha precaución alrededor de la barracuda, que no le quitaba los ojos de encima. Cuando estuvo a una distancia prudencial, se detuvo para leer en el medidor de presión la cantidad de aire que le quedaba en las botellas, marcó su posición en el GPS, alineó la aguja de la brújula en relación con el habitáculo submarino donde ella y su hermano estaban viviendo mientras realizaban sus estudios del arrecife y anotó la lectura. Notó una ligera flotación y la neutralizó, dando salida a un poco de aire del compensador de flotación que llevaba a la espalda. Vio que los brillantes colores se apagaban y el coral perdía su color después de nadar otro centenar de metros. Cuanto más se alejaba mayor era el número de esponjas quebradizas y enfermas, hasta que morían y dejaban de existir. La visibilidad en el agua también disminuyó drásticamente, hasta que llegó a un punto que no veía más allá de la punta de los dedos. Tenía la sensación de haber entrado en una densa niebla. Era el llamado légamo marrón, un misterioso fenómeno que aparecía por todo el mar Caribe. El agua cerca de la superficie era una siniestra masa marrón que los pescadores describían con el aspecto de aguas residuales. Hasta ahora nadie sabía exactamente qué causaba el légamo ni cómo se originaba. Los científicos marinos creían que estaba vinculado con algún tipo de alga, aunque aún tenían que demostrarlo. Curiosamente, el légamo no parecía matar a los peces, como ocurría con su famosa prima, la marea roja. Los peces evitaban el contacto con lo peor de los efectos tóxicos, pero muy pronto comenzaban a pasar hambre después de perder sus zonas de alimentación y refugio. Summer advirtió que las brillantes anémonas marinas, con sus filamentos extendidos para capturar la comida en la corriente, también parecían muy castigadas por la aparición del extraño invasor en sus terrenos. Su proyecto más inmediato era sencillamente recoger unas cuantas muestras preliminares. Más tarde utilizarían cámaras e instrumentos de análisis químico en la zona muerta del banco de la Natividad para detectar y medir su composición, con el propósito de descubrir las contramedidas adecuadas para erradicarlo. La primera inmersión del proyecto era puramente de exploración, para ver de primera mano los efectos del légamo. De ese modo, ella y los otros científicos marinos a bordo del barco de exploración científica fondeado en la zona podrían evaluar el problema en toda su dimensión y establecer los procedimientos precisos para estudiarlo. El primer aviso de la invasión del légamo marrón lo había dado en 2002 un buceador profesional que trabajaba frente a las costas de Jamaica. El desconcertante fenómeno había dejado un rastro de destrucción submarina invisible desde la superficie, mientras salía del golfo de México y rodeaba los cayos de Florida. Summer comenzaba a descubrir que aquella irrupción se parecía muy poco a la de aquí. El légamo en el banco de la Natividad era mucho más tóxico. Vio estrellas de mar y también crustáceos, como gambas y langostas, muertos. Observó asimismo que los peces que nadaban en el agua descolorida parecían aletargados, casi comatosos. Sacó varios frasquitos de una bolsa que llevaba sujeta a uno de los muslos y comenzó a tomar muestras del agua. También recogió varias estrellas de mar y crustáceos y los metió en la bolsa de red que llevaba sujeta al cinturón de lastre. Cuando acabó de tapar los frasquitos, los guardó en la bolsa y comprobó de nuevo la reserva de aire. Todavía le quedaban más de veinte minutos de inmersión. Verificó una vez más las lecturas de la brújula y comenzó a nadar en la dirección por la que había venido, y no tardó en encontrarse de nuevo en aguas limpias y cristalinas. Al observar por casualidad el fondo, que se había convertido en un delgado río de arena, vio la entrada a una pequeña caverna en el coral, que no había advertido antes. A primera vista se parecía a cualquiera de las otras veinte que había pasado en los últimos cuarenta y cinco minutos, pero en esta había algo diferente. La entrada tenía las esquinas cuadradas, como si la hubiesen tallado. En su imaginación vio un par de columnas revestidas de coral. Una cinta de arena conducía al interior. Dominada por la curiosidad, y con una amplia reserva de aire, nadó hasta la entrada de la caverna y espió en la penumbra. A un par de metros en el interior de la caverna, el azul de las paredes reverberaba con los rayos del sol. Summer nadó lentamente sobre el fondo arenoso mientras el azul se oscurecía cada vez más y acababa por convertirse en marrón al cabo de unos metros. Una súbita inquietud la hizo mirar por encima del hombro, pero se tranquilizó al ver la luminosidad que le