"El Valle De Las Sombras" - читать интересную книгу автора (Tremayne Peter)Capítulo 15Una mezcla de expresiones contradictorias cambió el semblante de Fidelma al sopesar lo que Eadulf acababa de decir. – ¿Qué ocurre? -preguntó Eadulf. – Acabáis de observar lo evidente, Eadulf. Creo que ya sé dónde podrían estar las vacas. Eadulf dio un respingo. – Venid conmigo -dijo Fidelma dando media vuelta para alejarse con decisión de la granja de Artgal. Perplejo, Eadulf la siguió colina abajo, por el sendero que conducía directamente al grupo de edificios que pertenecían a la granja de Ronan. Caminaron guardando silencio buena parte del trayecto, pues Fidelma parecía estar sumida en sus pensamientos. Eadulf sabía que era preferible no importunarla cuando cavilaba. Al monje le asombró que, al llegar al pie de la colina, Fidelma se apartara del camino principal para dirigirse a la casita de Nemon, la prostituta. Llamó a la puerta con resolución. Nemon salió de inmediato y los miró, sorprendida. Luego forzó una media sonrisa poco acogedora. – ¿Otra vez vosotros dos? Había oído que habíais matado al hombre al que buscabais… ¿cómo se llamaba, Solin? – Se equivocaban -le aseguró Fidelma con firmeza. – Pues yo no puedo deciros más de lo que ya os conté de ese Solin -dijo la mujer, inspirando por la nariz, e hizo ademán de cerrar la puerta. – No he venido a hablaros de Solin. ¿Podemos pasar? -preguntó Fidelma tras darse cuenta de que la esposa de Ronan, Bairsech, había salido de casa para situarse aparentemente en su lugar preferido, de pie y brazos cruzados, observándoles con una curiosidad descarada y hostil. Nemon se mostró indiferente. Se apartó y dejó pasar a Fidelma y Eadulf, que entró el último. – El tiempo vale dinero -indicó la rolliza mujer, mirando claramente a Eadulf. – Como dijisteis la última vez -concedió Fidelma de buena gana-. Pero esta vez ejerzo como una Eadulf estaba más sorprendido que Nemon, la cual ni siquiera reaccionó. – Pedí un precio normal, un Fidelma miró por la ventana al ganado, que pastaba en el prado de fuera. – ¿Cómo es que aceptasteis dinero? Creía que el único sistema de cambio en el valle era el trueque. – No pienso vivir toda la vida aquí. El dinero puede comprar la libertad fuera de Gleann Geis. – Tenéis más que razón. ¿Qué acordasteis? ¿Que cuidaríais las vacas hasta que Artgal viniera a recogerlas para llevarlas a su granja? Nemon asintió moviendo la cabeza. – Tendría que haberlas venido a buscar hoy después de ordeñarlas. Bueno, al menos dos de ellas. Habíamos quedado en que guardaría la tercera una semana más y luego podría llevársela. – ¿Y os pagaron por adelantado? – Claro. No soy idiota. – Nadie ha dicho que lo fuerais, Nemon, ¿Ibor de Muirthemne os dio alguna indicación? Por primera vez vieron a Nemon desconcertada. – ¿Ibor de Muirthemne? ¿Qué tiene que ver él con esto? – ¿No fue él quien te compró las vacas? -preguntó Fidelma, dudando. – ¿Ése? ¡Ja! Ni siquiera se le ocurrió venir a verme. Se quedó en casa de Ronan y su mujer. Me crucé con él en el sendero, pero no se interesó por mis servicios. Ha sido la primera vez que conozco a un comerciante que, estando lejos de su tierra, no haya solicitado los servicios de una mujer. ¿Para qué querría él comprarme vacas? Fidelma esperó con paciencia a que terminara de hacer su observación. – Si Ibor de Muirthemne no os compró las vacas, ¿quién os las compró entonces? – El muchacho, ¿quién sino? – ¿El muchacho? – El muchacho… ¿cómo se llama? Es uno de los vuestros… lleva el pelo afeitado como este extranjero. Lo he visto con Solin. – ¿El hermano Dianach? -sugirió Eadulf, pronunciando el nombre con cuidado. – Eso, Dianach. Se llamaba Dianach -confirmó Nemon. Fidelma miraba a la mujer sin dar crédito a lo que oía. – ¿Cuándo vino el hermano Dianach a comprar las vacas? Nemon se detuvo a pensar. – Fue en plena noche. Bueno, poco después del alba. Yo estaba durmiendo cuando llamó a la puerta. Creía que venía buscando mis servicios, pero dio un salto de aupa