"En caída libre" - читать интересную книгу автора (Bujold Lois McMaster)

4

Claire sintió crujir el compartimento de carga a su alrededor, cuando la desaceleración afectó su estructura. Unos golpes, acompañados de un silbido, vibraron en toda la estructura metálica de la lanzadera.

—¿Qué sucede? —preguntó Claire. Soltó una mano de la caja de plástico detrás de la cual se habían escondido para aferrarse a Andy y sostenerlo más cerca —. ¿Estamos esquivando algo? ¿Qué es ese ruido tan curioso?

Tony rápidamente se lamió un dedo y lo extendió.

—No hay corriente de aire. —Tragó, para probar la presión en el tímpano—. Tampoco perdemos presión.

Sin embargo, el silbido aumentaba.

Dos sonidos mecánicos, uno después de otro, que no tenían nada que ver con el ruido familiar de una escotilla, aterrorizaron a Claire. La desaceleración seguía, durante demasiado tiempo, confundida por un nuevo vector de propulsión que parecía provenir del lado ventral de la lanzadera. El costado del compartimento de carga, al que estaban aferradas las cajas, parecía empujarla. Nerviosa, Claire apoyó la espalda y colocó a Andy sobre su vientre.

Los ojos del bebé eran redondos y su boca parecía una «o» de sorpresa. No por favor, no comiences a llorar. No se atrevió a soltar el llanto contenido en su propia garganta, haría que Andy comenzara a llorar como una sirena.

—Tortita, tortita, panadero —canturreó Claire—. Cocina una torta tan pronto como puedas. —Tocó la mejilla de Tony y le guiñó un ojo, en una seducción silenciosa.

Tony estaba pálido.

—Claire, me temo que esta lanzadera va al planeta. Apuesto a que esos ruidos se han producido al desplegar los alerones.

—¡Oh, no! No puede ser. Silver comprobó el programa. …

—Parece que Silver cometió un gran error. —Yo también lo controlé. Se suponía que esta nave iba a recoger una carga a la Estación de Transferencia, y después iría hacia el planeta.

—Entonces las dos cometisteis un grave error —la voz de Tony era áspera y temblorosa. Su furia se disimulaba detrás de una máscara de miedo.

Oh, ayúdame, no me grites. Si no me tranquilizo, tampoco se tranquilizará Andy,… Después de todo no fue idea mía…

Tony rodó sobre su estómago y levantó el cuerpo de la superficie del… del suelo. Así era como los de los planetas llamaban a la dirección de donde provenía el vector de la fuerza gravitacional. Se arrastró hasta la ventana más cercana. La luz que penetraba por la ventana estaba adquiriendo una calidad difusa extraña, cada vez menos intensa.

—Todo está blanco… ¡Claire, creo que debemos de estar entrando en una nube!

Claire había observado las nubes desde el espacio durante horas, mientras volaban lentamente en la convección de la atmósfera de Rodeo. Siempre le habían parecido tan matizas como la luna. Se moría de ganas de ir a ver.

Andy estaba aferrado a su camiseta azul. También se desplazó, como lo había hecho Tony, con las palmas de la mano contra la superficie, y se levantó. Andy, que miraba a su padre, extendió las manos superiores e intentó desprender las inferiores del cuerpo de Claire. El suelo se levantó y le golpeó.

Durante un instante, estuvo demasiado sorprendido como para llorar. Luego, abrió la boca bien grande y emitió un grito vibrante de verdadero dolor. El sonido repercutió en cada nervio del cuerpo de Claire.

Tony también se estremeció por el ruido. Se alejó de la ventana y se acercó a ellos.

—¿Por qué lo has dejado caer? ¿Qué crees que estás haciendo? Por favor, haz que se tranquilice, rápido.

Claire volvió a rodar sobre su espalda. Llevaba a Andy apoyado en la suavidad elástica de su abdomen, mientras lo besaba y acariciaba con ternura. El tono de sus gritos pasó de un alarido atemorizante de dolor a quejidos agudos de indignación, pero el volumen seguía siendo el mismo.

—¡Van a oírlo hasta en el compartimento del piloto! —gritó Tony con angustia—. ¡Haz algo!

—Lo intento —le contestó Claire. Le temblaban las manos. Intentó acercar la cabeza de Andy a su pecho, pero él lo rechazó y gritó con más fuerza. Afortunadamente, el sonido de la atmósfera alrededor de la cápsula espacial parecía Un trueno ensordecedor. Cuando el ruido hubo desaparecido, los gritos de Andy se habían reducido a un lloriqueo. Se limpió la cara, llena de lágrimas y de mocos, en la camiseta de Claire. Su peso en el estómago y diafragma de Claire le cortaba la respiración, pero no se atrevía a acostarlo.

