"Treinta y seis Tarjetas de San Valentín" - читать интересную книгу автора (Quinn Julia)Capítulo Dos.¿Se dio usted cuenta de que el Conde de Renminster bailó anoche con la señorita Susannah Ballister en el baile de los Worth? Si no lo hizo, para su vergüenza -fue usted el único. El vals fue la comidilla de la velada. No se puede decir que la conversación contemplada fuera de las apacibles. En efecto, Esta Autora notó ojos relampagueantes y hasta lo que parecieron ser palabras acaloradas. Diez caballeros. Sí, Esta Autora los contó. Habría sido imposible no hacer comparaciones, cuando la suma total de sus compañeros de baile antes de la invitación del conde era cero. Los Ballisters no habían tenido nunca que preocuparse del dinero, pero tampoco se podía decir que fueran ricos. Normalmente esto no molestaba a Susannah; nunca le había faltado nada, y no veía ninguna razón para tener tres juegos de aderezos cuando sus perlas combinaban con todos sus vestidos bastante bien. No es que ella hubiera rechazado tener uno o dos más, no era eso; solamente que no veía la necesidad de desperdiciar sus días añorando unas joyas que nunca serían suyas. Pero había una cosa que hacía que Susana deseara que su familia fuera más antigua, más adinerada, o que poseyera un título – cualquier cosa que les hubiera dado más influencia. Y era el teatro. Susannah adoraba el teatro, le encantaba perderse en la historia de otros, lo adoraba todo, desde el olor de las lámparas de gas hasta el estremecedor sentimiento que poseían las palmas de las manos de alguien aplaudiendo. Era mucho más absorbente que una velada musical, y ciertamente más divertido que las El problema, sin embargo, era que su familia no poseía un palco en ninguno de los teatros que se juzgaban apropiados para la buena sociedad, y no le permitían sentarse en otra parte que no fuera un palco. No era apropiado que las señoritas se sentaran con la chusma, insistía su madre. Lo que significaba que el único modo en el que Susannah consiguió, alguna vez, ver una representación fue cuando alguien que poseía un conveniente palco la invitó. Cuando había llegado una nota para ella de sus primos, los Shelbourne, en la que la invitaban a acompañarlos esa tarde para ver a Edmund Kean interpretando a Shylock en el Mercader de Venecia, ella casi había llorado de alegría. Kean había hecho su debut en este papel apenas cuatro noches antes, y ya toda la sociedad hablaba de ello. Lo habían calificado de magnífico, audaz, e incomparable – todas aquellos maravillosos adjetivos que dejaban a una amante de teatro como Susannah casi temblando por su deseo de ver la obra. Salvo que ella no esperaba que alguien la invitara a compartir su palco en el teatro. Ella sólo recibía invitaciones a grandes fiestas porque la gente sentía curiosidad por ver su reacción ante Clive y su matrimonio con Harriet. Las invitaciones a pequeñas reuniones no eran frecuentes. Hasta el baile de los Worth el jueves por la noche. Supuso que debería agradecérselo al conde. Él había bailado con ella, y ahora ella era considerada otra vez conveniente. Había recibido al menos ocho invitaciones a bailar después de que él se hubiera marchado. ¡Oh! muy bien, diez. Las había contado. Diez hombres la habían invitado a bailar, lo cual eran diez más de los que lo habían hecho durante las tres horas anteriores que había permanecido en el baile antes del conde la buscara. Era espantoso, realmente, cuánta influencia podría ejercer un solo hombre sobre la sociedad. Estaba segura que Renminster era la razón por la que sus primos habían extendido la invitación. No es que pensara que los Shelbournes la hubieran estado evitando conscientemente – la verdad es que eran primos lejanos y no los conocía muy bien. Pero cuando empezó la temporada de teatro y ellos necesitaron a otra mujer para equilibrar el numero de invitados de ambos sexos, debió