cuando se lo insinué. ¿Qué les pasa a los seguidores de vuestro dios? ¿Por qué sois tan remilgados y hacéis tantos ascos? -preguntó, y calló un momento. Esbozando una sonrisa burlona-. Bueno, el macizo… Solin, no es que fuera remilgado precisamente. En ese aspecto no tengo ninguna queja de él. – Nos estabais hablando del hermano Dianach -se apresuró a interrumpirla Eadulf. – ¿El muchacho? Me despertó de madrugada para decirme que quería comprarme las tres vacas lecheras. Puso una serie de condiciones. Es difícil conseguir un – Así que el hermano Dianach os las compró. ¿Cómo explicó el acuerdo? ¿Dio alguna razón de por qué iba a comprar las vacas para dárselas a Artgal? Porque supongo que os dijo que eran para él. – Sí, Artgal es primo de Ronan. Sólo ha acudido a mí cuando ha ganado en el juego. El muchacho me dijo que las vacas eran para Artgal, y supuse que estaba en deuda con él por alguna apuesta. De todas formas, no me importa. El muchacho sólo me dijo que Artgal vendría a recoger dos de las vacas a lo largo del día, y que la tercera la recogería dentro de más o menos una semana. Luego Artgal vino a verme para asegurarse de que yo tenía las vacas. Me confió que creía que el muchacho no hablaba en serio. De hecho, le sorprendió que yo tuviera las vacas preparadas para entregárselas. Dijo que vendría a buscarlas más tarde, pero desde entonces no he vuelto a verlo. Eadulf apretó los labios con rabia. – Así que Artgal conocía perfectamente la identidad del misterioso benefactor. Mintió al tribunal al decir que no era el hermano Dianach. – Eso es más que evidente -dijo Fidelma con flema-. Lo más importante es que el hermano Dianach mintió. ¿Para qué querría él asegurarse de que yo permaneciera encarcelada o de que me declararan culpable? -preguntó, y se volvió hacia Nemon-. ¿Habéis visto al hermano Dianach desde la compra de esta madrugada? Nemon negó sin decir nada. – ¿Y cuándo fue la última vez que visteis a Ibor de Muirthemne? – Hace unas horas. Le he visto ensillando al caballo en el campo de Ronan -respondió la mujer-. Ha partido a todo galope. Se ha marchado como si los perros de Goll de Fomorii lo persiguieran. Luego Ronan ha venido buscándole. ¿Qué es todo esto? Oyeron la llegada de unos jinetes. Fidelma miró a través de la puerta. – Parece que Rudgal ha regresado con el Eadulf salió corriendo para detener a los jinetes antes de que pasaran de largo. Nemon no entendía nada. – ¿Qué está ocurriendo? ¿A qué se debe este ajetreo? – ¿Estáis segura de que no habéis visto a Artgal desde esta mañana, al venir a ver las vacas que el hermano Dianach le había ofrecido? – Ya os lo he dicho. ¡Decidme qué pasa aquí! – Por lo visto Artgal ha desaparecido. – Mientras venga a recoger estas vacas… – Me temo que tendréis que quedároslas más tiempo de lo que esperabais, porque no sólo ha desaparecido Artgal, sino que hemos encontrado al hermano Dianach muerto en la granja de Artgal. Nemon no se inmutó. – Bueno, aunque tenga que quedarme con las vacas -dijo al final, después de haber sopesado la situación-, al menos no tendré que devolver el dinero. Cuando un hombre muere, mueren con él sus deudas. Incluso Fidelma se sorprendió ante semejante falta de escrúpulos. Decidió que no había nada más que decir, y salió de la cabaña. Se encontró a Eadulf en la verja de entrada a la granja, hablando con Murgal y Rudgal; ambos estaban todavía sobre sus monturas. Murgal la saludó con desaprobación inmediata. – Se os dijo que no salierais de la – ¿Os han dicho que el hermano Dianach está muerto? -preguntó Fidelma, haciendo oídos sordos a la amonestación. – Rudgal acaba de darme la noticia. – Hallaréis su cuerpo en la granja de Artgal, que también ha desaparecido. Por cierto, fue el hermano Dianach quien sobornó a Artgal con las vacas, y no Ibor de Muirthemne. Vuestra hija adoptiva… Nemon es testigo de la compraventa. Y las vacas siguen ahí, en su campo, porque Artgal no ha pasado a recogerlas. Murgal la miró con los ojos entornados. – ¿Insinuáis que