"El Valle De Las Sombras" - читать интересную книгу автора (Tremayne Peter)Capítulo 10Fidelma cruzaba el patio en dirección al hostal cuando el repiqueteo de cascos en la entrada a la – ¿Qué habéis averiguado entonces, Colla? -preguntó sin preámbulos. El – Un viaje infructuoso -anunció-. Esperaba algo más. – ¿Qué habéis averiguado? -insistió ella. – Casi nada -dijo, quitando importancia a sus palabras-. Los cuervos se han cebado. No han dejado mucho que ver. Mis hombres y yo hemos seguido unas huellas, pero se perdían al llegar a un terreno pedregoso. Lo único que puedo decir con seguridad es que se dirigían al norte. – ¿Y? -lo animó a seguir Fidelma-. ¿Las habéis seguido? – Como he dicho, el suelo era tan pedregoso que las huellas se desvanecían. Hemos buscado por los alrededores y, al comprobar que no había más rastros, hemos decidido regresar. Fidelma entrecerró los ojos con decepción. – ¿De modo que eso es cuanto debo comunicar a Cashel? ¿Que treinta y tres jóvenes han sido víctimas de una suerte de ritual sangriento en Gleann Geis y que no había rastro de sus asesinos? Colla se irguió y adoptó un tono desafiante: – No puedo sacar razones de la nada, Fidelma de Cashel. Ni siquiera vos podríais haber seguido un rastro inexistente. – Sin embargo, habéis dicho que las huellas iban hacia el norte. ¿Hasta dónde las habéis seguido? – Hasta el lugar en que se perdían. – Pero, ¿qué región hay al norte? -insistió Fidelma. – Los Coreo Dhuibhne lindan al norte con las tierras de este valle. Fidelma apretó los labios un momento. – Es un clan muy amistoso, y conozco a su jefe, Fathan. Esta maldad no lleva su marca. ¿Qué otras regiones hay en esa dirección? – Bueno, hacia el noreste se encuentra la región de vuestro primo Congal de los Eóghanacht de Loch Léin, rey de Iarmuman. ¿Creéis que es posible que hayan tenido algo que ver en ello? Fidelma tuvo que reconocer que no. – Pero más allá de su región se encuentra la de los Uí Fidgente -dijo pensativamente. Colla entornó los ojos. – ¿Acaso buscáis un chivo expiatorio? -preguntó-. Los Uí Fidgente son un pueblo arrasado. Vuestro hermano los derrotó en Cnoc Aine. Son débiles e incapaces de cualquier acción hostil. ¿Pretendéis perseguirlos hasta relegarlos al olvido? – Sólo si son responsables de esta atrocidad -confirmó Fidelma. – Si hay algo cierto es que son un pueblo cristiano, lo cual los descarta de cualquier posible sospecha -dijo Colla con desdén. Artgal se acercó para llevarse el caballo del Fidelma miró en silencio a Colla un instante antes de continuar, cosa que hizo en un tono marcadamente intencionado. – Por el momento, Colla, a falta de pruebas, no podemos asegurar quién asesinó a aquellos jóvenes, aunque el modo en que colocaron los cuerpos muestra que el culpable esperaba que quien los hallara supiera que hay un simbolismo pagano detrás de la acción, ya sea intencionada o inintencionadamente. Agradeció a Colla el esfuerzo que había hecho y se dirigió a la casa de huéspedes a grandes zancadas. Allí sólo estaba Eadulf, sentado, sirviéndose una generosa jarra de agua fría. – ¿Os sentís mejor? -preguntó ella en un tono alentador. Eadulf levantó la cabeza, la miró con los ojos inyectados en sangre y forzó una sonrisa. Todavía estaba pálido. – Un poco mejor, pero no mucho. – ¿Estáis de buen ánimo para aceptar otra invitación a un banquete de Laisre? -preguntó, manteniendo el gesto serio. Eadulf soltó un fuerte gruñido y dejó caer la cabeza entre sus manos. Fidelma sonrió con malicia. – Ya suponía que no. No os preocupéis. He declinado la invitación en nombre de los dos. – – Creo que más bien nos espera una noche tranquila. Mañana deberíamos terminar nuestro trabajo aquí, y entonces podremos rastrear la llanura y ver qué podemos descubrir sobre el asesinato de aquellos jóvenes. A Eadulf no le entusiasmó la idea. – Creía que íbamos a esperar a ver qué averiguaba Colla -objetó. – Acaba de llegar -explicó Fidelma con concisión-. No ha averiguado nada, ni