resultar muy fácil para ellos decir, "Oh, sí, ¿qué tal la prima Susannah? " cuando el nombre de Susannah había sido prominentemente destacado en la columna de Lady Whistledown del viernes. A Susannah no le importaba por qué se habían acordado de repente de su existencia -iba a ver a Kean en El Mercader de Venecia. "Estaré eternamente celosa," dijo su hermana Letitia mientras esperaban en el salón la llegada de los Shelbournes. Su madre había insistido en que Susannah estuviese lista a la hora acordada y no hiciera esperar a sus influyentes parientes. Una, se daba por supuesto, obligaba a esperar a los pretendientes, pero no a relaciones influyentes quiénes podrían extender invitaciones fervientemente deseadas. "Estoy segura de que tendrás una oportunidad de ver la obra pronto," dijo Susannah, pero no podía evitar una sonrisa de satisfacción mientras lo decía. Letitia suspiró. "Tal vez ellos quieran verla dos veces. " "Tal vez presten el palco a Papa y Mama," dijo Susannah. La cara de Letitia se iluminó. "¡Una idea excelente! Podrías sugerir… – " "No haré tal cosa," la interrumpió Susannah. "Sería una grosería, y…- " "Pero si surge la ocasión… " Susannah puso los ojos en blanco. "Muy bien," dijo. "¿Si Lady Shelbourne dice: 'Mi querida señorita Ballister, ¿cree usted que su familia estaría interesada en la utilización de nuestro palco? ' puedes estar segura de que contestaré afirmativamente. " Letitia le dirigió una mirada decididamente carente de humor. En ese mismo momento su mayordomo apareció en la entrada. "Señorita Susannah," dijo, "el carruaje de los Shelbourne espera fuera. " Susannah saltó sobre sus pies. "Gracias. Salgo ahora mismo. " "Te esperaré," dijo Letitia, siguiéndola hacia el vestíbulo. "Espero que me lo cuentes todo. " ¿"Y estropearte el final? " bromeó Susannah. "Pssh. No es como si no hubiera leído El Mercader de Venecia diez veces por lo menos. Ya sé el final. ¡Solamente quiero que me cuentes sobre Kean! " "Él no es tan atractivo como Kemble," dijo Susannah, poniéndose el abrigo y el manguito. "Ya he visto Kemble," dijo Letitia con impaciencia. "A quien no he visto es a Kean. " Susannah se adelantó y depositó un afectuoso beso sobre la mejilla de su hermana. "Te contaré todos los detalles de la velada. Te lo prometo. " Y luego afrontó el aire helado y camino hacia el carruaje de los Shelbourne. Menos de una hora después, Susannah estaba cómodamente instalada en el palco de los Shelbourne en el Teatro Real, en Drury Lane, contemplando ávidamente el recién diseñado teatro. Ella había tomado felizmente asiento en el borde más apartado del palco. Los Shelbournes y sus invitados charlaban lejos, sin prestar atención, como el resto del auditorio, a la farsa que la compañía interpretaba como un preludio a la obra principal. Susannah tampoco prestaba ninguna atención; lo único que quería era inspeccionar el nuevo teatro. Era irónico, en realidad – los mejores asientos del teatro parecían ser los de abajo en el patio de butacas, con toda la chusma, como a su madre le gustaba decir. Aquí estaba ella, en una de los palcos más caros del teatro, y una enorme columna bloqueaba parcialmente su vista. Iba a tener que enroscarse considerablemente en su asiento, y, de hecho, incluso inclinarse sobre la repisa del palco para poder ver la representación ."Tenga cuidado, no vaya a caer," murmuró una profunda y masculina voz. Susana dio un respingo. "¡Milord!” dijo sorprendida, girándose para quedar cara a cara con él Conde de Renminster, entre toda la gente asistente. Él estaba sentado en el palco contiguo al de los Shelbournes, lo bastante cercano para poder conversar a través del hueco de la mampara que separaba los palcos. "Qué sorpresa tan agradable," dijo él, con una agradable y ligeramente misteriosa sonrisa. Susannah pensó que todas sus sonrisas tenían un toque misterioso. "Estoy con mis primos," dijo