señalaba la entrada. Sin una linterna no podía ver nada, y no hacía falta tener mucha imaginación para pensar que algo peligroso podía estar al acecho en la oscuridad. Dio media vuelta y nadó hacia la entrada. De pronto, una de las aletas golpeó con algo enterrado a medias en la arena. Ya iba a descartarlo como un vulgar trozo de coral cuando tuvo la impresión de que el objeto, cubierto en gran parte por el coral, tenía un aspecto regular, como si hubiese sido fabricado. Escarbó en la arena hasta que consiguió sacarlo. Summer avanzó hacia la luz con el objeto en alto y lo fue sacudiendo suavemente para quitarle la arena. Tenía el tamaño de una vieja caja de sombreros de mujer pero pesaba mucho más, incluso sumergido en el agua. Dos asas sobresalían en la parte superior mientras que, debajo de las inscrustaciones, el fondo parecía la base de un pedestal. Hasta donde alcanzaba a ver, el interior parecía hueco, otro indicio de que no era un producto natural. A través de la máscara, los grises ojos de Summer reflejaron un interés un tanto escéptico. Decidió llevarlo al habitáculo, donde podría limpiarlo cuidadosamente y ver qué había debajo del coral acumulado. El peso añadido del misterioso objeto y de los ejemplares marinos muertos que había recogido del fondo habían afectado su flotación, así que añadió un poco más de aire al compensador de flotación. Con su hallazgo bien sujeto debajo del brazo, nadó lentamente hacia el habitáculo sin preocuparse por la estela de burbujas de aire que dejaba atrás. El habitáculo donde ella y su hermano vivirían durante los siguientes diez días, apareció a la vista en el agua azul unos pocos metros más allá. Bautizado La muchacha se quitó las botellas de aire y las conectó a la bomba de carga instalada junto al habitáculo. Contuvo la respiración mientras subía hasta la esclusa de entrada, donde dejó cuidadosamente las bolsas con las muestras en un pequeño recipiente. Depositó el misterioso objeto sobre una toalla doblada. Summer no estaba dispuesta a correr el riesgo de contaminarse. Soportar durante unos pocos minutos más el calor tropical que la hacía sudar por todos los poros era un sacrificio menor si así podía evitar una enfermedad potencialmente letal. Después de nadar a través del légamo marrón, una sola gota en su piel podía resultar fatal. Todavía no era el momento de quitarse el traje Viking con la capucha y las botas Turbo, los guantes con cierres estancos en las muñecas y la máscara. Se quitó el cinturón de lastre y el compensador de flotabilidad antes de abrir las válvulas de los potentes rociadores para lavar el traje y el equipo con un preparado descontaminante y eliminar cualquier residuo del légamo marrón. Segura de que estaba absolutamente limpia, cerró las válvulas y llamó a la puerta de la esclusa principal. Si bien el rostro que apareció al otro lado del ojo de buey era el de su hermano mellizo, se parecían muy poco. Habían nacido con una diferencia de minutos, pero así y todo ella y su hermano Dirk eran todo lo diferentes que pueden llegar a ser los mellizos. Dirk medía un metro noventa de estatura, y era delgado y musculoso, con la piel muy bronceada. Mientras que Summer tenía los cabellos rojos y lacios y los ojos grises, él tenía los cabellos negros y ondulados, y los ojos de un color verde opalino que resplandecían con la luz. Cuando entró, su hermano le quitó el yugo y la junta estanca que unía el cuello del traje a la capucha. Al ver su expresión severa y su mirada, más penetrante de lo habitual, Summer comprendió que se había ganado una buena reprimenda. Antes de que él pudiera abrir la boca, levantó las manos y dijo: – Lo sé, lo sé, no tendría que haber salido a bucear sin compañero. – Ahora es tarde para disculparte -replicó su hermano, furioso-. Si no te hubieses escabullido con el alba antes de que me despertara, habría ido a buscarte y te habría traído de regreso al laboratorio de una oreja. – De acuerdo, te pido disculpas -dijo Summer, con un arrepentimiento fingido-, pero puedo hacer muchas más cosas si no tengo que preocuparme por mi acompañante. Dirk le echó una mano con las cremalleras a prueba de agua del traje Viking. Después de quitarle los guantes y la capucha interior por detrás de la cabeza, comenzó a quitarle el traje del torso, los brazos y luego las piernas y los pies. La larga cabellera cayó como una cascada de cobre rojo. Debajo, Summer vestía una malla de nailon muy ajustada que resaltaba las curvas de su cuerpo perfecto. – ¿Has entrado en el légamo? -le preguntó Dirk, con un tono que reflejaba a las claras su preocupación. – He recogido unas cuantas muestras. – ¿Estás segura de que no se filtró nada en el interior del traje? Summer