siquiera lo que ya sabíamos. Eadulf levantó la cabeza y consiguió parecer interesado a pesar de su estado. – ¿Ha seguido las huellas? – Ha dicho simple y llanamente que se perdían en las colinas del norte. – Pero vos no le creéis. Fidelma se sentó y se sirvió un vaso de agua fría de la jarra de Eadulf. – No lo sé. Puede que diga la verdad. El terreno de ese valle es pedregoso. ¿Por qué iba a regresar tan pronto con tan poca información? Si formara parte de una conspiración para distraernos, bien podría haber pasado unos cuantos días fingiendo que buscaba algo antes de regresar, ¿no creéis? – Supongo que sí -concedió Eadulf. El hermano Dianach entró en la sala. Les dio las buenas tardes con un saludo cortés. – ¿Iréis al banquete de esta noche? -preguntó con aire inocente, mirando directamente al sufrido Eadulf. – No -contestó Fidelma sin más. – Entonces, si me disculpan, subiré a darme un baño antes del festejo. No le contestaron, y Dianach esperó un momento de pie antes de entrar en el cuarto de baño. – Ha venido otro invitado a la – ¿Sí? ¿Quién? -preguntó Eadulf con curiosidad, dado el tono confidencial de Fidelma. – Un hombre joven, de Ulaidh. – ¿Otro visitante de Ulaidh? -se sorprendió Eadulf. – Así mismo he reaccionado yo. Se hace llamar Ibor de Muirthemne y dice ser – Lo decís como si no lo creyerais. Fidelma asintió. – No conoce la ley sobre compraventa de caballos en ultramar. – ¿Debería conocerla? – Cualquier comerciante que se precie debería conocer las leyes fundamentales. – Entonces, si no es tratante de caballos, ¿quién es y a qué ha venido? – Ojalá lo supiera. Tiene el porte propio de un hombre acostumbrado a las armas. ¿Recordáis la torques que encontramos cerca de los cuerpos? Era una torques manufacturada en el norte. Tengo la impresión… La puerta se abrió ruidosamente y entró la oronda figura de Cruinn. – He oído que esta noche hay otro banquete -dijo a modo de saludo-. Pero antes quería saber si necesitaban algo de antemano. – El hermano Eadulf y yo no iremos al banquete -la informó Fidelma. Los ojos de Cruinn, hundidos en un rostro carnoso, revelaron sorpresa. – ¿No vais a asistir? -repitió como si hubiera oído algo insólito-. Pero si Laisre es el anfitrión del banquete. – No queremos abusar de vuestros servicios, Cruinn -le comunicó Fidelma, haciendo caso omiso de su desaprobación-. Bastará con que nos prepare un plato de fiambres con pan. Cruinn escudriñó, con los párpados entornados, el rostro demacrado de Eadulf. – También puedo prepararos un caldo. Un caldo de puerros y avena, y añadir hierbas. Eadulf se relamió con sólo pensarlo. – Parece justo lo que hace falta para asentar un estómago revuelto -observó. La rolliza mujer se puso a preparar la comida, y Fidelma y Eadulf permanecieron sentados a la mesa. – Supongo que los demás, el hermano Solin y el hombre joven, irán a la fiesta, ¿no? -preguntó Cruinn por encima del hombro mientras iniciaba su trabajo. – El joven hermano Dianach está en el cuarto de baño. Pero ha dicho que irá -respondió Fidelma-. Esta tarde no hemos visto al hermano Solin. Estoy segura de que él también irá. Fidelma se levantó para ponerse al lado de la mujer y la observó preparar la carne con manos hábiles. – ¿Habéis vivido siempre en Gleann Geis, Cruinn? -le preguntó de pronto-. He oído que en el valle hay mucha gente nueva. – Siempre he vivido aquí -confirmó la mujer-. Vos os referís a las esposas y esposos cristianos de las zonas de alrededor, que han contraído matrimonio con los pobladores originales del valle. – ¿Os merecen buena opinión los cristianos? La rolliza mujer se rió entre dientes. – Es como si me preguntara si tengo buena opinión de las montañas. Están ahí. ¿Qué vamos a hacer sino vivir con ellas? – Sois una mujer sensata -le dijo Fidelma con una sonrisa-. ¿El resto de habitantes del valle son tan estoicos como vos? La mujerona no entendió la palabra. Fidelma buscó otra manera de plantear la pregunta. – ¿Opinan igual los demás? ¿O