ella, haciendo un gesto hacia el resto de los ocupantes. "Los Shelbournes," añadió, aunque fuera bastante obvio. "Buenas noches, Lord Renminster," dijo Lady Shelbourne con excitación. "No me di cuenta de que su palco estaba al lado del nuestro. " Él saludó con la cabeza. "No he tenido la oportunidad de ver mucho teatro últimamente, me temo. " La cabeza de Lady Shelbourne se balanceó mostrando su acuerdo. "Es tan difícil encontrar tiempo. Tenemos tantos compromisos este año. ¿Quién habría pensado que tantas personas regresarían a Londres en enero? " "Y todo por un montón de nieve," no pudo por menos que comentar Susannah. Lord Renminster se rió entre dientes ante su tranquilo comentario antes de avanzar y apoyarse en el borde del palco para dirigirse a Lady Shelbourne. "Creo que va a comenzar la representación," dijo él. "Ha sido, como siempre, un placer verla. " "En efecto," gorgojeó Lady Shelbourne. "Espero que pueda asistir a mi fiesta de San Valentín el próximo mes." "No me la perdería por nada del mundo," le aseguró él. Lady Shelbourne se recostó en su asiento, pareciendo tan satisfecha como aliviada, y luego reanudó su conversación con su mejor amiga, Liza Pritchard, quien, Susannah estaba absolutamente convencida, estaba enamorada del hermano de Lady Shelbourne, Sir Royce Pemberley, quien también se sentaba en el palco. Susannah creía que el sentimiento era reciproco, pero desde luego ninguno de ellos pareció darse cuenta, y de hecho, la señorita Pritchard parecía haber depositado sus esperanzas en el otro soltero asistente, Lord Durham, quien, en opinión de Susannah, era un poco pelmazo. Pero no era asunto suyo advertirles de sus respectivos sentimientos, y además ambos, junto con Lady Shelbourne, parecían estar inmersos en una absorbente conversación sin ella. Lo que la dejaba a merced de Lord Renminster, quien aún la miraba a través del hueco entre sus respectivos palcos. "¿Le gusta Shakespeare?” le preguntó ella conversacionalmente. Era tal su alegría por haber sido invitado a ver el Shylock de Kean que hasta se las podría arreglar para dirigirle una luminosa sonrisa "Sí," contestó él, " aunque de toda su obra prefiero las tragedias. " Ella asintió, decidiendo que se sentía capaz de mantener una conversación cortés si él también podía. "Eso pensé. Son más serias. " Él sonrió enigmáticamente. "No puedo decidir si acabo de ser halagado o insultado. " "En situaciones como éstas," dijo Susannah, sorprendida al sentirse tan cómoda conversando con él, " debería optar por sentirse siempre halagado. Uno comprende que es más sencillo y agradable de este modo. " Él rió en voz alta antes de preguntar, "¿Y usted? ¿Cuál de las obras del bardo prefiere? " Ella suspiró felizmente. "Las adoro todas. " "¿De verdad? " le preguntó, y ella se sorprendió al oír verdadero interés en su voz. "No tenía ni idea de que le gustara tanto el teatro. " Susannah lo miró con curiosidad, ladeando la cabeza levemente. "No creía que usted se interesara por mis aficiones de una u otra forma. " "Cierto," accedió él, "pero Clive no siente mucho interés por el teatro. " Ella sintió que su columna se ponía ligeramente rígida. "Clive y yo nunca compartimos "Obviamente no," dijo él, y ella pensó que había oído hasta un poco de aprobación de su voz. Y luego -sin saber porque decía esto, ¡era el hermano de Clive!, por el amor del cielo -dijo, " El conde pareció ahogarse con su lengua. "¿Se encuentra bien? " preguntó Susannah, inclinándose hacia él con expresión preocupada. "Bien," jadeó el conde, dándose unas palmadas sobre el pecho. "Simplemente… ah… me sobresaltó. " "Ah. Le pido disculpas. " "No hace falta," le aseguró él. "Yo evito siempre asistir al teatro con Clive. " "Es difícil para los actores meter baza en su conversación," estuvo de acuerdo Susannah, resistiéndose al impulso de poner los ojos en blanco. Él suspiró. “Hasta hoy, todavía