"Cuento de muerte" - читать интересную книгу автора (Russell Craig)3POLIZEIPRASIDIUM, HAMBURGO toda vida y color. Había dos personas sentadas al otro lado del escritorio de Fabel: Maria y un hombre corpulento y de aspecto serio, de alrededor de cincuenta y cinco años, cuyo cuero cabelludo brillaba a través de los pelos negros y grises que lo cubrían. El Kriminaloberkommissar Werner Meyer había trabajado junto a Fabel durante más tiempo que cualquier otro miembro del grupo. De rango inferior pero mayor en edad, Werner Meyer no era tan sólo un colega para Fabel, era su amigo, y con frecuencia su mentor. Werner compartía el mismo rango que Maria Klee, y juntos representaban el escalafón más cercano a Fabel dentro del departamento. Werner, sin embargo, era el número dos. Tenía mucha más experiencia práctica como agente de policía que Maria, aunque ella había sido una de las alumnas más prometedoras en la universidad, donde había estudiado Derecho, y luego más tarde en las academias policiales Pohzeifachhochschule y Landespolizeischule. A pesar de su aspecto duro y de su considerable tamaño, la forma en que Werner encaraba la tarea policial se caracterizaba por una exhaustividad metódica y una atención por los detalles. Siempre se ceñía al reglamento, y en más de una ocasión había refrenado a su Pero había dado resultado. Fabel los había puesto juntos por sus diferencias, porque representaban diferentes generaciones de policías y porque combinaban y contrastaban la experiencia con la pericia, la teoría con la práctica. Pero lo que realmente los hacía funcionar bien como equipo era lo que compartían: un compromiso total e inflexible con su papel como agentes de la Mordkommission. Había sido una de las habituales reuniones preliminares. Los homicidios se presentaban de dos maneras: estaban las investigaciones rápidas, cuando el cuerpo se encontraba muy poco después de la muerte o cuando había una serie firme y clara de evidencias que seguir; y después estaban los rastros fríos, cuando el asesino ya se había distanciado en la cronología, en la geografía y en la presencia forense del hecho del homicidio, dejando a la policía apenas unas pocas sobras con las que hacerse una idea clara, un proceso que llevaba tiempo y esfuerzo. El homicidio de la chica de la playa era un caso de rastro frío, nebuloso y amorfo. Precisarían mucho tiempo y trabajo de investigación antes de darle una forma más o menos definida. La reunión de aquella tarde, por lo tanto, había tenido todas las características de los casos poco comunes: se habían analizado los escasos datos disponibles y habían concertado reuniones posteriores para examinar los esperados informes forenses y el resultado de la autopsia. El cuerpo mismo sería el punto de partida; ya no era una persona, sino un recipiente de información física sobre el momento, la forma y el lugar de la muerte. Y, a nivel molecular, el ADN y otros datos recogidos del cadáver servirían para iniciar el proceso de la identificación. La mayor parte de la reunión se había dedicado a asignar recursos a las distintas tareas investigadoras, la primera de las cuales era tratar de identificar a la chica muerta, algo de lo que deberían encargarse casi todos ellos. La chica muerta. Fabel estaba categóricamente comprometido a revelar su identidad, pero ese era el momento que más temía: cuando el cuerpo se convertía en una persona y el número del caso se convertía en un nombre. Después de la reunión, le pidió a Maria que se quedara. Werner le hizo un gesto de complicidad a su jefe y, de esa manera, consiguió subrayar todavía más la torpeza de la situación. Maria Klee, vestida con una blusa negra y cara y pantalones grises, con las piernas cruzadas y los largos dedos entrelazados sobre la rodilla, permaneció sentada con expresión impasible y en una postura un poco formal, esperando que su superior hablase. Como siempre, su actitud era de compostura, contención, control, y sus ojos grises azulados se mantenían imperturbables debajo de la expresión inquisidora de las