Se volvieron a oír otros ruidos fuertes en la nave. Las vibraciones de los motores cambiaron el tono. Claire iba de un lado para otro, por el cambio de los vectores de aceleración. Ninguno era tan fuerte como el que provenía del suelo. Sostuvo a Andy con dos manos solamente, para poder agarrarse a las cajas de plástico.

Tony estaba acostado a su lado. Se mordía los labios por la ansiedad.

—Debemos de estar descendiendo para aterrizar en la superficie. Claire asintió.

—En una de las pistas para lanzaderas. Habrá gente allí, terrestres. Tal vez podríamos decirles que quedamos atrapados en esta lanzadera por accidente. Tal vez —agregó en un tono esperanzado— nos vuelvan a enviar a casa.

Tony cerró la mano superior derecha. —¡No! No podemos rendirnos en este momento. Nunca tendremos otra oportunidad. —Pero, ¿qué otra cosa podemos hacer? —Nos escabulliremos de esta lanzadera y nos esconderemos, hasta que consigamos otra, una que vaya a la Estación de Transferencia. —Su voz se volvió más grave, como si fuera una súplica, cuando Claire abrió la boca, dando señas de desesperación—. Lo hemos hecho una vez, y lo conseguiremos de nuevo.

Ella sacudió la cabeza, dudosa. La conversación fue interrumpida por una serie asombrosa de golpes que sacudían toda la nave y luego se convirtieron en un rugido continuo. La luz que penetraba por la ventana giró su orientación por todo el compartimento de carga, mientras la nave aterrizaba, rodaba por el suelo y giraba. Luego desapareció, el compartimento de carga se oscureció y los motores se callaron, en un silencio igualmente aterrador.

Claire se soltó lentamente. De todos los vectores de aceleración, sólo quedaba uno. Aislado, era el más abrumador.

La gravedad, silenciosa e implacable, hacia fuerza contra su espalda. Por un momento, se le ocurrió pensar que podría cesar de repente y que el empuje la propulsaría hasta el techo, estrellándolos a ella y a Andy. También por efecto de una ilusión óptica, todo el compartimento de carga parecía traquetear a su alrededor. Cerró los ojos, como una autodefensa.

Tony se aferró a la muñeca inferior izquierda de Claire. Ella lo miró y quedó paralizada cuando se abrió la puerta externa del compartimento de carga en el otro extremo.

Entraron un par de terrestres, con uniformes de mantenimiento de la compañía. La puerta de acceso en el centro del fuselaje de la lanzadera se dilató y Ti, el copiloto, asomó la cabeza.

—Hola, muchachos. ¿Qué es todo este ruido?

—Se supone que tenemos que descargar este pájaro y volverlo a cargar en una hora. Eso es todo —contestó el hombre de mantenimiento—. Tú sí que tienes tiempo de mear y de comer.

—¿Cuál es la carga? No había visto tantos bultos desde la última emergencia médica.

—Equipos y suministros para algún tipo de espectáculo que supuestamente van a organizar allá arriba, en el Hábitat, para la vicepresidente de Operaciones.

—Pero eso será la próxima semana.

El hombre de mantenimiento se rió disimuladamente.

—Es lo que todos creen. La vicepresidenta voló ton una semana de anticipación en su transportador privado, con un pequeño ejército de contables. Parece que le gustan las inspecciones sorpresa. Los directivos, obviamente, están sumamente contentos.

—No te rías demasiado pronto —le previno Ti—. Los directivos siempre tienen maneras de disfrutar su alegría con el resto de nosotros.

—Ya lo sé —dijo el hombre de mantenimiento—. Vamos, vamos, estás obstaculizando la puerta…

Los tres hombres siguieron conversando.

—Ahora —susurró Tony, con un gesto que señalaba la puerta abierta del compartimento de carga.

Claire rodó hacia un costado y puso a Andy cuidadosamente sobre la cubierta. El bebé comenzaba a fruncir la cara, como si estuviera a punto de llorar. Claire inmediatamente se deslizó sobre las palmas de las manos y probó su equilibrio. Su brazo inferior derecho parecía ser el que más dominaba. Tomó a Andy con otra mano y se lo acercó al torso.

Sin poder despegarse del suelo del compartimento de carga, debido a la aterradora gravedad, comenzó a deslizarse con tres manos hacia la puerta. Andy le pesaba mucho debajo del brazo, como si un resorte lo atrajera al suelo. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado, en un ángulo que le daba miedo. Claire levantó apenas la palma de la mano para sujetarla, pero esto le producía un dolor extraño en el brazo.

A su lado, Tony también logró sostenerse con tres manos. Con la cuarta mano tiraba del bolso de pertenencias. El bolso estaba pegado a la superficie como por succión. Ni se movía.