Artgal ha matado al joven Dianach? – No insinúo nada -contestó Fidelma con gravedad-. Como bien habéis señalado, de acuerdo con vos y vuestro jefe, no se me permite investigar. Podéis emprender las investigaciones que deseéis. Eadulf y yo regresamos a la Dejaron a Murgal atrás, hecho una furia, y se dispusieron a regresar a la Era evidente que Rudgal sólo había informado al Empezaba a anochecer cuando llegaron al hostal, y no parecía haber nadie. Fidelma encendió las lámparas y buscó algo de comer. Mientras ella se ocupaba de la comida, Eadulf estaba sentado a la mesa con la barbilla apoyada en las manos. – No lo entiendo -dijo el monje al fin-. ¿Para qué pagaría tal suma de dinero el hermano Dianach a Artgal? ¿Sólo para asegurarse de que no cambiaba la declaración de que habíais matado al hermano Solin? Fidelma puso en la mesa un trozo de pan seco y queso, que era lo único que había encontrado, y buscó una jarra de aguamiel. – Creo que podemos hacer nuestras propias conjeturas. Dianach estaba implicado en lo mismo que estaba implicado el hermano Solin, fuera lo que fuera. Si supiéramos qué era, sabríamos por qué estaba dispuesto a correr tanto riesgo al procurar que me encarcelaran o me juzgaran por asesinato. Creo que existe una relación inevitable en la cadena de acontecimientos entre el asesinato de aquellos hombres jóvenes y el de Dianach. Pero ni siquiera sé dónde empieza esa cadena. ¿Para qué querría Dianach perjudicarme tanto? Eadulf rebanó un pedazo de queso. – ¿Como represalia? Él estaba convencido de que habíais matado al hermano Solin. Es probable que apreciara de verdad a Solin, y que quisiera vengarse. Fidelma movió la cabeza con firmeza en señal de objeción. – No. No tiene mucho sentido. El hermano Dianach habría esperado a la sentencia del juicio. ¿Para qué iba a gastar un Eadulf hizo una mueca. – No lo sé. Fidelma tenía el semblante serio. – Ya he decidido lo que vamos a hacer -anunció-. Esto es demasiado importante para esperar hasta después de las negociaciones. Ibor de Muirthemne es el único eslabón que podría darnos la clave. Si damos con él, iremos por buen camino para encontrar la solución. Creo que llegaremos hasta Ibor siguiendo las huellas que hay en el lugar de la matanza ritual. – ¿Y qué vamos a hacer? – Partiremos antes del amanecer, cuando todo el mundo esté durmiendo. – A Laisre no le va a gustar nada -suspiró Eadulf. – Es preferible que no le guste y resolver estos misterios, a que las relaciones entre Cashel y Gleann Geis se enmarañen -contestó con firmeza-. Cuanto más reflexiono sobre este asunto, más me convenzo de que la respuesta a este misterio tiene más importancia para Cashel que llegar a un acuerdo sobre la edificación de una iglesia o una escuela en Gleann Geis. Eadulf se agitó al oír aquello. – ¿Más importante que convertir este reducto del reino a la Fe? -preguntó-. Seguramente Ségdae de Imleach no estaría de acuerdo con vos. Fidelma negó con la cabeza. – Me temo que existe una misma respuesta que explique todo cuanto ha sucedido. Según las palabras de Solin, estaba implicado en algo que provocaria la caída de Cashel antes de terminar el verano. La lealtad que juré a mi hermano y a las leyes de este reino me impiden obviar semejante amenaza. Llamaron a la puerta del hostal y, antes de que ninguno de los dos se levantara a abrir, entró la hija de Orla. Llevaba un cesto colgado del brazo. Su semblante reveló una momentánea irritación al ver a Fidelma, pero al ver a Eadulf se le iluminaron los ojos. – Sabía que Cruinn no estaría aquí -dijo con una voz ronca-. He venido a prepararos algo para cenar -se ofreció, y luego miró rápidamente a Fidelma-. A los dos. Eadulf se levantó y miró el pan seco y el queso que habían pensado comer, hizo una mueca irónica y dijo con una sonrisa: – Lo agradeceremos mucho, Esnad. La muchacha dejó el cesto sobre la mesa y sacó pan fresco, embutidos, huevos duros y verduras. Incluso había traído un ánfora de vino. – ¿Saben vuestros padres que estáis aquí? -le