cejas. Todo en Maria rezumaba confianza, autocontrol y autoridad. Pero ahora había algo incómodo entre ella y Fabel. Ya había pasado un mes desde que ella había vuelto al trabajo, pero éste era el primer caso importante desde su regreso y Fabel quería que hablaran de las cosas que habían quedado sin mencionar. Las circunstancias habían impuesto a Fabel y a Maria una intimidad única. Una intimidad más intensa que si hubiesen dormido juntos. Nueve meses antes pasaron varios minutos a solas, bajo un cielo estrellado en un campo desierto del Altes Land en la costa sur del Elba, y sus alientos se mezclaron mientras Maria, esa mujer tan segura de sí misma, se transformaba en una niñita llena del temor muy real y razonable de estar a punto de morir. Fabel ¡a había mecido y la había mirado constantemente a los ojos, diciéndole todo el tiempo palabras de alivio, impidiéndole que se deslizara hacia un sueño del que no despertaría, sin permitirle que ella apartara su mirada de la de él y la dirigiera hacia debajo de sus costillas, donde asomaba el espantoso mango de un grueso cuchillo. Había sido la peor noche de la carrera de Fabel. Habían logrado cercar al psicópata más peligroso al que Fabel había tenido que enfrentarse, un monstruo responsable de una serie de homicidios rituales particularmente horrorosos. La cacería había terminado con dos policías muertos: un miembro del equipo de Fabel, un agente joven y brillante llamado Paul Lindemann, y un SchuPo uniformado de la Polizeikommissariat de la zona. El último agente al que el psicópata había encontrado en su huida era Maria: en lugar de matarla, le había hecho una herida potencialmente letal, sabiendo que Fabel tendría que elegir entre continuar la persecución o salvar la vida de su agente. Fabel había tomado la única decisión posible. Ahora tanto él como Maria cargaban con cicatrices de diferente clase. Fabel nunca había perdido a un agente en cumplimiento del deber, y aquella noche habían caído dos, y por poco una tercera. Maria había perdido una gran cantidad de sangre y había estado a punto de morir en el quirófano. Luego hubo dos tensas semanas en cuidados intensivos, durante las cuales Maria habitó en una precaria tierra de nadie entre la conciencia y la inconsciencia, entre la vida y la muerte. Siguieron siete meses de una lenta recuperación de la salud y la fuerza. Fabel sabía que Maria había pasado los últimos dos meses de la recuperación en el gimnasio, reconstruyendo no sólo su fuerza física sino parte de aquella férrea resolución que la caracterizaba como una agente eficiente y decidida. Y allí estaba, sentada delante de Fabel, la misma Maria de antes, con su mirada dura y firme, y los dedos entrelazados encima de la rodilla. Pero cuando Fabel analizó ese sólido lenguaje corporal, se dio cuenta de que seguía mirando más allá, hacia la noche en la que le había sostenido su mano helada y había escuchado su suave aliento mientras ella le rogaba, con la voz de una niñita débil, que no la dejara morir. Los dos tenían que encontrar la manera de superar aquello. – Sabes por qué quería hablar contigo, ¿verdad, Maria? – No, – Creo que sí lo sabes, Maria. Necesito saber si estás lista para un caso como éste. Maria comenzó a protestar pero Fabel la hizo callar con un gesto de la mano. – Mira, Maria, estoy siendo honesto contigo. Me sería muy fácil no decir nada y asignarte las tareas laterales de cualquier investigación que surja hasta que esté convencido de que estás lista. Pero yo no trabajo así. Ya lo sabes. -Se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre el escritorio-. Te aprecio demasiado como agente para faltarte el respeto de esa forma. Pero también te considero demasiado valiosa para poner en riesgo tu bienestar a largo plazo, y tu capacidad dentro del equipo, colocándote al frente de una investigación para la que tal vez todavía no estás lista. – Estoy lista. -Una escarcha de acero crujió en la voz de Maria-. Ya me he enfrentado a todo lo que debía enfrentarme. No habría vuelto al trabajo si creyera