levantó los brazos por encima de la cabeza y giró como una bailarina. – Compruébalo tú mismo. Ni una gota del légamo tóxico. Dirk apoyó una mano en el hombro de la muchacha. – No se te ocurra bucear de nuevo sola, y mucho menos sin mí si me tienes cerca. – Sí, hermano -respondió Summer con una sonrisa arrogante. – Meteremos tus muestras en una caja sellada. El capitán Barnum se las llevará para que las analicen en el laboratorio del barco. – ¿El capitán bajará al habitáculo? -preguntó Summer un tanto sorprendida. – Se ha invitado solo a comer -contestó Dirk-. Insistió en traernos nuestras provisiones en persona. Dijo que así se tomará un descanso de jugar a capitán. – Dile que no entrará si no trae una botella de vino. – Confiemos en que reciba el mensaje por ósmosis -comentó Dirk, y sonrió. El capitán Paul T. Barnum era un hombre esquelético que bien podría haber pasado por hermano del legendario Jacques Cousteau, de no haber sido porque era casi calvo. Vestía un traje de buceo corto y no se lo quitó cuando entró en la esclusa principal. Dirk lo ayudó a dejar la caja metálica con las provisiones para dos días en el mostrador de la cocina, y Summer comenzó a guardar todo en la pequeña alacena y la nevera. – Os he traído un regalo -anunció Barnum, y sostuvo en alto una botella de vino de Jamaica-. Por si fuera poco, el cocinero os ha preparado langosta a la termidor y espinacas a la crema. – Eso explica su presencia -dijo Dirk, palmeando al capitán en la espalda. – Alcohol en un proyecto de la NUMA -murmuró Summer, con un tono burlón-. ¿Qué diría nuestro estimado líder, el almirante Sandecker, sobre el quebrantamiento de su regla dorada de no beber durante las horas de trabajo? – Toda la culpa la tienen las malas influencias de tu padre -señaló Barnum-. Nunca subía a bordo sin una cantidad de botellas de buen vino, y su camarada Al Giordino siempre se presentaba con una caja de los puros predilectos del almirante. – Por lo visto, todos excepto el almirante saben que Al le compra en secreto los puros al mismo proveedor -comentó Dirk con una sonrisa. – ¿Qué tenemos de acompañamiento? -preguntó Barnum. – Ensalada de cangrejo y sopa de pescado. – ¿Quién cocina? – Yo -refunfuñó Dirk-. Summer sólo sabe preparar bocadillos de atún. – Eso no es verdad -protestó la joven-. Soy muy buena cocinera. Dirk la miró con una expresión cínica. – En ese caso, ¿cómo es que tu café sabe a rayos? Calentaron en la sartén la langosta con mantequilla y las espinacas a la crema y las acompañaron con el vino de Jamaica. Mientras comían, Barnum relató algunas de sus aventuras. Summer le dedicó a su hermano una mueca burlona cuando sirvió un pastel de limón que había cocinado en el microondas. Dirk fue el primero en admitir que había realizado toda una hazaña de repostería, dado que el microondas no era lo más adecuado para hornear un pastel. Barnum ya se disponía a marcharse, cuando Summer le tocó el brazo. – Le tengo reservado un enigma. El capitán entrecerró los ojos. – ¿Qué clase de enigma? La muchacha le entregó el objeto que había encontrado en la cueva. – ¿Qué es esto? – Creo que es un caldero o una urna. No lo sabremos hasta que le hayan quitado las incrustaciones. Esperaba que usted lo llevara al barco y que alguien del laboratorio lo limpiara a fondo. – Estoy seguro de que hallaré un voluntario. -Levantó el objeto para sopesarlo-. Parece muy pesado para ser de cerámica. Dirk señaló la base del objeto. – Hay un espacio sin incrustaciones, donde se ve que es de metal. – Es curioso, pero no parece oxidado. – Yo diría que es de bronce. – Está muy bien hecha para ser de fabricación nativa -añadió Summer-. Aunque las incrustaciones las disimulan, parece tener unas figuras en toda la parte media. – Tienes más imaginación que yo. -Barnum miró el objeto-. Quizá un arqueólogo podrá resolver el misterio cuando regresemos a puerto, si es que no se pone histérico porque lo has sacado del lugar. – No es necesario esperar tanto -manifestó Dirk-. ¿Por qué no le envía las fotos a Hiram Yaeger en el centro informático de la NUMA en Washington? Estoy seguro de que nos dará una fecha y el lugar donde lo fabricaron. Lo más probable es que cayera de algún barco o proceda de algún pecio. – El – Pues ya tienes una posible explicación -señaló Barnum. – En cualquier caso, ¿cómo llegó al interior de la caverna, a casi cien metros de la entrada? -preguntó Summer, sin dirigirse a nadie en particular. – Es cosa de magia, mi encantadora damisela, el vudú de las islas -afirmó su hermano, y sonrió con expresión zorruna. Ya había oscurecido en la superficie cuando Barnum les deseó buenas noches. En el momento en que entraba en la esclusa de salida, Dirk