—Mierda —dijo Tony, entre dientes. Se acercó al bulto, lo tomó y lo levantó, pero era demasiado grande como para llevarlo debajo de su abdomen—. ¡Mierda!

—¿Todavía podemos arrepentimos? —preguntó Claire, con voz débil. Conocía la respuesta.

—¡No!

Tony se puso el bulto sobre los dos hombros con las manos superiores y se balanceó hacia adelante con violencia. Lo sostuvo con la mano superior izquierda y se inclinó hacia la derecha. Las palmas inferiores se arrastraban con dificultad.

—¡Lo tengo! ¡Vamos, vamos!

La lanzadera estaba estacionada en un hangar muy amplio, una gran extensión oscura con un techo de vigas. Las vigas detrás de las luces podrían haber sido un excelente escondite, si fuera posible subir hasta allí. Pero todo lo que no estaba debidamente sujeto estaba destinado a ir a parar al único lado posible de la habitación, el suelo, y a quedarse allí hasta que alguien lo sacara. Era algo fascinante…

—¡Mira! —exclamó Claire. Desde la escotilla hasta el suelo del hangar había una especie de rampa ondulada. Parecía destinada a atenuar la peligrosa caída debida a la gravedad omnipotente. La caída sería en etapas pequeñas. Escaleras. Claire se detuvo, con la cabeza gacha. La sangre parecía venirle de golpe a la cara. Tragó en seco.

—No te detengas —murmuró Tony. Ahora fue él el que tragó en seco detrás de Claire.

En un momento de inspiración, Claire se dio vuelta y comenzó a bajar. Su palma inferior libre golpeaba los escalones de metal con cada salto. Seguía siendo incómodo, pero por lo menos era posible. Tony la imitó.

—¿Y ahora, a dónde? —preguntó Claire cuando llegaron al suelo.

Tony señaló con el mentón. —De momento escóndete en esos bultos de equipos, por allí. No podemos arriesgarnos a alejarnos demasiado de las lanzaderas.

Se deslizaron con dificultad por la superficie del hangar. Claire, inmediatamente, se manchó las manos con tierra y aceite. Algo que le producía un irritación psicológica tan aguda como no poder rascarse. Se sentía capaz de llegar a arriesgar la vida para poder lavárselas. Mientras ella y Tony se desplazaban, Claire recordó las gotas de humedad condensada que salían por la capilaridad en las superficies del Hábitat, hasta que las desintegraba con su toalla.

Cuando llegaron al área donde había algunas piezas de equipos pesados, un cargador entró en el hangar y se bajaron una docena de hombres y mujeres de uniforme. Todos comenzaron a desplazarse alrededor de la lanzadera, en una confusión ordenada. Claire se sentía tranquilizada por el ruido que estaban haciendo. Andy todavía seguía lloriqueando. Con cierto temor, observó el equipo de mantenimiento a través de los brazos metálicos de la maquinaria. ¿Cuándo era demasiado tarde para rendirse?

Leo, medio desnudo en el vestuario, miró a Pramod, con cierta ansiedad, cuando entró a la habitación y se detuvo a su lado.

—¿Has encontrado a Tony? —preguntó—. Como capataz del grupo, se supone que tendría que estar al mando de esta misión. Se supone que yo sólo tendría que observar.

Pramod sacudió la cabeza.

—No está en ninguno de los sitios habituales, señor.

Leo protestó entre dientes, sin llegar a un insulto, —Ya tendría que haber respondido a los avisos a esta altura…

Se dirigió hacia la salida.

Fuera, en el vacío, un remolcador pequeño depositaba la última de las secciones de la cubierta de la nueva cápsula de hidroponía en su constelación adecuada. Los cuadrúmanos tendrían que construirla ante los ojos de la vicepresidenta. Leo esperaba que las complicaciones y las demoras que pudieran surgir en otros departamentos cubrieran las del suyo. Había llegado el momento en que el equipo de soldadores haría su debut.

—Muy bien, Pramod, vístete. Tomarás el puesto de Tony, y Bobbi, del Grupo B, tomará el tuyo. —Leo se apresuró, antes de que el asombro en los ojos de Pramod se convirtiera en miedo frente a la acción—. No habrá nada que no hayas practicado docenas de veces. Y si tienes la menor duda sobre la calidad o la seguridad de cualquier procedimiento yo estaré allí. La realidad es que vosotros vais a estar viviendo en la estructura que construyan hoy mucho después de que la vicepresidenta Apmad y su comitiva se hayan ido. Te garantizo que respetará mucho más un trabajo que se haya realizado bien, aunque despacio, que una imitación de mala calidad.

Por el amor de Dios, haz que parezca fácil, le había dicho Van Atta a Leo, poco tiempo antes. Ajústate a los planes, no importa lo que pase. Arreglaremos los problemas más tarde, cuando ella se haya ido. Se supone que estos chimpancés que estamos haciendo justifican el gasto.