que iba a poner en riesgo la eficacia del equipo. – Maldita sea, Maria, no te estoy cuestionando. No estoy poniendo en duda tu capacidad… -Fabel le devolvió la mirada con la misma franqueza-. Estuve a punto de perderte aquella noche, Mana. Perdí a Paul y casi te pierdo a ti. Te fallé. Le fallé al equipo. Tengo la responsabilidad de asegurarme de que estés bien. El hielo en la expresión de Maria comenzó a derretirse. – No fue tu culpa, – ¿Y qué hay del hecho de que sigue suelto? -dijo Fabel, y se arrepintió de inmediato. Ese pensamiento lo había dejado sin dormir más de una noche. – A estas alturas ya estará muy lejos de Hamburgo -respondió Maria-. Probablemente lejos de Alemania, o incluso de Europa. Pero si no lo está, y volvemos a encontrar su rastro, estaré preparada. Fabel sabía que Maria hablaba en serio. Lo que no sabía era si él mismo estaba preparado para volver a enfrentarse al Águila Sangrienta. Ahora o nunca. Pero se cuidó de expresar en voz alta ese pensamiento. – Tomarse las cosas con calma no es ninguna vergüenza, Maria. Ella le dedicó una sonrisa que Fabel no había visto antes, la primera señal de que algo, realmente, había cambiado en el interior de Maria. – Estoy bien, Jan. Te lo prometo. -Era la primera vez que ella usaba su nombre de pila en la oficina. La primera vez que lo había pronunciado había sido cuando se debatía entre la vida y la muerte en el pasto crecido de un campo de los Altes Land. Fabel sonrió. – Me alegro de tenerte de vuelta, Maria. Ella estaba a punto de responder cuando Ana Wolff golpeó a la puerta y entró sin esperar invitación. – Lamento interrumpiros -dijo Anna-, pero acabo de hablar con los forenses por teléfono. Hay algo que tenemos que ver ahora mismo. Holger Brauner no parecía un científico; ni siquiera semejaba remotamente un académico. Era un hombre de altura media con pelo rubio, color arena, y un aspecto recio, de alguien que vive al aire libre. Fabel sabía que Holger había sido atleta en su juventud y conservaba una complexión fornida y poderosa. Fabel llevaba una década trabajando con el jefe de la SpuSi, la unidad de las escenas de crímenes, y el respeto profesional mutuo que ambos sentían se había convertido en una verdadera amistad. Brauner pertenecía a la LKA3, la división de la Landeskriminalamt de Hamburgo encargada de todos los tipos de investigaciones forenses. Pasaba gran parte del tiempo trabajando en el Institut für Rechtsmedizin, pero también tenía un despacho junto al laboratorio forense del Präsidium. Cuando Fabel entró en su oficina, Brauner estaba inclinado sobre el escritorio, examinando algo a través de una lupa con una luz que colgaba de un brazo articulado. Cuando Brauner levantó la mirada no saludó a Fabel con su habitual sonrisa amplia. En cambio, le hizo el gesto de que se acercara. – Nuestro asesino está comunicándose con nosotros -dijo en tono lúgubre, al tiempo que le pasaba a Fabel un par de guantes quirúrgicos. Se hizo a un lado para que Fabel pudiera examinar el objeto que estaba sobre el escritorio. Sobre una pequeña lámina de plástico había una tira rectangular de papel amarillo; medía unos diez centímetros de largo por cinco de ancho. Brauner había cubierto la nota con una placa de acrílico para que no se contaminara. La letra, escrita con tinta roja, era apretada, regular, ordenada y muy pequeña. – La encontramos en el puño de la chica. Creo que se la pusieron en la mano y luego le cerraron los dedos, después de la muerte pero antes de que comenzara el rigor mortis. Aunque la letra era minúscula alcanzaba a leerse a simple vista. Pero Fabel examinó la nota con la lupa luminosa de Brauner. A través de la lente, la escritura se convertía en algo más que palabras sobre papel: cada minúsculo trazo rojo se convertía en una amplia franja sobre un paisaje amarillo y con relieve. Hizo a un lado la lupa y leyó el mensaje. Fabel se enderezó. – ¿Cuándo encontrasteis esto? – Llevamos el cuerpo a Butenfeld esta mañana para que Herr Doktor Möller llevara a cabo la autopsia. -Butenfeld era el