le preguntó: – ¿Qué tal se presenta el tiempo? – Tendremos calma durante los próximos dos días -respondió Barnum-. Se está gestando un huracán en las Azores. El meteorólogo a bordo lo tendrá vigilado. Al primer amago de que se dirija hacia aquí, os evacuaré a los dos y nos alejaremos de su camino a toda máquina. – Esperemos que pase de largo -dijo Summer. Antes de abandonar el habitáculo, Barnum guardó el objeto en una malla y cogió la bolsa con las muestras de agua que había recogido Summer. Dirk encendió los focos exteriores, y aparecieron a la vista centenares de peces loros verde brillante que nadaban en círculos, totalmente ajenos a los humanos que vivían en su seno. Sin molestarse en cargar con una botella de aire, Barnum se llenó los pulmones al máximo, encendió la linterna y comenzó a ascender los quince metros que lo separaban de la superficie. Exhalaba el aire mientras subía. La pequeña lancha neumática con quilla de aluminio se balanceaba suavemente, amarrada a la boya sujeta a la cadena del ancla que había echado a una distancia prudencial del habitáculo. Nadó hasta la lancha, subió a bordo y recogió el ancla. A continuación puso en marcha los dos motores Mercury fuera de borda de ciento cincuenta caballos cada uno y se dirigió velozmente hacia el barco, cuya superestructura resplandecía con la luz de una multitud de focos, embellecida con las lámparas de navegación roja y verde. La mayoría de los barcos están pintados de blanco con el casco rojo, negro o azul por debajo de la línea de flotación. Unos pocos mercantes se inclinan por el naranja. No era este el caso del El Estaba en perfecto estado cuando Sandecker lo compró para la NUMA y ordenó convertirlo en un barco de investigación científica y de apoyo a las actividades submarinas. No se había reparado en gastos. Los equipos electrónicos habían sido diseñados por los ingenieros de la NUMA, que también se habían encargado de los sistemas informáticos y de comunicaciones. Disponía de laboratorios ultramodernos, espacio de trabajo y una vibración apenas perceptible. Su red de ordenadores controlaba, recogía y procesaba información que después se enviaba a los laboratorios de la NUMA en Washington, donde se procedía a investigarlos a fin de convertir los resultados en importantes conocimientos oceánicos. El Barnum estaba muy orgulloso de su barco. Era uno más entre los treinta de la flota de la NUMA, pero también único en su especie. El almirante Sandecker le había encargado la dirección de la remodelación, y Barnum había aceptado complacido, sobre todo cuando el almirante le había dicho que el dinero no era un problema. No había escatimado ni un céntimo y Barnum nunca había dudado de que este puesto representaba la cumbre de su carrera. Las campañas duraban nueve meses y las dotaciones de científicos cambiaban con cada nuevo proyecto. Los otros tres meses se dedicaban a visitar las zonas donde se desarrollarían los nuevos estudios, así como al mantenimiento y a incorporar los equipos e instrumentos de última generación. Mientras Barnum se acercaba, contempló la superestructura que tenía la altura de un edificio de ocho pisos: la enorme grúa situada a popa, que había bajado al Barnum se centró en la navegación y acercó la lancha a la amura. En el momento en que apagaba los motores, el brazo de una grúa pequeña asomó por encima de la borda y bajó un cable de acero con un gancho. Sujetó el gancho a la argolla de la eslinga y descansó mientras subían la lancha a bordo. En cuanto pisó la cubierta se dirigió inmediatamente al gran laboratorio de la nave con el enigmático objeto que le había dado Summer. Se lo entregó a dos estudiantes en prácticas de la escuela de arqueología náutica A amp;M de Texas. – Limpiadlo lo mejor que podáis -les ordenó Barnum-. Hacedlo con mucho cuidado. Podría ser un objeto muy valioso. – Tiene todo el aspecto de ser una olla vieja cubierta de légamo -comentó una de las estudiantes, una rubia con una camiseta de la escuela muy ajustada y pantalón muy corto. Era obvio que no le hacía ninguna gracia el trabajo de limpieza. – En absoluto -replicó Barnum con un tono severo-. Nunca se sabe qué viles secretos se esconden en el arrecife. Así que ten cuidado, no vaya a ser que te sorprenda el genio maligno que vive en su interior. Feliz por haber dicho la última palabra, Barnum salió del laboratorio para ir a su camarote, mientras las estudiantes lo miraban marchar con una expresión suspicaz antes de ocuparse del objeto. A las diez de la noche, la urna iba en un helicóptero que la llevaba al aeropuerto de Santo Domingo, donde la cargarían en un reactor con destino a Washington. |
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