tienen cierto temor a lo que representan los cristianos? – El valle es un lugar muy seguro, porque sólo hay dos formas de salir y de entrar -dijo Cruinn, malinterpretándola. Fidelma se disponía a explicarle que no se refería a un temor físico, cuando cayó en la cuenta de lo que acababa de decir Cruinn. – ¿Decís que hay dos accesos? Creía que el único era el camino a través del desfiladero de la cañada. – Oh, no. Existe el acceso del río. – Pero me dijeron que el río era innavegable por los rápidos. – Y así es, pero hay una senda que lo bordea. Es difícil y está oculta en algunos tramos porque pasa por el interior de cuevas aparentemente ciegas. Una persona que conozca bien el terreno puede seguirla sin dificultades. Desemboca en un valle que hay al otro lado. De niños, la mayoría de nosotros solemos explorarla. Pero nadie podía… La mujer calló, bajando los párpados. Se le ocurrió pensar que acaso estuviera hablando demasiado a la ligera. La atención sobre el reparo de Cruinn se disipó con la irrupción del hermano Dianach, que confirmó su asistencia al banquete. Cuando se le preguntó por la intención del hermano Solin, respondió que no había visto al clérigo hacía un rato, pero imaginaba que también asistiría. Fidelma comunicó a la cocinera que daría un paseo antes de bañarse. Tras prometer que no tardaría en regresar, dejó a Cruinn acabando de terminar la cena. Con cierta renuencia, Eadulf decidió hacer uso de las instalaciones de la segunda cámara para tomar un baño aquella noche. Pensó que acaso un baño frío le aliviaría la destemplanza producida por el alcohol. Lamentaba haber sucumbido a la tentación de la bebida, y sobre todo se arrepentía de haberse excedido con ella. Aun cuando todos le habían dicho que su malestar se debía a que el vino era malo, no lo consideraba una excusa. Y la humillación era tanto mayor cuanto que su compañera no se había mostrado tan reprobatoria como solía. Fidelma había salido de la Fue derecha a él y pasó al otro lado del muro de piedra que lo cercaba. Fidelma tenía ciertos conocimientos sobre asuntos ecuestres. Casi había aprendido a cabalgar antes que a hablar. A decir verdad, su nombre todavía se pronunciaba con admiración en el famoso Cuirrech, donde se celebraba una carrera anual que se organizaba desde tiempo inmemorial. Ya habían pasado algunos años desde que descubriera el misterio del asesinato del caballo de carreras ganador del rey Laigin y de su jinete. En aquel prado había dos caballos: un semental negro y una yegua blanca. La yegua se asustó, pero el macho no se movió cuando Fidelma le pasó la mano sobre el hombro y el espolón. Lo acarició con suavidad en el morro y le examinó los dientes. Le costó más examinar a la yegua, pero al cabo de un rato la consiguió tranquilizar para hacerlo. – ¿Qué hacéis? -gritó una voz chillona. Bairsech, la mujer de Ronan, estaba de pie ante la puerta de la granja, mirándola con desconfianza. – Sólo examino a estos caballos, Bairsech -contestó Fidelma sin inmutarse-. ¿Son éstos los de Ibor de Muirthemne? Al reconocer a Fidelma, la mujer frunció más el ceño. – Sí, son lo suyos -contestó de mala gana. Fidelma apretó los labios al mirar a los animales. – ¿No ha traído más caballos? – ¿Por qué lo preguntáis? Si queréis comprar uno, él está en la – Permitidme otra pregunta -insistió Fidelma sin perder la paciencia-. ¿Ha traído más animales? – No, sólo esos dos -respondió Bairsech con desconfianza-. ¿Para qué queréis saberlo? – Para nada. Para nada en absoluto. Como habéis dicho, veré a Ibor en la Salió del prado y se dirigió de vuelta a la fortaleza de Laisre. Cuando llegó allí, Eadulf ya se había bañado, Cruinn estaba disponiendo la comida en la mesa y no había señal del hermano Dianach. Eadulf le dijo que el hermano se había ido ya al banquete, pero que Solin no había regresado aún a la casa de huéspedes. Fidelma se planteó si debía bañarse o no, y decidió que prefería tomarse la sopa caliente y bañarse luego. Cruinn