no sé lo que pasa al final de Romeo y Julieta. " Ella jadeó. "Usted no-oh, se está burlando de mí. " "¿Ellos vivieron felizmente juntos al final, verdad? " preguntó él, con ojos inocentes. "Oh, sí," dijo ella, sonriendo con maldad. "Es una historia edificante. " "Excelente," dijo él, recostándose en su asiento mientras clavaba sus ojos en el escenario. "Es estupendo haber aclarado esto finalmente. " Susannah no pudo evitarlo. Se rió tontamente. Era extraño que el Conde de Renminster realmente tuviera sentido del humor. Clive decía siempre que su hermano era el hombre más "maldita y espantosamente serio” de toda la Inglaterra. Susannah nunca había tenido ninguna razón para dudar de su evaluación, sobre todo cuando él realmente usó la palabra "maldito" delante de una dama. Un caballero generalmente no lo hacía a menos que él estuviera muy seguro sobre su declaración. En ese mismo momento las luces del teatro comenzaron a atenuarse, sumergiendo a los aficionados en la oscuridad. ¡"Oh! " exclamó Susannah, avanzando sobre la barandilla del palco. "¿Ha visto usted eso? " preguntó con excitación, girándose hacia el conde. "¡Que ingenioso! Dejan sólo las luces sobre el escenario. " "Es una de las innovaciones de Wyatt," contestó él, refiriéndose al arquitecto que había renovado recientemente el teatro tras un incendio. "Así resulta más fácil ver el escenario, ¿no cree?" "Es brillante," dijo Susannah, adelantándose hacia el borde de su asiento de modo que ella pudiera ver por delante del pilar que bloqueaba su vista. "Es… – " Y entonces comenzó la representación, y ella enmudeció completamente. Desde su posición en el palco contiguo al de ella, David se encontró mirando a Susannah más a menudo que a la obra. Él había visto El Mercader de Venecia muchas veces, y aunque fuera vagamente consciente de que el Shylock de aquel Edmund Kean era una interpretación realmente notable, eso no tenía comparación con el brillo en los oscuros ojos de Susannah Ballister mientras ella miraba la escena. Tendría que volver y ver de nuevo la obra la siguiente semana, decidió. Porque esta noche él miraba a Susannah. ¿Por qué, se preguntó, había sido tan contrario a su casamiento con su hermano? No, eso no era completamente exacto. No había estado completamente en contra. No le había mentido cuando le había dicho que él no se habría opuesto a su matrimonio si Clive se hubiera decidido por ella en vez de por Harriet Pero no le hubiese gustado que eso sucediera. Había visto a su hermano con Susannah y de alguna manera le había parecido incorrecto. Susannah era fuego, inteligencia y belleza, y Clive era… Bien, Clive era Clive. David lo amaba, pero el corazón de Clive se regía por una urgencia despreocupada que David no había entendido nunca, en realidad. Clive era una alegre, brillante y ardiente llama. La gente se arremolinaba alrededor de él, como las proverbiales polillas alrededor de la luz, pero inevitablemente, alguien acababa quemándose. Alguien como Susannah. Susannah no era adecuada para Clive. Y quizás, incluso más, Clive no había sido adecuado para ella. Susannah necesitaba a alguien más. Alguien más maduro. Alguien como… Los pensamientos de David atravesaron, como un susurro, su alma. Susannah necesitaba a alguien como él. El principio de una idea comenzó a formarse en su mente. David no era de la clase de personas dadas a lanzarse a la acción imprudente, pero tomaba decisiones rápidamente, basándose tanto en lo que sabía como lo que sentía. Y mientras permanecía allí sentado, en el Teatro Real, en Drury Lane, ignorando a los actores sobre el escenario a favor de la mujer sentada en el palco contiguo al suyo, tomó una importante decisión. Él iba a casarse con Susannah Ballister. Susana Ballister no, Susannah Mann-Formsby, Condesa de Renminster. La brillantez de la idea lo atravesó como un rayo. Sería una excelente condesa. Era