—No tienes que intentar parecer otra cosa que lo que eres —continuó Leo—. Eres eficiente y bueno. Prepararos ha sido uno de los placeres más grandes e inesperados de mi carrera. Ve saliendo. Yo te alcanzaré enseguida.

Pramod se alejó en busca de Bobbi. Leo frunció el ceño y flotó por el vestuario hasta la terminal en el otro extremo.

Introdujo su identificación. La siguiente instrucción fue «Búsqueda: doctora Sondra Yei». En ese preciso momento, un mensaje en uno de los ángulos de la pantalla comenzó a titilar con su propio nombre y número: «Cancele esa instrucción».

Volvió a registrar su número y levantó las cejas, sorprendido, cuando vio aparecer el rostro de la doctora Yei en su pantalla.

—¡Sondra! Estaba a punto de llamarla. ¿Sabe dónde está Claire?

—¡Qué extraño! Yo lo estaba llamando para preguntarle si sabía dónde podía encontrar a Tony.

—¿Ah, sí? —dijo Leo, en una voz que de repente denotó neutralidad—. ¿Por qué?

—Porque no puedo encontrarla en ninguna parte y pensé que Tony podría saber dónde estaba. Se supone que tiene que dar una demostración de las técnicas de cuidados de bebés en caída libre a la vicepresidenta Apmad después del almuerzo.

—¿Sabes si Andy… —Leo tragó saliva— está en la guardería o con Claire?

—Con Claire, por supuesto.

—Ah.

—Leo… —la doctora Yei agudizó su interés—, ¿sabe usted algo que yo desconozca?

—Bueno… —la miró—. Sólo sé que Tony estuvo muy poco atento en el trabajo la semana pasada. Hasta diría… deprimido. Pero se supone que eso incumbe a su departamento. Es igual, no tenía el mismo espíritu alegre que de costumbre. —Leo tenía un nudo en el estómago que le causaba cierta dificultad para hablar—. ¿Tiene alguna preocupación que haya olvidado compartir conmigo?

La doctora frunció un tanto los labios, pero ignoró el ataque.

—Los programas se modificaron en todos los departamentos. A Claire se le asignó una nueva reproducción que no incluía a Tony.

—¿Asignar una reproducción? ¿Se refiere a tener otro bebé? —Leo sentía cómo el rubor le subía a las mejillas. Desde algún lugar en el fondo de su alma comenzaba a subir una presión largo tiempo contenida—. ¿Se autoengañan con lo que están haciendo al usar esos términos confusos? Y yo que pensaba que la propaganda era sólo para nosotros, los peones.

La doctora Yei comenzó a hablar, pero Leo la interrumpió.

—¡Santo Dios! ¿Ya nació inhumana o se volvió así con todos esos títulos? Master en ciencias, doctorado, etcétera…

El rostro de Yei se volvió sombrío y su acento, seco.

—¿Un ingeniero con un alma romántica? Ahora lo comprendo todo. No es necesario que se deje llevar por su actuación, señor Graf. Tony y Claire fueron asignados entre sí, en primer lugar, por el mismo sistema, y si cierta gente hubiera querido respetar mi programa original, este problema se habría evitado. No veo por qué hay que pagarle a un experto y después ignorar abiertamente su consejo. De verdad… ¡Ingenieros!

Oh, cielos, la doctora también está sufriendo un caso agudo de Van Atta como yo, concluyó Leo. Esta reflexión calmó sus impulsos, sin llegar a sofocar la presión interna.

—Yo no fui la que inventé el Proyecto Cay y si yo estuviera al cargo, haría las cosas de forma diferente. Pero tengo que hacer mi juego con las cartas que me dan, señor Graf. —Logró controlarse y la conversación casi llegó a su tono original —. Tengo que encontrarla pronto o no tendré otra alternativa que dejar que Van Atta empiece la exhibición por el final. Leo, es absolutamente imprescindible que la vicepresidenta Apmad comience por el recorrido de la guardería, antes de que pueda formarse cualquier… ¿Tiene idea de dónde pueden estar esos chicos?

Leo sacudió la cabeza. Fue un minuto de inspiración lo que le hizo decir una mentira antes de haber terminado de hablar.

—Pero, ¿me llamará si los encuentra antes que yo? —le suplicó, con un tono humilde.

La dureza de Yei apenas se ablandó.

—Claro.

Se encogió de hombros, en un gesto de disculpa silenciosa, y desapareció.

Leo volvió a su taquilla, se quitó el traje de trabajo y se apresuró a verificar lo que le indicaba su inspiración, antes que la doctora Yei lo hiciera por su cuenta. Estaba seguro que también lo haría, y pronto.