les preguntó si se les ofrecía algo más y, al confirmarle que no, les deseó las buenas noches y salió para que cenaran tranquilos. Fidelma comía en silencio, mientras Eadulf lo hacía con moderación, acompañando la cena con agua, mientras que Fidelma tomaba sorbos de una jarra de aguamiel. – ¿Qué estáis rumiando, Fidelma? -preguntó al fin Eadulf, rompiendo el silencio que había entre ellos-. Sé cuándo le estáis dando vueltas a algo, porque tenéis esa mirada perdida. Fidelma salió de su abstracción y fijó la vista en Eadulf. – No pienso en otra cosa que en concluir el asunto con Laisre mañana, siempre y cuando Murgal y el hermano Solin no nos vengan con más farsas. Como os he dicho, concluida la misión, deberemos investigar el misterio de los jóvenes asesinados. – ¿De veras creéis que podéis dar con alguna pista que Colla haya pasado por alto? – No creeré nada hasta que no haya examinado las pruebas. No puedo dejar de pensar en ello; hay algo oscuro en este asunto que no augura nada bueno…, algo que tengo delante de mis propias narices y que no soy capaz de reconocer. Aun así, acabo de confirmar lo que sospechaba sobre ese joven extranjero que dice ser tratante de caballos. Eadulf la miró con interés. – ¿Aparte de que no conoce las leyes del comercio? -preguntó con lucidez. – No sólo no conoce las leyes del comercio, sino que el purasangre que dice haber traído desde Gran Bretaña para vender a tan alto precio… no es un purasangre, ni mucho menos. – ¿Lo habéis visto? – He ido a la granja de Ronan, donde Ibor se aloja. He visto los dos caballos que ha traído con él. Uno es una yegua y el otro, un semental. No me cabe duda de que están adiestrados, y muy bien adiestrados, para la guerra. Ambos presentan cicatrices y parece que ya han entrado en batalla alguna vez. – ¿Estáis diciendo que es un absoluto impostor? – Estoy diciendo que ninguno de los dos caballos son lo que él dice que son. Ha dicho que había traído un purasangre del reino de los britanos, de Gwynedd. Los caballos de esa región son todos de patas cortas y pecho amplio, tienen un pelaje grueso y áspero, y un manto aislante que los protege de inviernos extremos. Y los que ha traído él no son de pura raza en absoluto. Tienen las piernas largas y parecen el tipo de caballos de Galia que emplean para las carreras o para la guerra. Además, son demasiado viejos para valer un precio que justifique un viaje tan largo desde Ulaidh a esta remota parte del reino. En otras palabras: ¡Ibor de Muirthemne miente! Eadulf se sintió impotente, pues no podía darle ningún consejo, o pensar siquiera en algo que pudiera servir de ayuda y aclarar la situación. Terminaron de cenar en medio de un silencio meditativo. Desde allí oían la leve algarabía que les llegaba de lejos desde la sala de festejos de Laisre. Fidelma propuso que, si Eadulf se encontraba en buena disposición, podían dar un paseo por los muros de la Salieron del hostal y subieron por las escaleras que llevaban a la pasarela de las almenas. Una sombra se movió al final de la escalera. Oyeron una risilla recatada y vieron la figura delgada y pequeña de una muchacha, que desapareció en la oscuridad. Luego otra sombra, con una voz grave y masculina, les dio el alto. Reconocieron la figura de Rudgal cuando apareció ante ellos bajo la luz titilante de una antorcha. – ¿No estabais en el banquete de Laisre? -preguntó el carrero y guerrero a tiempo parcial, que al parecer se avergonzó al verles. – Con un banquete de Laisre me basta -confesó Eadulf como lamentándose. Rudgal los miró con una expresión comprensiva. – Mal vino -sentenció-. A veces pasa -explicó, y se volvió a Fidelma, cambiando de tema sin más-. Artgal me ha dicho que no se ha encontrado nada en la llanura donde descubristeis los cuerpos, o nada que explique cómo llegó a suceder semejante atrocidad. Fidelma se apoyó contra una almena y, contemplando la oscuridad de la noche, le dijo: – Vos sois cristiano, Rudgal. ¿Qué pensáis de esta