hermosa, inteligente, con principios, y orgullosa. Él no sabía por qué no había notado todo eso antes, probablemente porque él siempre se había encontrado con ella en compañía de Clive, y Clive tendía a ensombrecer a todos en su presencia. David había pasado los últimos años con los ojos abiertos ante una potencial novia. No tenía ninguna prisa por casarse, pero sabía que tendría que tomar una esposa finalmente, y cada mujer soltera que había conocido había sido mentalmente inventariada y tasada. Y todas habían sido descartadas. Ellas habían sido demasiado tontas o demasiado aburridas. Demasiado tranquilas o demasiado charlatanas. O si ellas no eran demasiado algo, tampoco lo eran lo bastante. No eran correctas. No eran alguien a quien él pudiera imaginarse contemplando al otro lado de la mesa de desayuno durante los años venideros. Él era un hombre exigente, pero ahora, mientras sonreía para si mismo en la oscuridad, le pareció que esperar, definitivamente, había valido la pena. David robó otro vistazo del perfil de Susannah. Dudó que ella, ni siquiera, notara que él la miraba, tan absorta como estaba en la representación. De tanto en tanto sus labios se separaban dejando escapar un suave e involuntario "¡Ah!", y aunque él supiera que era sólo su imaginación, él podría jurar que sentía el viaje de su aliento a través del aire, aterrizando ligeramente sobre su piel. David sintió que su cuerpo se tensaba. Jamás se le había ocurrido que, realmente, podría ser lo bastante afortunado para encontrar una esposa a quien considerara deseable. Qué bendición. La lengua de Susannah asomó, humedeciendo sus labios. Sumamente deseable. Él se recostó, incapaz de detener la sonrisa satisfecha que se arrastró a través de sus rasgos. Él había tomado una decisión; ahora todo lo que tenía que hacer era trazar un plan. Cuando las luces del teatro se encendieron después del tercer acto para anunciar el intermedio, Susannah al instante miró al palco contiguo, absurdamente impaciente por preguntar al conde lo que pensaba de la obra hasta entonces. Pero él se había ido. "Qué raro," murmuró para si misma. Debió haberse marchado sigilosamente; ella no había notado su salida en lo más mínimo. Se recostó con los hombros caídos ligeramente en su asiento, sintiéndose extrañamente decepcionada por su desaparición. Tenía ganas de preguntarle su opinión sobre la interpretación de Kean, la cual se diferenciaba enormemente de cualquier otro Shylock que ella hubiera visto antes. Había estado segura que él tendría algo interesante que decir, algo que quizás ella misma no hubiera notado. Clive nunca había querido hacer algo más durante los intermedios que fugarse al vestíbulo donde podía charlar con sus amigos. De todos modos, era probablemente mejor que el conde se hubiera marchado. A pesar de su amistoso comportamiento antes de la interpretación, todavía le resultaba difícil de creer que él estuviera en disposición amistosa hacia ella. Y además, cuando él estaba cerca, ella se sentía más bien… rara. Extraña, y, de alguna forma, sin aliento. Era excitante, pero no demasiado confortable, y esto la hacía sentirse incomoda. Así que cuando Lady Shelbourne le preguntó si quería acompañar al resto de los invitados al vestíbulo para disfrutar del intermedio, Susannah le dio las gracias, pero rehusó cortésmente. Definitivamente era mejor quedarse, permanecer allí, en un lugar donde el Conde de Renminster no estaba. Los Shelbournes se marcharon, junto con sus invitados, abandonando a Susannah a su propia compañía, lo cual no le importó en lo más mínimo. Los tramoyistas se habían dejado, por casualidad, el telón ligeramente abierto, y si Susannah forzaba la vista, casi bizqueando, podría ver destellos de las personas que se apresuran detrás. Era extrañamente emocionante y bastante interesante. Oyó un sonido tras ella. Alguno de los invitados de los Shelbourne