Silver revisó su programa de trabajo en el dispositivo de vídeo. Pimientos dulces. Atravesó el compartimento de hidroponía hasta el casillero de las semillas. Encontró el cajón con la etiqueta correcta y extrajo un paquete de papel. Sacudió el paquete y las semillas secas resonaron en su interior.

Recogió una caja de germinación de plástico, abrió el paquete y vertió las semillas pálidas en el recipiente, donde rebotaban con cierta gracia. A continuación, al grifo de hidratación. Colocó el tubo de agua en el tapón de goma de la caja de germinación y administró una medida de líquido. Sacudió una vez más la caja para deshacer el glóbulo de líquido que se formaba. Una vez que puso la caja de germinación en el estante de incubación, colocó la temperatura óptima para pimientos dulces, con un clon 297-X-P, híbrido fototrópico, no gravitacional. Luego suspiró.

La luz de las ventanas con futro captaba su atención insistentemente. Era la cuarta o la quinta vez que interrumpía su trabajo para observar la porción de Rodeo que este ángulo de visión del compartimento le permitía ver. En algún lugar allí abajo, Claire y Tony estarían arrastrándose… si es que todavía no se habían rendido o si no se las habían ingeniado para introducirse en otra cápsula o si no les había ocurrido alguna horrible catástrofe… La imaginación de Silver no dejaba de proporcionarle diferentes tipos de catástrofes.

Intentó sacárselas de la mente con una imagen mental de Tony, Claire y Andy logrando introducirse en una lanzadera con destino a la Estación de Transferencia. Pero esta imagen le traía otra, en la que Claire intentaba saltar alguna brecha hasta el pasillo de la escotilla de la lanzadera y se olvidaba que todas esas tangentes se convertían en parábolas por la fuerza gravitacional. El grito, sofocado por el golpe sobre el hormigón más abajo… No, seguramente Claire tendría a Andy en sus brazos… el doble golpe sobre el cemento más abajo… Silver se masajeó la frente con las manos superiores, como si así pudiera olvidarse de la visión tétrica que tenía en la cabeza. Claire también había visto las mismas películas sobre la vida en la Tierra y seguramente se acordaría.

El ruido de las compuertas hizo volver a Silver a la realidad. Era mejor parecer ocupada… ¿Qué se suponía que tenía que hacer a continuación? Ah, sí, limpiar los tubos de cultivo, para prepararlos para su colocación, en el lapso de dos días, en el nuevo compartimento que estaban construyendo para hacer alarde de las habilidades de todos ante la vicepresidenta. Maldita sea la vicepresidenta. Si no hubiera sido por ella, habría una posibilidad de que no buscaran a Tony y a Claire durante dos turnos, tal vez tres.

Ahora…

El corazón comenzó a latirle más fuerte, cuando vio quién había entrado en el compartimento de hidroponía.

Normalmente, Silver habría estado contenta de ver a Leo. Parecía ser un hombre limpio. No era demasiado grande, pero sí sólido e inspiraba una calma prosaica a su alrededor, reminiscencias de las cosas terrestres que Silver había tenido la posibilidad de tocar: madera, cuero y ciertas hierbas. La luz de su sonrisa hacía que las imágenes desagradables desaparecieran. Hasta le gustaría hablar con Leo… Pero ahora no estaba sonriendo.

—Silver… ¿Estás aquí?

Por un instante, Silver consideró la posibilidad de esconderse entre los tubos de cultivo, pero las hojas se movieron cuando se dio la vuelta, revelando su posición. Espió entre las hojas. —Hola… Leo.

—¿Has visto a Tony y a Claire últimamente? —dijo Leo, en un tono directo. Llámame Leo, le había dicho la primera vez que lo llamó señor Graf. Es más corto. Él flotó por encima de los tubos de germinación. Se miraron uno al otro por encima de una barrera de judías enanas.

—No he visto a nadie, excepto a mi supervisor, en todo el turno —dijo Silver, momentáneamente aliviada al poder dar una respuesta perfectamente honesta.

—¿Cuándo fue la última vez que los viste?

—Bueno… creo que durante el último turno. —Silver inclinó la cabeza.

—¿Dónde?

—Por ahí… —sonrió. El señor Van Atta habría comenzado a agitar las manos con disgusto a esta altura y habría abandonado cualquier intento de obtener algo coherente de una cabeza tan vacía como la suya.

Leo frunció el ceño, pensativo.

—La verdad, una de las cosas adorables que tenéis es la precisión literal con la que contestáis a cualquier pregunta.

El comentario de Leo quedó pendiente en el aire. La imagen de Tony, Claire y Andy, corriendo por el compartimento de carga de la lanzadera, vino a la mente a Silver, con una claridad alucinante. Buscó en su memoria la imagen de su encuentro anterior, donde se habían establecido los planes finales, para poder ofrecer a Leo algo cercano a la verdad.