matanza? Rudgal tosió nerviosamente y miró a su alrededor. Bajó la voz hasta alcanzar un tono de conspiración. – Como habéis dicho, hermana, soy adepto a la fe. La vida ha sido muy difícil para quienes, como yo, seguimos este camino en Gleann Geis. Luego, cuando empezó a ser evidente que una buena parte de los habitantes del valle éramos cristianos, pudimos iniciar cierta presión sobre el jefe y la asamblea para que reconocieran nuestra insistencia. Durante varios años el jefe y el Consejo ignoraron a los nuestros. Luego, inesperadamente, el jefe pareció entender la situación, ya que invalidó la postura del Consejo y mandó a un mensajero a Cashel. Yo creía que no vería llegar ese día en vida. Aun así, aquí todavía hay muchos que se aferran a las viejas costumbres. Yo diría que ese asunto de… -vaciló-, que esa matanza ritual, como decís que puede ser… Creo que hay mucha gente a la que le gustaría desmoralizar a los seguidores de la Fe, para que así volvieran a imponerse las viejas tradiciones. Fidelma se dio la vuelta y escrutó el rostro de Rudgal en busca de algún mensaje oculto en medio de la oscuridad. – ¿Creéis que han perpetrado este acto para intimidar a la comunidad cristiana de Gleann Geis? – ¿Y para qué, si no? ¿Qué otra intención puede abrigar? – Pero, ¿quiénes eran las víctimas? Laisre asegura que no echan de menos a ningún habitante de Gleann Geis. – Eso es cierto. Enseguida sabríamos si falta algún habitante. Quizá las víctimas eran viajeros a los que abordaron y luego mataron. Pero, ¿quién los mataría? Creo que la respuesta no está muy lejos de ahí, de donde provienen esas risas. Acababan de oír una carcajada bulliciosa procedente de la sala de festejos. – ¿A quién acusáis, a Laisre? ¿O a Murgal? -preguntó Eadulf-. ¿O creéis que se trata de otra persona? Rudgal miró un momento a Eadulf. – No me corresponde a mí señalar a nadie con el dedo. Pero parece sencillo: ¿a quién favorece este acto? Laisre fue quien decidió conceder cierta libertad a la Fe en contra de los deseos del Consejo. Fijaos en quién se opone a Laisre. No pudo decir más. Buenas noches. Rudgal desapareció en medio de las sombras y la oscuridad. – Lo que dice tiene cierta lógica -concluyó Eadulf después de guardar silencio durante unos instantes. – Eadulf sacudió la cabeza, confuso. – Eso es demasiado rebuscado para mí. Desde luego, la lógica es el arte que hace prevalecer la verdad. – No obstante, la lógica también puede ocultaros la verdad. La lógica puede anular el ánimo, el lado creativo de nuestra mente, conduciéndonos por un camino recto, cuando las respuestas se hallan en las tinieblas del bosque, a los lados del camino. La lógica aplicada de una forma ciega nos limita. – Entonces, ¿creéis que puede haber otra explicación? – Se me ocurre una cosa: si esa matanza se perpetró con la mera intención de asustar y coaccionar a los cristianos de Gleann Geis, ¿por qué no mataron a algunos cristianos del valle? ¿Por qué realizaron el ritual en el valle de al lado y asesinando a extranjeros? ¿Por qué no dieron más fuerza a la amenaza? Como veis, la deducción lógica tiene ciertas fisuras. – Lo cierto es que no sacaremos nada en claro dándoles vueltas a unos mismos hechos sin datos nuevos -observó Eadulf. Fidelma se rió ente dientes. – A veces vuestra sensatez resulta indispensable, Eadulf -le dijo-. Terminemos el paseo por el muro y regresemos a descansar con un buen sueño. Eadulf se preguntó en voz alta: – Quizá Rudgal intenta despistarnos. ¿Con quién conspiraba hace un momento aquí arriba? – Yo no diría que estuviese conspirando -dijo Fidelma, divertida-. ¿No habéis reconocido a la hija de Orla? Recorrieron los muros de la fortaleza y regresaron escaleras abajo. Cruzaron el patio escuchando la alegre algarabía y la música que retumbaba en la sala de festejos. Entonces hubo un momento de relativa calma, una breve calma en medio del jolgorio, durante la cual se oyó con toda claridad una voz enfadada y, a continuación, un