debía haber olvidado algo. Poniendo una sonrisa en su cara, Susannah se giró, "Buenas no…- " Era el conde. "Buenas noches," dijo él, cuando se hizo evidente que ella no iba a finalizar el saludo. "Milord," dijo ella, con evidente sorpresa en su voz. Él la saludó con la cabeza graciosamente. "Señorita Ballister. ¿Puedo sentarme?” "Desde luego," dijo ella, automáticamente. ¡Cielos!, ¿Por qué estaba él aquí? "Pensé que podría resultar más fácil dialogar sin necesidad de gritar a través de los palcos," dijo él. Susannah solamente lo miró con incredulidad. Ellos no habían tenido que gritar en absoluto. Los palcos estaban pegados el uno al otro. Pero, se dio cuenta, un tanto frenéticamente, de que no se encontraban tan cerca como estaban ahora sus sillas. El muslo del conde casi se presionaba contra el suyo. No debería haber sido molesto, ya que Lord Durham había ocupado la misma silla durante más de una hora, y su muslo no la había molestado en lo más mínimo. Pero era diferente con Lord Renminster. Todo era diferente con Lord Renminster, se dio cuenta Susannah. "¿Disfruta usted de la obra? " le preguntó él. "Oh, en efecto," dijo ella. "La interpretación de Kean es sencillamente notable, ¿no está de acuerdo? " Él asintió con la cabeza y murmuró su acuerdo. "Yo nunca imaginé que Shylock fuera representado de una manera tan trágica," continuó Susannah. "He visto El Mercader de Venecia varias veces antes, desde luego, y estoy segura de que usted también, y el personaje siempre ha tenido un aire más cómico, no está de acuerdo? " "Esa es realmente una interpretación interesante. " Susannah asintió con entusiasmo. "Pensé que la peluca negra era un golpe maestro. Cada Shylock que he visto anteriormente fue interpretado con una peluca pelirroja. ¿Y cómo podría Kean esperar que nosotros lo viéramos como un carácter trágico con una peluca pelirroja? Nadie toma a los hombres pelirrojos en serio. " El conde comenzó a toser incontroladamente. Susannah se inclinó hacia él, esperando que no haberlo insultado de alguna manera. Con su pelo oscuro, ella no había pensado que él pudiera ofenderse. "Le pido perdón," dijo él, conteniendo la respiración. "¿Ocurre algo? " "Nada," le aseguró él. "Simplemente que su astuta observación me pillo con la guardia baja." "No trato de decir que los hombres pelirrojos sean menos dignos que el resto de los hombres," dijo ella. "Excepto nosotros, los de la, claramente superior variedad, de cabello oscuro," murmuró él, con los labios curvados en una diabólica sonrisa. Ella apretó los labios para obligarse a no sonreír. Era tan raro que él pudiera hacerla participe de un momento secreto y compartido- la clase de momentos que se dan cuando se comparte una broma privada. "Lo que trataba de decir," dijo ella, intentando regresar a la conversación original, "es que uno nunca lee acerca de hombres pelirrojos en las novelas, ¿no? " "No en las novelas que yo he leído," le aseguró él. Susannah le lanzó una mirada con expresión vagamente irritada. "O si uno lo hace," prosiguió ella, " nunca es el héroe de la historia. " El conde se inclinó hacia ella, sus ojos verdes centelleando con malvada promesa. "¿Y quién es el héroe de su historia, señorita Ballister? " "No tengo un héroe," dijo ella remilgadamente. "Creía que era obvio. " Él permaneció silencioso durante un momento, contemplándola pensativamente. "Debería," murmuró él. Susannah sintió que sus labios se entreabrían, hasta que sintió su aliento precipitándose a través de ellos, cuando sus palabras aterrizaron suavemente sobre sus oídos. "¿Perdón?" preguntó finalmente, no del todo segura de lo que él quiso decir. O tal vez estaba segura, y simplemente no podía creerlo. Él sonrió ligeramente. "Una mujer como usted debería tener a un héroe," le dijo. "Un campeón, quizás. " Ella lo miró con cejas arqueadas. "¿Me está diciendo que debería estar casada? " Otra