—Comimos juntos después del último turno de ayer en la Estación de Nutrición Siete.

Leo frunció los labios.

—Comprendo —dijo. Inclinó la cabeza y estudió el rostro de Silver, como si fuera una especie de acertijo, como si tuviera que encontrar la manera de unir dos superficies metalúrgicamente incompatibles.

—¿Sabes que oí hablar de la nueva asignación de reproducción de Claire? Me había preguntado qué era lo que preocupaba a Tony en las últimas semanas. Estaba bastante deprimido. Bastante… deshecho.

—Habían hecho planes. —Silver comenzó a hablar, se detuvo y se encogió de hombros—. No sé. A mí me encantaría recibir cualquier asignación de reproducción. A nadie le viene bien nada.

El rostro de Leo se volvió adusto.

—Silver… ¿Hasta qué punto estaban deprimidos? Los jóvenes, a menudo, confunden un problema temporal con el fin del mundo. No tienen noción de la concepción global del tiempo. Les hace sentirse excitables. ¿Piensas que estarían lo suficientemente enojados como para hacer algo… desesperado?

—¿Desesperado? —Claire sonrió. Ella también se sentía desesperada.

—¿Como por ejemplo un pacto suicida o algo así?

—¡Oh, no! —dijo Silver—. Nunca harían algo así.

¿Había visto cierto alivio en los ojos castaños de Leo? No, la preocupación se reflejaba en su rostro.

—Tengo miedo de que sea eso justamente lo que hayan hecho. Tony no se ha presentado a su turno de trabajo y eso no es algo común. Andy también ha desaparecido. Nadie los puede encontrar. Si se sentían tan desesperados, atrapados, ¿qué podría ser más fácil que lanzarse al vacío? Una ráfaga de frío, un dolor momentáneo y luego… huir para siempre. —Estrechó su único par de manos, con verdadera aflicción—. Y todo es culpa mía. Tendría que haber sido más perceptivo, haberle dicho algo…

Se detuvo y miró a Silver, esperanzado.

—¡Oh, no! No es eso. —Silver, horrorizada, se apresuró a disuadirlo—. ¿Cómo puede pensar algo así? Mire… —echó una mirada alrededor y luego bajó la voz—, no debería decirle esto, pero no puedo permitir que vaya por ahí pensando esas cosas horribles. —Silver contaba con toda la atención de Leo, serio y consternado. ¿Cuánto estaba dispuesta a contarle? Bastaría con tranquilizarlo un poco…

—¡Silver! —La voz de la doctora Yei retumbó en la habitación cuando se abrió la puerta.

Un segundo después, la voz grave de Van Atta.

—Silver, ¿qué sabes tú de todo esto?

—Oh, mierda —murmuró Leo entre dientes. Sus manos se cerraron en un puño de frustración.

Silver retrocedió, indignada, cuando comprendió.

—¡Usted…! —Sin embargo, casi se echó a reír. ¿Leo tan sutil y tramposo? Lo había subestimado. ¿Entonces los dos llevaban máscaras ante el mundo? Si era así, ¿qué territorios desconocidos se ocultaban detrás de su rostro cándido?

—Por favor, Silver, antes de que lleguen aquí… No podré ayudarte si…

Era demasiado tarde. Van Atta y Yei ya estaban en la habitación.

—Silver, ¿sabes adonde han ido Claire y Tony? —preguntó la doctora Yei, sin aliento. Leo se apartó en silencio, como si estuviera interesado en la fina estructura de los brotes de judías blancas.

—Por supuesto que lo sabe —replicó Van Atta, antes de que Silver pudiera responder—. Esas jovencitas son amigas íntimas. Te digo que…

—Ya sé —murmuró Yei.

Van Atta se acercó a Silver, furioso.

—Escúpelo, Silver, si sabes lo que te conviene.

Silver cerró los labios y levantó el mentón.

La doctora Yei hizo un gesto de disgusto a espaldas de su superior.

—Muy bien, Silver —comenzó, con calma—, no es momento de andar con juegos. Si, como sospechamos, Tony y Claire intentaron abandonar el Hábitat, podrían estar en serios problemas a esta altura, incluso sufrir peligro físico. Me alegra ver que quieres ser leal a tus amigos, pero te suplico que sea una lealtad responsable. Los amigos no permiten que sus amigos sufran.

Los ojos de Silver traslucían la duda. Abrió la boca y tomó aire como para hablar.