portazo. Fue un sonido inesperado, por lo que Fidelma agarró a Eadulf de la manga y tiró de él para regresar a la penumbra del muro. – ¿Qué ocurre? -susurró el sajón, perplejo por aquella reacción. Fidelma sacudió la cabeza, apretando un dedo contra los labios. Al otro lado del patio se abrió la puerta del edificio que albergaba las dependencias y la biblioteca de Murgal, y por ella salió la inconfundible figura del hermano Solin, que volvió a cerrar de un portazo. Con la mano se cubría la mejilla derecha, como para aliviar un golpe sufrido. Se detuvo un momento a la luz de una lámpara de aceite que colgaba sobre la puerta, y ésta iluminó el semblante enojado del clérigo. Miró arriba y abajo, como si de ese modo se asegurara de que nadie le observaba. Su manera de andar revelaba una actitud tensa y colérica. Luego se alisó la ropa y se pasó una mano por el cabello despeinado. Echó los hombros hacia atrás y cruzó el patio adoquinado con paso decidido hacia la sala de celebraciones. Fidelma y Eadulf se pegaron contra el muro para que el hermano Solin no reparara en su presencia. Esperaron en silencio a que hubiera entrado por la puerta del edificio del jefe. Eadulf hizo una mueca en la oscuridad. – Era ese idiota pedante -señaló-. No hacía falta escondernos de él. Fidelma soltó un leve suspiro. – A veces se puede saber algo de alguien si éste es ajeno a la presencia del otro. – ¿Saber qué? – Por ejemplo, cuando el hermano Solin ha pasado bajo la luz de la lámpara, ¿qué habéis observado? – Que estaba enfadado. – Cierto, ¿y qué más? Eadulf pensó un momento y se dio por vencido. – Creo que poco más. – ¡Ah, Eadulf! ¿No habéis advertido que el hermano Solin acababa de ser abofeteado? ¿No habéis visto una mancha oscura de sangre a un lado de la mejilla? Eadulf hizo un gesto negativo de impaciencia. – ¿Y si es así, qué nos dice eso? -solicitó. – Esta tarde he visto cómo le sangraba la nariz al hermano Solin. Creo que le habían dado un puñetazo. Eso indica que como mínimo hay dos personas que no sienten simpatía hacia el hermano Solin de Armagh. Eadulf se echó a reír a carcajada limpia. – Eso os lo podía haber dicho antes. No me gusta ni pizca. Fidelma miró a Eadulf, asombrada. – Cierto. Pero no habéis ido tan lejos como para atacar a nuestro pío clérigo. Le han hecho sangrar en dos ocasiones, y le han echado vino encima en otra. Veamos si podemos dar con el responsable. Pasó delante de Eadulf para cruzar el patio, en dirección a la puerta por la que había salido el hermano Solin. Estaba a punto de empujar la puerta, cuando de pronto ésta se abrió y apareció una figura de cabellos oscuros: era Orla. Se detuvo, sorprendida, pues al parecer no esperaba encontrar a nadie. – ¿Qué hacéis aquí? -exigió de mala gana. – Creo que nos hemos confundido de puerta -contestó Fidelma sin alterarse-. ¿Adónde lleva ésta? La hermana de Laisre la fulminó con la mirada. – Al hostal, no, eso está muy claro -le respondió-. No veo por qué ibais a perderos cuando se ve desde aquí. Fidelma se volvió hacia allí y fingió sorprenderse. – Pues sí, es verdad -dijo sin inmutarse-. Decidme, ¿habéis visto al hermano Solin recientemente? Orla sacudió la cabeza en señal de irritación. – No, no le he visto, ni deseo verle. Ya os he dicho esta tarde que no quiero a ese puerco cerca de mí. Y ahora, si me dejáis pasar… – Entonces, ¿son éstas vuestras dependencias? -le preguntó Eadulf para detenerla, considerando que debía hacer su aportación. Orla se limitó a obviar la pregunta. – No sé vos, pero yo tengo otros asuntos que atender -dijo a la vez que se abría paso de un empujón para encaminarse a la sala de festejos. Fidelma y Eadulf esperaron hasta que hubo entrado en el edificio. – Debe de haberse visto con el hermano Solin -aventuró Eadulf. – Es posible. – Ambos han salido por la misma puerta. – Cierto, pero esta entrada da a un edificio muy grande con diversos aposentos, entre ellos, los de Murgal. Asimismo, como veis, en el edificio está