"Historia De Una Gaviota Y El Gato Que La Enseñó A Volar" - читать интересную книгу автора (Sepúlveda Luís)

5 En busca de consejo

Zorbas bajó rápidamente por el tronco del castaño, cruzó el patio interior a toda prisa para evitar ser visto por unos perros vagabundos, salió a la calle, se aseguró de que no venía ningún auto, la cruzó y corrió en dirección del Cuneo, un restaurante italiano del puerto. Dos gatos que husmeaban en un cubo de basura lo vieron pasar.

– ¡Ay, compadre! ¿Ve lo mismo que yo? Pero qué gordito tan lindo -maulló uno.

– Sí, compadre. Y qué negro es. Más que una bolita de grasa parece una bolita de alquitrán. ¿Adónde vas, bolita de alquitrán? -preguntó el otro.

Aunque iba muy preocupado por la gaviota, Zorbas no estaba dispuesto a dejar pasar las provocaciones de esos dos facinerosos. De tal manera que detuvo la carrera, erizó la piel del lomo y saltó sobre el cubo de basura.

Lentamente estiró una pata delantera, sacó una garra larga como una cerilla, y la acercó a la cara de uno de los provocadores.

– ¿Te gusta? Pues tengo nueve más. ¿Quieres probarlas en el espinazo? -maulló con toda calma.

Con la garra frente a los ojos, el gato tragó saliva antes de responder.

– No, jefe. ¡Qué día tan bonito! ¿No le parece? -maulló sin dejar de mirar la garra.

– ¿Y tú? ¿Qué me dices? -increpó Zorbas al otro gato.

– Yo también digo que hace buen día, agradable para pasear, aunque un poquito frío.

Arreglado el asunto, Zorbas retomó el camino hasta llegar frente a la puerta del restaurante. Dentro, los mozos disponían las mesas para los comensales del mediodía. Zorbas maulló tres veces y esperó sentado en el rellano. A los pocos minutos se le acercó Secretario, un gato romano muy flaco y con apenas dos bigotes, uno a cada lado de la nariz.

– Lo sentimos mucho, pero si no ha hecho reserva no podremos atenderlo. Estamos al completo -maulló a manera de saludo. Iba a agregar algo más, pero Zorbas lo detuvo.

– Necesito maullar con Colonello. Es urgente.

– ¡Urgente! ¡Siempre con urgencias de última hora! Veré qué puedo hacer, pero sólo porque se trata de una urgencia -maulló Secretario y regresó al interior del restaurante.

Colonello era un gato de edad indefinible. Algunos decían que tenía tantos años como el restaurante que lo cobijaba; otros sostenían que era más viejo todavía. Pero su edad no importaba, porque Colonello poseía un curioso talento para aconsejar a los que se encontraban en dificultades y, aunque él jamás solucionaba ningún conflicto, sus consejos por lo menos reconfortaban. Por viejo y talentoso, Colonello era toda una autoridad entre los gatos del puerto. Secretario regresó a la carrera.

– Sígueme. Colonello te recibirá, excepcionalmente -maulló.

Zorbas lo siguió. Pasando bajo las mesas y las sillas del comedor llegaron hasta la puerta de la bodega. Bajaron a saltos los peldaños de una estrecha escalera y abajo encontraron a Colonello, con el rabo muy erguido, revisando los corchos de unas botellas de champagne.

– ¡Porca miseria! Los ratones han roído los corchos del mejor champagne de la casa. ¡Zorbas! ¡Caro amico! -saludó Colonello, que acostumbraba a maullar palabras en italiano.

– Disculpa que te moleste en pleno trabajo, pero tengo un grave problema y necesito de tus consejos -maulló Zorbas.

– Estoy para servirte, caro amico. ¡Secretario! Sírvale al mio amico un poco de esa lasagna al forno que nos dieron por la mañana -ordenó Colonello.

– ¡Pero si se la comió toda! ¡No me dejó ni olerla! -se quejó Secretario.

Zorbas se lo agradeció, pero no tenía hambre, y rápidamente refirió la accidentada llegada de la gaviota, su lamentable estado y las promesas que se viera obligado a hacerle. El viejo gato escuchó en silencio, luego meditó mientras acariciaba sus largos bigotes y finalmente maulló enérgico:

– ¡Porca miseria! Hay que ayudar a esa pobre gaviota a que pueda emprender el vuelo.

– Sí, ¿pero cómo? -maulló Zorbas.

– Lo mejor será consultar a Sabelotodo -indicó Secretario.

– Es exactamente lo que iba a sugerir. ¿Por qué me sacará éste los maullidos de la boca? -reclamó Colonello.

– Sí. Es una buena idea. Iré a ver a Sabelotodo -maulló Zorbas.

– Iremos todos. Los problemas de un gato del puerto son problemas de todos los gatos del puerto -declaró solemne Colonello.

Los tres gatos salieron de la bodega y, cruzando el laberinto de patios interiores de las casas alineadas frente al puerto, corrieron hacia el templo de Sabelotodo.