preguntó Fidelma. Esnad alzó la barbilla en un gesto desafiante. – Ya estoy en edad de elegir -se quejó simulando enfado-. He cumplido catorce años. – Pero vuestros padres podrían enfadarse con vos por confraternizar con nosotros después de lo que ha pasado. – Que se enfaden -dijo la muchacha con desdén-. A mí no me importa. Ya soy lo bastante mayor para tomar mis propias decisiones. – Eso es indiscutible -observó Fidelma con seriedad. La muchacha terminó de vaciar el cesto. Había suficiente comida, al menos para una cena aceptable. Era evidente que la presencia de Fidelma la incomodaba, y parecía que quería hablar con Eadulf a solas, lo cual intrigó a la joven Fidelma se levantó con una sonrisa. – Había quedado con Murgal para hablar de algo -dijo, lanzando una mirada significativa a Eadulf, esperando que entendiera la indirecta. El sajón pareció alarmarse, pero comprendió enseguida que Fidelma pretendía que se quedara para averiguar qué quería Esnad de él. Esnad, encantada, les dijo con falso recato: – Espero que no haya interrumpido nada. – En absoluto -dijo Fidelma-. No tardaré en volver, así que guardadme un poco de esa magnífica cena. Salió del hostal y se halló envuelta en la oscuridad del patio. Caminó sin rumbo unos momentos, preguntándose si Esnad podría aportar información para resolver el misterio de Gleann Geis. Entonces se dio cuenta de que estaba siguiendo el mismo recorrido que había seguido la noche anterior al seguir al hermano Solin. No había avanzado mucho, cuando de pronto vio la figura corpulenta de una mujer saliendo del edificio que albergaba las estancias de Murgal, que se apresuró a atravesar el patio. Fue fácil reconocerla. Fidelma avivó el paso y gritó: – ¡Cruinn! La rotunda hostalera se detuvo y miró a su alrededor. Al reconocer a Fidelma respiró hondo. Habría seguido adelante, si Fidelma no le hubiera obstruido el paso. – Cruinn, ¿por qué no habéis vuelto al hostal? -preguntó con cierto tono de reproche-. ¿Por qué estáis tan enfadada conmigo? La mujer la miró con cara de pocos amigos y le dijo: – Dado que sois una – Eso es injusto -señaló Fidelma-. Sé que Orla es una mujer respetada, pero yo sólo puedo decir la verdad. También se cometió un error al acusarme a mí. – Sólo eludisteis la justicia gracias a una maniobra técnicamente legal -le espetó Cruinn para asombro de Fidelma. – Vaya, por lo visto ahora sabéis mucho de leyes, Cruinn -ironizó ella-. ¿Dónde habéis aprendido tanto? Aun en la oscuridad, Fidelma percibió un gesto de incomodidad en el rostro de Cruinn. – Me limito a repetir lo que está en boca de todos. Si Artgal no hubiera sido tan estúpido de confesar que había aceptado las vacas, su declaración habría sido válida. – Yo no maté al hermano Solin. Cruinn se apartó de ella y murmuró: – Tengo cosas que hacer. Pero no acudáis a buscarme al hostal. Pocas personas de Gleann Geis se complacen con vuestra presencia ahora, Fidelma de Cashel. Cuanto antes os marchéis del valle, mejor. La figura corpulenta desapareció como una exhalación en la oscuridad. Fidelma la vio marcharse con cierto remordimiento. Era desalentador ver cómo la gente, llevada por los prejuicios, era capaz de cambiar de actitud por culpa de falsa información. Una puerta se abrió y la luz del interior se proyectó sobre el patio. Provenía de la botica de Marga. La puerta enmarcaba a dos personas: una era Marga, la otra, Laisre. Fidelma se quedó bajo la luz de la puerta. La figura de Laisre se tensó al verla, tras lo cual inclinó la cabeza en muestra de agradecimiento a Marga. – Gracias, Marga. ¿Cuántas veces debo tomar la infusión? -se le oyó decir con claridad. – Sólo una vez cada noche, Laisre. La atractiva boticaria se apartó y cerró la puerta, dejando el patio a oscuras. Laisre se apartó de la puerta en medio de la oscuridad para dirigirse a donde estaba Fidelma. – Fidelma de Cashel -la saludó en voz muy alta-, Murgal acaba de decirme que antes habéis incumplido mis órdenes al salir de la – Si mal no recuerdo, no era