"Cauces De Maldad" - читать интересную книгу автора (Connelly Michael)3Por más que ya sabía qué era lo que ella me iba a pedir, las palabras de Graciela McCaleb me intrigaron. Terry McCaleb había muerto en su barco un mes antes. Había leído la noticia en el La película cosechó a lo sumo un éxito modesto, pero aun así dio a Terry la clase de notoriedad que garantizaba un obituario en los periódicos de todo el país. Yo acababa de volver a mi apartamento cerca del Strip una mañana y cogí el Me sacudió un profundo temblor al leerlo. Me sorprendió, pero tampoco tanto. Terry siempre me había parecido un hombre que disfrutaba de un tiempo prestado. No había nada sospechoso en lo que leí entonces ni en lo que oí después cuando asistí al funeral en la isla de Catalina. Había sido su corazón -su nuevo corazón- el que había fallado. Le había dado seis buenos años, más que el promedio nacional para un paciente trasplantado de corazón, pero finalmente había sucumbido a los mismos factores que habían destruido el original. – No lo entiendo -le dije a Graciela-. Estaba en el barco, en una excursión de pesca, y se derrumbó. Dijeron que… fue su corazón… – Sí, fue su corazón -dijo ella-, pero han surgido novedades. Quiero que lo investigue. Sé que está retirado de la policía, pero Terry y yo vimos en las noticias lo que pasó aquí el año pasado. Graciela paseó la mirada por la sala e hizo un gesto con las manos. Se refería a lo que había ocurrido en mi casa un año antes, cuando mi primera investigación tras mi retiro había terminado en un baño de sangre. – Sé que todavía está investigando cosas -dijo-. Terry era igual. No podía dejarlo. Algunos son así. Cuando vimos en las noticias lo que pasó aquí, fue cuando Terry dijo que le escogería si tuviera que elegir a alguien. Creo que lo que me estaba diciendo era que si alguna vez le ocurría algo a él, debería acudir a usted. Asentí y miré al suelo. – Dígame cuáles son esas novedades que han surgido y le diré lo que puedo hacer. – ¿Tenía un vínculo con él? Asentí de nuevo. – Cuénteme. Ella se aclaró la garganta, se acercó hasta el borde del sofá y empezó a explicarse. – Soy enfermera. No sé si vio la película, pero me convirtieron en camarera en el cine. Eso no está bien. Soy enfermera. Sé de medicina y conozco el funcionamiento de los hospitales. No dije nada para detenerla. – La oficina del forense hizo una autopsia a Terry. No había signos de nada inusual, pero decidieron proceder con la autopsia a petición del doctor Hansen, el cardiólogo de Terry, porque él quería ver si podía descubrir qué había fallado. – Entiendo -dije-. ¿Qué encontraron? – Nada. Me refiero a que no encontraron nada criminal. El corazón simplemente dejó de latir… y él murió. Ocurre. La autopsia reveló que los músculos de las paredes cardiacas estaban haciéndose más delgados. Cardiomiopatía. El organismo de Terry estaba rechazando el corazón. Tomaron las muestras de sangre habituales y eso fue todo. Me entregaron el cuerpo. Terry no quería ser enterrado, siempre me dijo eso. Así que lo cremaron en Griffin y Reeves, y después del servicio fúnebre Buddy nos llevó a los niños y a mí en el barco e hicimos lo que Terry nos había pedido. Soltamos las cenizas en el océano. Fue muy privado. Fue bonito. – ¿Quién es Buddy? – Ah, es el hombre con el que trabajaba Terry en el negocio de las excursiones. Su compañero. – Sí. Recuerdo. Asentí y traté de retrazar la historia en busca de la razón por la que Graciela McCaleb había acudido a verme. – ¿Qué encontraron en la muestra de sangre de la autopsia? -pregunté. Ella negó con la cabeza. – Se trata de lo que no encontraron. – ¿Qué? – Ha de recordar que Terry tomaba una tonelada de fármacos. Cada día, pastilla tras pastilla, líquido tras líquido. Lo mantenía vivo, bueno… hasta el final. Así que el análisis de sangre tenía como una página y media de largo. – ¿Se lo mandaron a usted? – No, lo recibió el doctor Hansen. Me habló de él. Y me llamó porque había cosas que faltaban en el análisis que deberían haber estado presentes, pero que no estaban. CellCept y Prograf. No estaban en su sangre cuando murió. – Y son importantes. Ella asintió. – Exactamente. Tomaba siete cápsulas de Prograf cada día. CellCept, dos veces al día. Eran sus medicamentos clave. Mantenían su corazón a salvo. – ¿Y sin ellos moriría? – No sobreviviría más de tres o cuatro días. El fallo cardiaco congestivo sobrevendría rápidamente. Y eso es exactamente lo que ocurrió. – ¿Por qué dejó de tomarlas? – No dejó de tomarlas y por eso le necesito. Alguien manipuló sus medicamentos y lo mató. Pasé otra vez por el tamiz toda la información