nombre de la calle de Eppendorf en la que estaba localizado el Instituí y se había convertido en una abreviatura policial para referirse al depósito de cadáveres-. Estábamos realizando el examen habitual antes de la autopsia cuando se lo encontramos escondido en la mano. Como sabes, ponemos bolsas separadas en las manos y en los pies para asegurarnos de que no se pierda ninguna evidencia forense durante el traslado, pero esta nota se había quedado pegada en la palma incluso después de que pasara la rigidez. Fabel volvió a leerla. Tenía una sensación pesada en el estómago, ligeramente nauseabunda. – – A mí se me ocurrió lo mismo cuando leí esa frase en la nota… Pero no, puedo afirmar con toda seguridad que este cuerpo no ha estado enterrado anteriormente. En cualquier caso, a partir de la lividez post mórtem y la descongestión del rigor mortis, mi cálculo aproximado es que lleva muerta poco más de un día. Tal vez la frase se refiera a que estaba encerrada en algún sótano o algo así antes de morir. Estamos revisando la ropa en busca de polvo o algún otro elemento contaminante que pueda darnos una idea del medio en el que estuvo durante las últimas veinticuatro horas. – Es posible -dijo Fabel-. ¿Habéis encontrado algo más? – No. -Brauner levantó un expediente del escritorio y le echó una ojeada-. Por supuesto que Herr Doktor Möller nos entregará todos los detalles patológicos, pero nuestro descubrimiento inicia] es que la playa no fue el escenario principal del crimen; la víctima fue asesinada en otra parte y luego la llevaron a la playa donde la abandonaron. – No, Holger… -Fabel volvió a ver las imágenes de la playa en su mente-. No la abandonaron. La dejaron en una pose. Eso ha estado rondándome la cabeza desde esta mañana. Parecía como si estuviera descansando. O esperando. No era el abandono azaroso de un cadáver. Era una especie de declaración… Aunque no sé qué se supone que quiere decir. Brauner sopesó las palabras de Fabel. – Puede ser -dijo finalmente-. Tengo que admitir que yo no lo veo exactamente de la misma manera. Admito que había un cierto cuidado en la forma en que la dejaron. Pero no veo una pose deliberada. Tal vez él sintiera arrepentimiento por lo que había hecho. O tal vez sea tan psicópata que no se dio cuenta del todo de que ella estaba muerta. Fabel sonrió. – Quizá tengas razón. En cualquier caso, lo siento, ¿qué estabas diciendo? Brauner volvió al expediente. – No hay mucho que decir. Las prendas que llevaba la chica no eran de buena calidad y eran bastante viejas. Más aún, no estaban limpias… Yo diría que venía usando la misma ropa, incluso la misma ropa interior, desde por lo menos tres o cuatro días antes de su muerte. – ¿Fue violada? – Bueno, ya sabes que Möller querrá despellejarme si me adelanto a los resultados que él encuentre y, para ser justos, él es el único que puede darte una respuesta concluyente a esa pregunta… Pero no… No encontré ninguna evidencia de traumatismo sexual en el cuerpo. De hecho, no veo ninguna señal de violencia más allá de la marca de la ligadura alrededor del cuello. Tampoco había rastros en la ropa. – Gracias, Holger -dijo Fabel-. Entiendo que investigarás la clase de papel y tinta que se usaron para la nota, ¿verdad? – Sí. Ya he buscado alguna filigrana. Nada. Podré darte el gramaje y la clase de papel, etcétera, pero tardaré un poco más en encontrar la marca. -Brauner aspiró a través de los dientes-. Tengo la extraña sensación de que nos encontramos ante un papel genérico, de producción masiva, lo que significa que será difícil de rastrear hasta un punto de venta en particular. – También significa que nuestro amigo ha planeado muy bien todo esto y está ocultando sus huellas -suspiró Fabel. Luego dio una palmada a Brauner en el hombro-. Veamos qué puedes hacer, Holger. Mientras tú te ocupas del medio, yo me ocuparé del mensaje… ¿Puedes hacer que envíen fotocopias a la Mordkommission? Lo ideal es que estén ampliadas a tres veces el tamaño original. – Ningún problema, Jan. – Y yo me aseguraré de que recibas una