—¡Maldición! —gritó Van Atta—. No puedo perder mi tiempo hablando dulcemente con esta putita. Esa perra de la vicepresidenta, con esos ojos de víbora, está esperando allí arriba en este momento para que continúe el espectáculo. Ya ha empezado a hacer preguntas y si no recibe pronto las respuestas, ella misma vendrá a ver qué sucede. Ésa sí que juega duro. De todas las ocasiones en que podía tener un ataque de idiotez así, ésta era la peor. Tiene que ser algo deliberado. Nada de todo esto puede ser accidental.

Su rostro enfurecido estaba produciendo el efecto usual en Silver. Le temblaba el vientre y las lágrimas no derramadas nublaban su visión. Una vez había sentido que le daría todo, haría cualquier cosa, si tan sólo él se pudiera calmar, sonreír y bromear nuevamente.

Pero esta vez no. Ese amor inicial que había sentido por él la había empezado a abandonar, poco a poco, y ahora le sorprendía darse cuenta de lo poco que quedaba. Una concha vacía podía ser rígida y fuerte…

—No pueden obligarme a decir nada —murmuró.

—Como yo pensaba —gritó Van Atta—. ¿Dónde está su socialización total ahora, doctora Yei?

—Si usted se abstuviera de enseñar a mis sujetos un comportamiento antisocial —dijo la doctora Yei entre dientes—, no tendría que enfrentarse a sus consecuencias.

—No sé a qué se está refiriendo. Yo soy un ejecutivo. Mi trabajo consiste en ser exigente. Por eso Galac-Tech me puso a cargo de esta estación. El control del comportamiento es responsabilidad de su departamento, Yei, o por lo menos eso es lo que usted argumentaba. Así que cumpla con su trabajo.

Formación del comportamiento —lo corrigió la doctora Yei.

—¿Para qué diablos sirve todo eso si se desintegra en el preciso instante en que se complican las cosas? Yo quiero algo que funcione todo el tiempo. Si usted fuera ingeniero, nunca lograría cumplir las especificaciones de confiabilidad. ¿No es cierto, Leo?

Leo soltó un tallo de la planta de judías y sonrió. Le brillaban los ojos. Debía haber estado masticando su respuesta. Pero prefirió no contestar.

A Silver se le ocurrió un plan sencillo. Tan sencillo que seguramente podría llevarlo a cabo. Lo único que tenía que hacer era no hacer nada. No hacer nada. No decir nada. A la larga, la crisis pasaría. No podían lastimarla físicamente, después de todo. Era una propiedad valiosa de Galac-Tech. El resto era puro ruido. Se refugió en la seguridad que brinda el no saber nada. Su silencio era absoluto.

El silencio se volvió tan espeso como el aceite frío.

Silver sentía que el silencio casi le hacía atragantarse.

—De manera que —Van Atta se dirigía a ella—, así es como quieres jugar. Muy bien. Es tu elección. —Se dirigió a la doctora Yei—. ¿Tiene algo en la enfermería que sea parecido al pentotal fuerte, doctora?

—El pentotal fuerte sólo es legal en los departamentos de policía, señor Van Atta.

—¿No necesitan una orden judicial para usarlo? —preguntó Leo, sin dejar de mirar la hoja que tenía entre los dedos.

—Con los ciudadanos, Leo. Ella no es una ciudadana —dijo Van Atta señalando a Silver—. ¿Qué me dice, doctora?

—Para responder a su pregunta, señor Van Atta, no. Nuestra enfermería no almacena drogas ilegales.

—Yo no dije que fuera pentotal. Dije algo parecido —dijo Van Atta irritado—. Una especie de anestésico o algo así, para una emergencia.

—¿Estamos en una emergencia? —preguntó Leo, siempre con la hoja en la mano—. Pramod reemplazará a Tony y seguramente una de esas otras chicas con bebés puede tomar el lugar de Claire. ¿Por qué la vicepresidenta de Operaciones tendría que notar la diferencia?

—Si llegamos a tener que sacar a dos de nuestros trabajadores del pavimento terrestre… —Silver se estremeció ante este eco de su imagen aterradora — …o encontrarlos congelados, flotando en alguna parte ahí arriba, será extremadamente difícil esconder la realidad. No conoces a esa mujer, Leo. Tiene el mismo olfato especial de una comadreja para descubrir problemas.

—Entiendo —dijo Leo.

Van Atta volvió a dirigirse a Yei.

—¿Qué me dice, doctora? ¿O prefiere esperar hasta que alguien nos llame preguntándonos qué hacen con los cuerpos?

—La Thalacina-5 es bastante parecida al pentotal —murmuró la doctora Yei, a desgana—, en determinadas dosis. Sin embargo, la hará sentirse mal durante uno o dos días.

—Ésa es su elección. —Se dio vuelta hacia Silver—. Tu última posibilidad, Silver. Ya basta. Odio la deslealtad. ¿A dónde fueron? Dímelo o te espera la aguja, ahora mismo.