que ella me había dado. – En primer lugar, ¿cómo sabe que él se estaba tomando su medicina? – Porque lo vi, y también lo vio Buddy, e incluso en la salida de pesca, el hombre con el que estaban en su último crucero dijo que lo vio tomar sus medicinas. Yo se lo pregunté a ellos. Mire, ya le he dicho que soy enfermera. Si no se hubiera estado tomando sus medicinas, yo lo habría notado. – De acuerdo, o sea que está diciendo que se estaba tomando sus píldoras, pero que en realidad no eran sus píldoras. Alguien las manipuló. ¿Qué le hace pensar eso? Su lenguaje corporal indicaba frustración. Yo no estaba dando los saltos en mi razonamiento que ella esperaba. – Déjeme recapitular -dijo ella-. Una semana después del funeral, antes de que yo supiera nada de esto, empecé a tratar de que las cosas volvieran a la normalidad. Vacié el botiquín donde Terry guardaba todas las medicinas. Verá, las medicinas son muy, muy caras. No quería que se echaran a perder. Hay gente que apenas puede costeárselas; nosotros mismos apenas podíamos costeárnoslas. El seguro de Terry se había agotado y necesitábamos MediCal y Medicaid sólo para pagar su medicación. – ¿Así que donó las medicinas? – Sí, es una tradición con los trasplantes. Cuando alguien… -Bajó la mirada a sus manos. – Entiendo -dije-. Lo devolvió todo. – Sí, para ayudar a otros. Todo es muy caro. Y Terry tenía reservas para al menos nueve semanas. Valdría miles de dólares para alguien. – Entendido. – Así que llevé los medicamentos al hospital. Me dieron las gracias y pensé que eso era todo. Tengo dos hijos, señor Bosch. Por duro que fuera, tenía que seguir adelante, por ellos. Pensé en la hija. Nunca la había visto, pero Terry me había hablado de ella. Me había dicho su nombre. Me pregunté si Graciela conocía la historia. – ¿Le contó esto al doctor Hansen? -pregunté-. Si alguien los había manipulado tenía que avisarles de que… Ella negó con la cabeza. – Hubo un protocolo de integridad. Todos los envases fueron examinados. Los sellos de los frascos se comprobaron, las fechas de caducidad se verificaron, se cotejaron muchos números, etcétera. No surgió nada. No se había manipulado nada. Al menos nada de lo que yo les di. – ¿Entonces qué? Graciela se acercó aún más al borde del sofá. Ahora iría al grano. – En el barco… No había donado los envases abiertos porque no iban a aceptarlos por protocolo hospitalario. – Descubrió manipulación. – Quedaba una dosis diaria de Prograf, y CellCept para dos días más en los frascos. Los puse en una bolsa de plástico y los llevé a la clínica de Avalon. Yo trabajaba allí. Me inventé una historia. Les dije que una amiga mía encontró las cápsulas en el bolsillo de su hijo al hacer la colada. Quería saber qué se estaba tomando. Hicieron pruebas y todas las cápsulas eran placebos. Estaban llenas de un polvo blanco. Cartílago de tiburón en polvo, concretamente. Lo venden en tiendas especializadas y en Internet. Se supone que es algún tipo de tratamiento homeopático contra el cáncer. Es fácilmente digerible y suave. Contenidas en una cápsula tendrían el mismo gusto para Terry. No habría notado ninguna diferencia. Graciela sacó del bolsito un sobre doblado y me lo tendió. Contenía dos cápsulas: ambas blancas, con pequeñas letras impresas en rosa en los lados. – ¿Son del frasco? – Sí, me guardé dos y llevé cuatro a mi amiga de la clínica. Usé el sobre para recoger el contenido y abrí una de las cápsulas. Esta se separó fácilmente sin causar daño en las dos piezas del envase. El polvo blanco que habían contenido se vertió en el sobre. Comprendí que no habría sido un proceso difícil vaciar el contenido original de las cápsulas y sustituirlo por un polvo inútil. – Lo que me está diciendo, Graciela, es que en su última excursión Terry se estuvo tomando las pastillas que creía que lo mantenían vivo, pero éstas no estaban haciendo nada por él. En cierto modo, lo estaban matando. – Exactamente. – ¿De dónde salieron esas píldoras? – Los frascos eran de la farmacia del hospital, pero podrían haberlos manipulado en cualquier parte. Se detuvo y me dio tiempo para que asimilara la información. – ¿Qué va a hacer el doctor Hansen? -pregunté. – Dijo que no tenía alternativa. Si la manipulación se había producido en el hospital, entonces él tenía que saberlo. Podría haber otros pacientes en riesgo. – Eso no es probable. Ha dicho que se habían manipulado dos medicamentos, por tanto lo más probable es que ocurriera fuera del hospital, después de que estuvieran en posesión de Terry. – Lo sé. Él lo dijo. Me dijo que iba a derivarlo a las autoridades. Tiene que hacerlo. Pero no sé quiénes