copia del informe de la autopsia que Möller me mande. -Fabel sabía que los modales bruscos de Möller molestaban a Brauner incluso más que a él-. Por si hay algún detalle que te llame la atención… Cuando Fabel regresó a la Mordkommission, pasó un momento por el escritorio de Anna Wolff. Le pasó el nombre y la dirección que figuraban en la nota que el asesino había metido en la mano de la chica. La sonrisa de Anna se desvaneció cuando leyó el mensaje. – ¿ Ésta es la chica muerta? – Eso es lo que necesito que averigües -respondió Fabel en un tono sombrío-. El asesino escondió una nota en la mano de la víctima. Decía que ésta es la identidad de la chica. – Me ocuparé de inmediato, Fabel entró en su despacho y cerró la puerta. Se sentó detrás del escritorio y miró a través de la mampara de cristal que lo separaba de la oficina principal de planta abierta de la Mordkommission. Nunca había llegado a sentirse del todo cómodo en el nuevo PolizeiPräsidium; le gustaba mucho más la jefatura antigua, en Beim Strohhause, cerca de la Berliner Tor. Pero muchas cosas estaban cambiando en la Polizei de Hamburgo. Y a Fabel la mayoría de los cambios no lo atraían demasiado. Ahora estaban en un edificio moderno que se desplegaba radialmente como una estrella de cinco pisos de altura alrededor de un atrio central. Las cosas no habían salido tan bien como se habían planeado. Antes el atrio albergaba una especie de estanque, que a su vez albergaba grandes cantidades de mosquitos. Cuando el Präsidium, a su vez, quedó infestado de arañas atraídas por el botín del estanque, se decidió llenar la laguna artificial de grava. También hubo otras modificaciones: la rama SchuPo de la policía de Hamburgo dejó de usar los uniformes mostaza y verde que eran comunes a todas las fuerzas policiales alemanas y los reemplazó por otros color azul y blanco. Pero el cambio que a Fabel le resultaba más difícil de aceptar era la militarización de algunos sectores de la policía de Hamburgo: los MEK o Mobile Einsatz Kommando, las unidades especiales para operaciones de vigilancia y respuesta armada, eran un mal necesario; o al menos eso aseguraban sus superiores. El mismo Fabel había solicitado unidades MEK como refuerzo, en especial después de haber pasado por la experiencia de perder a un miembro de su propio equipo, pero tenía serias reservas sobre las actitudes de algunos oficiales de esos grupos. Fabel observó a su equipo a través de la mampara. Ellos formaban la maquinaria que se utilizaría para encontrar al asesino de Paula. Eran las personas que serían enviadas en diferentes direcciones a cumplir las misiones que se les asignaran, hasta que todos se reunieran nuevamente en el momento de la resolución definitiva. Fabel debía mantener una visión panorámica, ver más allá de los detalles. Era su criterio, la forma en que organizaba los diversos elementos de la investigación, lo que determinaría si encontrarían o no al asesino de Paula. Era una responsabilidad en la que trataba de no pensar mucho, porque cuando lo hacía le resultaba casi insoportable. En esos momentos, cuestionaba las decisiones que había tomado. ¿Habría sido tan malo conformarse con una vida como académico en alguna universidad de provincias? ¿O como profesor de inglés o historia en una escuela frisona? Tal vez si lo hubiera hecho, su matrimonio con Renata habría sobrevivido. Tal vez podría dormir cada noche sin soñar con los muertos. Anna Wolff golpeó a la puerta y entró. Su bonito rostro, con esos ojos oscuros y los labios demasiado rojos, estaba nublado por una expresión sombría. Asintió gravemente como respuesta a la pregunta tácita de Fabel. – Sí. Paula Ehlers desapareció cuando volvía a su casa de la escuela. Revisé la base de datos y luego hablé con la Polizeidirektion de Norderstedt. La edad también concuerda. Pero hay algo que no encaja del todo. – ¿Qué? – Como he dicho, tendría la misma edad de la chica muerta… ahora. Paula Ehlers desapareció hace tres años, cuando tenía trece. |
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