la tienda de la boticaria. Cruzaron el portal y se detuvieron en medio de un pasillo mal iluminado. Una lámpara de aceite colgaba en el centro, de manera que iluminaba el lugar con una luz danzante y fantasmagórica. Había varias puertas a ambos lados que, supuestamente, daban a varias estancias. Fidelma miró al final del pasillo, donde estaban las escaleras por las que Laisre le había guiado aquel mismo día. Se disponía a proponer que se marcharan porque no parecía que hubiera nada de interés, cuando oyeron unos pasos que descendían. Inesperadamente, Laisre apareció por la escalera y dio un respingo al verles. – ¿Me estáis buscando a mí? -preguntó al verles, recuperando rápidamente la compostura-. ¿O venís en busca de más libros? Fidelma encontró enseguida una respuesta. – Había pensado enseñar al hermano Eadulf dónde está la biblioteca por si mañana surgía la necesidad de consultar algún volumen. – Ah -dijo Laisre, encogiéndose de hombros-. Mañana tendréis tiempo de sobra para trabajar. Deberíais disfrutar del banquete. Sí, sí, ya lo sé -se apresuró a añadir-, ya me habéis explicado todo lo relativo al – El mismo banquete en el cual creía que estaríais -contestó ella-. Por la música, veo que continúa. Laisre se justificó: – He tenido que ausentarme un momento para dar instrucciones a Murgal sobre las cuestiones que abordaremos mañana. Se ha marchado demasiado pronto y no me ha dado ocasión para comentarle nada. Pero ahora debo regresar. ¿Estáis segura de que no queréis venir conmigo? Fidelma sacudió la cabeza. – El – En tal caso, os deseo buenas noches. Laisre salió del edificio tras despedirse de ellos inclinando la cabeza. Fidelma y Eadulf esperaron al pie de la escalera. Laisre no había cerrado la puerta, de modo que desde allí le vieron atravesar la penumbra del patio adoquinado. Al poco de abandonar el edificio, una figura corpulenta apareció de entre las sombras y le cerró el paso. Fidelma y Eadulf reconocieron la evidente figura de Cruinn, la hostalera. Parecía animada, e incluso agarró al jefe del brazo. Él parecía incómodo y miró hacia atrás, hacia la puerta a sus espaldas, pero Fidelma y Eadulf estaban bien ocultos en la penumbra. Laisre llevó a un lado a la corpulenta hostalera. Fidelma se llevó un dedo a los labios e hizo señal a Eadulf para que la siguiera. Tenía intención de acercarse más a ellos para oír la conversación. Sin embargo, la vehemencia de la voz de otra mujer en el edificio llegó a sus oídos. Una puerta se abrió y se cerró con brusquedad. El sonido venía de alguna parte del pasillo. Fidelma empujó a Eadulf al exterior y cerró la puerta al salir. Para entonces, Laisre y Cruinn ya habían desaparecido. Cuando apenas hubieron llegado al otro extremo del patio, la puerta por la que habían salido se abrió y vieron salir tras ellos a Rudgal a toda prisa. Éste vaciló un instante y luego se detuvo al verles. – ¿Acabáis de cruzaros con Murgal? -les preguntó entre jadeos. – No, no hemos visto a Murgal en toda la noche -contestó Fidelma. Rudgal levantó la mano como breve saludo y se marchó sin dilación. – Éste parece un lugar con mucho movimiento -murmuró Eadulf, reprimiendo un repentino bostezo. Fidelma le dio la razón sin entusiasmo. Era hora de retirarse. Al fin y al cabo, quizá la aventura del hermano Solin no era tan importante como ella creía. Regresaron al hostal. Aún podían oír el alboroto procedente de la sala de festejos. Eadulf se alegraba de no estar en el banquete mientras iba derecho a su cuarto, después de haber dado las buenas noches a Fidelma. La joven se sentó un rato en la sala principal del hostal y se sirvió una jarra de aguamiel mientras cavilaba. Acabó por reconocer que Eadulf tenía razón: de nada servía darle vueltas y vueltas a una misma información sin añadir nuevos datos que dieran un giro a los razonamientos. Al final, subió a su cuarto, se desvistió y se metió en la cama, dispuesta a dormir. |
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