serán esas autoridades ni qué harán. El hospital está en Los Ángeles y Terry murió en su barco a unas veinticinco millas de la costa de San Diego. No sé quién… – Probablemente irá a la Guardia Costera en primer lugar y después lo cederán al FBI. Al final. Pero pasarán varios días. Podría moverlo si llamara ahora mismo al FBI. No entiendo por qué está hablando conmigo en lugar de con ellos. – No puedo, al menos todavía no. – ¿Por qué no? Por supuesto que puede. No debería acudir a mí. Vaya al FBI con esto. Dígaselo a la gente que trabajaba con él. Se ocuparán de inmediato, Graciela. Sé que lo harán. Ella se levantó, se acercó a la puerta corredera y miró al otro lado del desfiladero. Era uno de esos días en que la capa de contaminación parecía que podía incendiarse de tan espesa. – Usted era detective. Piénselo. Alguien mató a Terry. No pudo haber sido una manipulación casual, no con dos medicamentos diferentes de dos envases diferentes. Fue intencionado. Así que la siguiente pregunta es ¿quién tiene acceso a los medicamentos? ¿Quién tiene motivo? Van a fijarse primero en mí y puede que no miren más allá. Tengo dos hijos. No puedo arriesgarme a eso. -Se volvió y me miró-. Y yo no lo hice. – ¿Qué motivo? – Dinero, para empezar. Hay una póliza de seguro de vida de cuando él estuvo en el FBI. – ¿Para empezar? ¿Significa eso que hay otra cosa? Graciela miró al suelo. – Yo amaba a mi marido, pero estábamos pasando por dificultades. Las últimas semanas él estuvo durmiendo en el barco. Probablemente por eso aceptó esa salida de pesca larga. La mayoría de las veces eran excursiones de un día. – ¿Cuál era el problema, Graciela? Si voy a meterme en esto, tengo que saberlo. Ella se encogió de hombros como si no supiera la respuesta, pero finalmente respondió. – Vivíamos en una isla, y a mí ya no me gustaba. No creo que fuera un gran secreto que yo quería que nos trasladáramos al continente. El problema era que su trabajo en el FBI le había hecho temer por nuestros hijos. Tenía miedo. Quería proteger a los niños del mundo. Yo no. Yo quería que vieran el mundo y estuvieran preparados para él. – ¿Y eso era todo? – Había otras cosas. A mí no me gustaba que él siguiera investigando casos. Me levanté y me puse a su lado, junto a la puerta. La abrí para que saliera parte del aire viciado. Me di cuenta de que debería haberla abierto en cuanto habíamos entrado. El lugar olía a agrio. Llevaba fuera dos semanas. – ¿Qué casos? – El era como usted. Estaba atormentado por los que se escaparon. Tenía archivos, cajas de archivos, abajo en el barco. Yo había estado en el barco mucho tiempo atrás. McCaleb había convertido un camarote de proa en un despacho. Recordaba haber visto las cajas con los archivos en la litera superior. – Durante mucho tiempo trató de ocultármelo, pero se convirtió en algo obvio y olvidamos el pretexto. En los últimos meses viajaba mucho al continente. Cuando no tenía excursiones de pesca. Discutimos sobre eso, y él simplemente dijo que era algo que no podía dejar. – ¿Era sólo un caso o más de uno? – No lo sé. Nunca me dijo exactamente en qué estaba trabajando y yo no se lo pregunté. No me importaba. Sólo quería que parara. Quería que pasara tiempo con sus hijos. No con esa gente. – ¿Esa gente? – La gente con la que estaba fascinado: los asesinos y sus víctimas. Sus familias. Estaba obsesionado. A veces creo que eran más importantes para él que nosotros. Graciela miró al otro lado del paso de Sepúlveda mientras decía esto. Al abrir la puerta había dejado que entrara el sonido del tráfico. La autovía sonaba como una distante ovación en algún tipo de estadio donde los partidos no terminaban nunca. Abrí la puerta del todo y salí a la terraza. Miré a los matorrales y pensé en la lucha a vida o muerte que se había desarrollado allí el año anterior. Había sobrevivido para descubrir que, como Terry McCaleb, yo era padre. En los meses transcurridos desde entonces había aprendido a descubrir en los ojos de mi hija lo que Terry me había dicho en una ocasión que él había descubierto en los ojos de la suya. Yo supe buscarlo porque él me lo había dicho. Estaba en deuda con él por eso. Graciela salió detrás de mí. – ¿Hará esto por mí? Creo lo que mi marido dijo de usted. Creo que puede ayudarme y ayudarle a él. Y tal vez ayudarme a mí mismo, pensé, pero no lo dije. En lugar de eso, bajé la mirada a la autovía y vi que el sol se reflejaba en los parabrisas de los coches que avanzaban por el paso de Sepúlveda. Era como un millar de ojos brillantes y plateados observándome. – Sí-dije-. Lo haré. |
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