Su silencio había pasado a ser un sentimiento más humano. Valentía humana, activa y dolorosa.

—Si me hace eso —Silver murmuró con una dignidad desesperada—, hemos terminado.

Van Atta retrocedió, con una furia incontrolable.

—¿Terminado? ¿Tú y tus amiguitos conspirando para sabotear mi carrera al frente de la compañía y ahora me dices que hemos terminado? Maldición, sí que hemos terminado.

—Seguridad de la Compañía, Estación de Lanzaderas número Tres. Habla el capitán Bannerji —recitó George Bannerji en su micrófono—. ¿Puedo ayudarle en algo?

—¿Está usted a cargo aquí? —preguntó el hombre bien vestido que había aparecido en la pantalla. Era obvio que estaba trabajando bajo una fuerte emoción, porque respiraba entrecortadamente. Se le notaban los músculos de la mandíbula.

Bannerji sacó los pies del escritorio y se inclinó hacia adelante.

—¿Sí, señor?

—Mi nombre es Bruce van Atta, director del Proyecto en el Hábitat. Verifique la impresión de mi voz o cualquier otra cosa que necesite hacer.

Bannerji se sentó erguido y marcó el código de verificación. Por un instante, apareció la palabra «correcto» sobre el rostro de Van Atta. Bannerji se sentó aún más erguido.

—Sí, señor, adelante.

Van Atta hizo una pausa, como si estuviera eligiendo las palabras, y habló lentamente, aunque la urgencia de pensamiento se veía reflejada en su rostro tenso.

—Tenemos un pequeño problema, capitán.

Luces de alarma y sirenas estallaron en la cabeza de Bannerji. Podía reconocer cuándo un comentario ocultaba algo.

—¿Ah, sí?

—Tres de nuestros sujetos experimentales escaparon del Hábitat. Interrogamos a su cómplice y creemos que escaparon en el vuelo B119 y ahora están por algún lugar en la Estación número Tres. Es de suma urgencia que sean capturados y devueltos lo antes posible.

Bannerji puso los ojos como platos. Por cuestiones de seguridad de la compañía, se ocultaba cualquier información sobre el Hábitat. Sin embargo, nadie que trabajara en Rodeo durante algún tiempo dejaba de enterarse que allí se llevaban a cabo ciertos experimentos genéticos. En general, a los nuevos empleados les llevaba más tiempo descubrir que todas esas historias de monstruos exóticos que contaban los más experimentados no eran más que una exageración, para burlarse de su credulidad. Hacía apenas un mes que Bannerji había sido transferido a Rodeo.

Las palabras del jefe del proyecto retumbaban en la cabeza de Bannerji. Escaparon. Capturados. Los criminales escapaban. Los animales peligrosos del zoológico escapaban, cuando sus cuidadores se descuidaban, y entonces un pobre policía tenía que salir a capturarlos. Ocasionalmente, ciertas armas biológicas escapaban. ¿Con qué tipo de cosas se enfrentaría?

—¿Cómo los reconoceremos, señor? ¿Se parecen a los seres humanos? — preguntó.

—No. —Van Atta alcanzó a percibir la sorpresa en el rostro de Bannerji, porque le contestó en forma irónica—. No tendrá ningún problema para reconocerlos, se lo aseguro, capitán. Y cuando los encuentre, llámeme de inmediato a mi línea privada. No quiero que esto se divulgue por todos los canales. Por amor de Dios, que todo se haga con la mayor calma. ¿Entiende?

Bannerji llegó a imaginar el pánico público.

—Sí, señor, entiendo perfectamente.

Su propio pánico era otra cosa. No cobraría el enorme salario que recibía si trabajar en Seguridad sólo consistiera en esos largos recreos y esas caminatas agradables por una propiedad completamente desierta. Siempre había sabido que llegaría el día en que tendría que ganarse su sueldo.

Van Atta asintió. Bannerji llamó por teléfono a su subordinado e hizo localizar a los hombres que tenía libres. Un jefe de Seguridad, que acababa de ser promovido, no podía jugar con algo que, aparentemente, estaba haciendo sudar a un ejecutivo.

Abrió el armario de las armas y sacó pistoleras para él y sus hombres. Puso una de las pistolas en la palma de la mano. Era algo tan pequeño. Parecía un juguete. Con disparos de este tipo de armas Galac-Tech no se estaba arriesgando a ninguna demanda legal.

Bannerji se detuvo un momento y luego volvió a su escritorio. Abrió un cajón. La pistola no registrada estaba dentro de su caja cerrada, con la pistolera de hombro enroscada a su alrededor, como una serpiente dormida. Una vez que Bannerji se la hubo ajustado y se puso encima el uniforme, se sintió mucho mejor. Se dio la vuelta, decidido, para saludar a sus oficiales, que se presentaban a trabajar. 54