vez aquella sonrisa. La conocida curvatura de sus labios, como si él tuviera un secreto increíblemente bueno. "¿Qué cree usted? " "Creo," dijo Susannah, "que esta conversación se ha introducido en aguas asombrosamente personales. " Él se rió, pero era un sonido cálido, divertido, que carecía completamente de la malicia que tan a menudo teñía la risa de los miembros de la temporada. "Retiro mi anterior declaración," dijo él con una amplia sonrisa. "Usted no necesita a un campeón. Usted es claramente capaz de cuidar de si misma bastante bien. " Susannah entrecerró los ojos. "Sí," dijo él, "eso ha sido un cumplido. " "Con usted uno siempre debe asegurarse," comentó ella. "Oh, no, señorita Ballister," dijo él. "Me hiere. " Ahora era su turno de reírse. "Por favor", dijo ella, sonriendo abiertamente todo el rato. "Su armadura es lo bastante resistente para detener cualquier ataque verbal que yo pudiera lanzarle. " "No estoy tan seguro de ello," dijo él, tan suavemente que ella no estaba segura de haberlo oído correctamente. Y entonces tuvo que preguntar – "¿Por qué esta siendo tan agradable conmigo? " "¿Lo estoy siendo? " "Sí," dijo ella, no muy segura de por qué la respuesta era tan importante, " lo está siendo. Y considerando lo contrario que usted era a mi casamiento con su hermano, no puedo por menos que sentirme suspicaz. " "Yo no era…- " "Sé que usted dijo que no se opuso al cortejo," dijo Susannah, su rostro casi inexpresivo cuando lo interrumpió. "Pero ambos sabemos que no lo favoreció y que lo animó a casarse con Harriet. " David se mantuvo silencioso durante un largo momento, considerando su declaración. Ni una palabra de las que ella había dicho eran falsas, y aún así estaba claro que ella no entendía nada de lo que había sucedido el verano anterior. Sobre todo, ella no entendía a Clive. Y si pensaba que podría haber sido una esposa adecuada para él, quizás ella no se entendía a si misma, tampoco. "Amo a mi hermano," dijo David suavemente, "pero él tiene sus defectos, y necesitaba una esposa que lo necesitara y dependiera de él. Alguien que lo obligara a hacerse el hombre que sé que él puede llegara a ser. Si Clive se hubiera casado con usted… – " Él la miró. Ella lo contemplaba con ojos sinceros, esperando con paciencia a que terminara de formular sus pensamientos. Él sabía que su respuesta lo significaba todo para ella, y sabía que tenía que acertar. "Si Clive se hubiese casado con usted," prosiguió él, finalmente, " no habría tenido ninguna necesidad de ser fuerte. Usted habría sido fuerte por los dos. Clive no habría tenido nunca ninguna razón para crecer. " Sus labios se abrieron por la sorpresa. "Dicho sencillamente, señorita Ballister," dijo él con alarmante suavidad, "mi hermano no era digno de una mujer como usted. " Y luego, mientras ella intentaba asimilar el sentido de sus palabras, mientras intentaba simplemente recordar como respirar, él se puso de pie. "Ha sido un placer, señorita Ballister" murmuró, tomando su mano y depositando suavemente un beso sobre su guante. Sus ojos permanecieron fijos en su rostro todo el tiempo, brillando cálidos y verdes, y chamuscando directamente su alma. Él se enderezó, curvó sus labios apenas los suficiente para hacer que su piel se estremeciera, y tranquilamente dijo, "Buenas noche, señorita Ballister. " El se había marchado incluso antes de que ella pudiera ofrecerle su propio adiós. Y no reapareció en el palco contiguo al de ella. Pero este sentimiento – este extraño, sin aliento, vertiginoso sentimiento que él lograba provocar dentro de ella con sólo una sonrisa – éste se enroscó alrededor de ella y no se marchó. Y por primera vez en su vida, Susannah no fue capaz de concentrarse en un drama Shakesperiano. Incluso con los ojos abiertos, todo lo que ella podía ver era la cara del conde. |
||
|
© 2025 Библиотека RealLib.org
(support [a t] reallib.org) |