"Cuento de muerte" - читать интересную книгу автора (Russell Craig)2Hospital Krankenhaus Mariahilf, Heimfeld, Hamburgo La Oberschwester, la enfermera jefe, lo observó desde el vestíbulo y, al hacerlo, sintió un peso en el corazón. Estaba sentado, sin conciencia de que lo observaban, inclinado hacia delante en la silla junto a la cama, con la palma de la mano posada en la topografía arrugada y blanquecina de la frente de la andana. Cada tanto su mano acariciaba suave y lentamente el pelo blanco y, durante todo ese tiempo, le hablaba al oído con un murmullo bajo y sutil que sólo la anciana podía oír. La enfermera jefe se dio cuenta de que una de sus subordinadas estaba de pie a su lado. La segunda enfermera también sonrió con una expresión compasiva y dolorosa cuando vio la escena formada por el hijo de mediana edad y su madre anciana envueltos en un universo privado y exclusivo. La enfermera jefe señaló la escena con un leve movimiento de la barbilla. – No falta ni un solo día… -Sonrió sin alegría alguna-. Ninguno de los míos se preocupará por mí cuando yo llegue a esa edad, te lo aseguro. La otra enfermera soltó una risita comprensiva. Ambas mujeres se quedaron de pie y en silencio, las dos observando la misma imagen, cada una de ellas sumida en sus pensamientos terribles sobre sus propios futuros lejanos. – ¿Ella puede oír lo que le dice? -preguntó la segunda enfermera después de un momento. – No hay ningún motivo para suponer que no. El ataque prácticamente le ha paralizado todo el cuerpo y la ha dejado muda, pero, por lo que sabemos, sus facultades todavía funcionan. – Por Dios… Yo preferiría morir. Imagina lo que debe de ser estar prisionera dentro de tu propio cuerpo. – Al menos lo tiene a él -dijo la enfermera jefe-. Le trae esos libros todos los días y le lee y luego pasa horas ahí sentado, acariciándole la cabeza y hablándole en voz baja. Al menos tiene eso. La otra enfermera hizo un gesto de asentimiento y soltó un suspiro largo y triste. Dentro de la sala, la anciana y su hijo no tenían conciencia del hecho de que otras personas los observaban. Ella estaba tumbada, quieta, incapaz de moverse, boca arriba, ofreciéndole a su hijo, que estaba sentado, encorvado hacia delante, en la silla junto a la cama, su perfil ligeramente noble de cejas altas y enarcadas y nariz aguileña. Cada tanto, un hilo de saliva le goteaba desde la comisura de sus labios delgados y el solícito hijo se lo limpiaba con un pañuelo doblado. Él le apartó el pelo de la frente una vez más y volvió a inclinarse sobre ella, con los labios casi tocándole la oreja; su aliento, cuando comenzó a hablar en voz muy baja y suave, agitó las hebras plateadas de los cabellos de la sien. – Hoy he vuelto a hablar con el doctor, madre. Me ha dicho que la enfermedad se ha estabilizado. Es una buena noticia, ¿verdad, Hizo una pausa, esperando el efecto de la noticia. Examinó los ojos grises y apagados que se movían lentamente en la cabeza quieta. Si había alguna emoción detrás de ellos, no había forma de descifrarla. Se inclinó un poco más y arrastró la silla más cerca de la cama con un chirrido en el pulido piso del hospital. – Por supuesto que los dos sabemos que las cosas no serán tal cual se las expliqué al médico, ¿no es cierto, madre? -La voz seguía siendo suave y relajante-. Pero claro que yo no podía hablarle al médico de la otra casa… nuestra casa. Ni tampoco contarle que en realidad lo que haré será dejarte tumbada sobre tu propia mierda durante varios días seguidos, ¿verdad? O que pasaré horas averiguando qué facultad te queda de sentir dolor. No, no, eso no estaría bien, ¿cierto, La cabeza de la anciana siguió inmóvil, pero una lágrima se deslizó desde la comisura de un ojo y recorrió las arrugas de la piel de la sien. Bajó el volumen de la voz un poco más y le añadió un tono conspirativo. – Tú y yo estaremos juntos. A solas. Y podremos hablar de los viejos tiempos. De los viejos tiempos en la casa grande de antes. De cuando yo era un niño. Cuando era débil y tú eras fuerte. -La voz se había convertido en un siseo, un aliento venenoso en la oreja de la anciana-. Lo he hecho nuevamente, Afuera, en el vestíbulo, las dos enfermeras, ninguna de las cuales podrían haber adivinado la naturaleza del diálogo entre el hijo y su madre, se apartaron del pabellón del hospital y el conmovedor cuadro que se desarrollaba en su interior, un cuerpo que estaba deteriorándose y una constante devoción filial. En ese instante, dejaron de mirar por la ventana y de asomarse a una vida más triste, y regresaron a las cuestiones prácticas de las rotaciones, las historias clínicas y las rondas de administración de medicamentos. |
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