una orden. Afirmasteis que era una preferencia -respondió Fidelma con solemnidad. Laisre soltó un resoplido, enfurecido. – No juguéis con las palabras. No os autorizo a salir de la – Si no hubiera salido de la – A vuestro paso sembráis una estela de cadáveres. Los cuervos de la muerte sobrevuelan constantemente sobre vuestra cabeza -se lamentó Laisre. – ¿De veras me creéis responsable de las muertes recientes? Laisre hizo un gesto de impaciencia y añadió: – Sólo sé que estas cosas nunca habían pasado en nuestra comunidad hasta que llegasteis. Cuanto antes os marchéis, mejor. Laisre se alejó de allí sin más y se apresuró hacia la sala consistorial. Fidelma dio un suspiro y decidió regresar al hostal. Supuso que ya había pasado suficiente tiempo para que Esnad se desahogara con Eadulf diciéndole lo que tuviera que decirle. Se disponía a abrir la puerta, cuando Esnad la abrió y casi chocó con ella en la penumbra. Fidelma casi estuvo a punto de perder el equilibrio cuando la joven la empujó para pasar y echó a correr hacia la oscuridad. Al instante, otra persona salió del hostal. – ¡Esnad! ¡Espera! Era Rudgal, que fue tras ella sin ver siquiera a Fidelma. Vio desaparecer a las dos figuras en la noche, sin salir de su asombro. Entró en el hostal y cerró la puerta tras de sí. Eadulf estaba sentado donde lo había dejado al salir. Casi no habían tocado la comida. El monje la miró con alivio. – ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Fidelma-. Esnad ha salido corriendo y casi me tira al suelo. Y tras ella ha salido Rudgal, como una exhalación. – No tengo ni idea -confesó Eadulf-. Empiezo a pensar que aquí todos están afectados de locura. – ¿Por qué Esnad tenía tanto interés en hablar con vos? He pensado que quizá tendría algo importante que deciros, algo que pudiera servir para resolver el rompecabezas. Eadulf meneó la cabeza. – Tenía más interés en saber quién era, de dónde venía y cómo era la vida en las tierras de los Pueblos del Sur. – ¿Y ya está? -preguntó Fidelma, decepcionada. Eadulf añadió, abochornado: – De hecho, no. Quería saber por qué viajo con vos y qué relación tenemos. – ¿Qué relación tenemos? -preguntó Fidelma con una sonrisa maliciosa. Eadulf hizo gesto de desgana y dijo con disimulo: – Bueno, ya sabéis… Fidelma quería seguir martirizándolo. – ¿Por qué creéis que os ha hecho esas preguntas? ¿Creéis que tenía algún propósito? Eadulf estaba perplejo. – Al menos, que yo apreciara… Si fuera mayor… Fidelma lo miró detenidamente. Aún quedaba picardía en su mirada. – ¿Si Eadulf, rojo de vergüenza, se quejó: – Sólo es una niña. – Para una niña de aquí, los catorce es una edad madura, Eadulf. A esa edad una muchacha puede contraer matrimonio y tomar sus propias decisiones. – Pero… – ¿Habéis tenido la impresión de que se mostraba más que simpática con vos? – Sí. A decir verdad, he notado una actitud libertina para conmigo. Bueno, para ella probablemente no es más que un capricho -dijo con falsa indiferencia. Fidelma no pudo evitar sonreír al verlo tan turbado. – Así que no ha aportado nada nuevo al misterio. Muy bien. Pero, ¿qué hacía Rudgal aquí, y qué significa la escena que acaba de producirse? – Por lo visto ha venido porque había prometido prepararnos algo de comer, ya que Cruinn se ha negado a volver al hostal. – ¿Y por qué estaba tan molesto con Esnad? – Quizá porque Esnad nos ha traído la cena antes que él. Ha entrado y, al verla, se ha puesto hecho una furia. – ¿Y cómo ha reaccionado ella? – Creo que no se ha alegrado mucho de verle. Ha salido enseguida. – Y él detrás de ella -dijo Fidelma con aire pensativo-. Interesante. Eadulf se puso en pie. – Yo no acabo de entenderlo; sin embargo, creo va siendo hora de asaltar estos manjares. Se está haciendo tarde, y si todavía tenéis intención de ir en busca de Ibor de Muirthemne… Fidelma confirmó la decisión. – Entonces, comamos -añadió Eadulf- y vayamos a dormir pronto. Quién sabe qué nos deparará mañana. |
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